En anterior colaboración traté sobre la magnificencia en la Semana Santa egabrense y andaluza. Hoy quiero tratar sobre esa magnificencia, pero referida a la Virgen.
Aquí en Cabra veneramos a la Virgen de la Sierra, pero en realidad, todos sabemos que a quien veneramos es a la Virgen, sin apellidos, a la que es Madre de Jesús y Madre nuestra, que está en el Cielo en cuerpo y alma, es decir, que ya disfruta de la glorificación de la Resurrección de Cristo, y que en tal estado nos espera para que, dentro de poco tiempo, nosotros también vayamos a disfrutar con Dios.
Todo lo que se refiere a la Virgen rebosa alegría, como no podía ser menos, ya que es nuestra Madre. Por eso me dio una gran alegría y me produjo gran ilusión que hace poco José Luis Osuna, amigo y concejal del ayuntamiento de Cabra, me propusiera enseñarme la colección de mantos de la Virgen de la Sierra que se guardan en un local de la Hermandad de la Virgen de la Sierra.
Quedamos a una determinada hora y, con gran lujo de detalles, me fue mostrando los distintos mantos que tiene la Virgen y que José Luis, que es su Camarero, le va poniendo en las distintas ocasiones. No solo vimos los mantos sino otros muchos detalles que forman el “tesoro” de la Virgen de la Sierra, que no es tesoro por su valor material—aunque lo tenga en algunos casos—sino porque pertenece a la Virgen. Al comienzo de la visita me había advertido José Luis que lo que iba a ver no se lo enseñaban a todo el mundo, sino solo a quienes sabían que apreciarían lo que iban a ver. Agradecí a José Luis esa muestra de confianza, que me ayudó a valorar más el tesoro de Nuestra Madre y a verla si cabe como más “Madre”, ya que, por expresar hasta que punto lo vi “todo”, José Luis me enseñó hasta el interior del armario donde se guarda la ropa interior de la Virgen de la Sierra.
De la hora y media larga que disfruté viendo las cosas de mi Madre, yo resumiría mis conclusiones en una sola palabra: “Cariño”. Los miembros de la Hermandad de la Virgen de la Sierra han puesto ahí verdadero cariño a la Virgen, manifestado sobre todo en una gran magnificencia. No han sido roñosos con su Madre, han sido espléndidos, como corresponde a buenos hijos que no racanean en las cosas de su madre.
Si se me preguntase acerca de si son lujosos los mantos de la Virgen yo diría que no, que son paupérrimos. Todo depende de cual sea el foco desde donde se mire. Con una visión superficial y estrictamente material quizá pueda afirmarse que son esplendorosos, sobre todo algunos. Desde el punto de vista de los miembros de la Hermandad podemos decir que su cariño les ha llevado a ofrecer a la Virgen lo mejor que ellos pueden ofrecer. Pero desde el punto de vista de lo que se merece la Virgen, esos mantos son paupérrimos porque la Virgen se merece mucho más. Sin embargo esos mantos paupérrimos le son suficientes a Nuestra Madre porque lo que Ella espera de nosotros es el cariño, que sí está presente en esos mantos.
Comprendo el primor con que en la Hermandad de la Virgen de la Sierra, y en particular, José Luis, guardan y cuidan las ropas de Nuestra Madre. Yo también guardo como reliquia algunas prendas de mis padres, ya fallecidos. Con mayor motivo en la Hermandad lo hacen con las ropas de Nuestra Madre, que vive en el Cielo. Todos los mantos de la Virgen me parecieron maravillosos. Aunque Nuestra Madre, en el Cielo, se presente de otra manera, que no sabemos, aquí en la tierra tenemos que procurar que vaya bien guapa, como corresponde a la realidad de su belleza y de su bondad. Ya el hecho de procurar que la Virgen de la Sierra vaya guapa es hacer oración, y yo, que también hago oración, me he dado cuenta de ello.
Quiero terminar haciendo referencia a un pequeño detalle que no se me pasó desapercibido. En un momento determinado de la visita, José Luis me enseñó un cojín pequeño, granate, sencillo, pero muy bonito en el que en uno de sus lados se había cosido una pequeña leyenda en tela que hacía referencia a los trabajos de restauración del Divino Niño, que la Virgen de la Sierra tiene en sus manos. Estos trabajos se llevaron a cabo hace años. Para evitar que en dichos trabajos el Niño estuviera apoyado en una vulgar mesa de taller como si fuera un objeto más de trabajo o una herramienta y para imponer respeto a Cristo por parte de quienes hicieron esos trabajos, se dispuso que el Niño estuviera reposando en ese espléndido cojín, como correspondía a su dignidad, mientras durasen los mismos. Una vez concluidos éstos, se decidió guardar el cojín como reliquia, ya que sobre él reposó la sagrada imagen del Niño Jesús durante su restauración.
A mí esto me pareció perfecto, propio de personas que saben amar, que tienen fe y delicadeza para expresar correctamente su amor al Señor. Si hay alguien que no sepa entender esto, es que es un chusco, un pedazo de carne con ojos, un verdadero borrico, pero no entiende absolutamente nada de amor.
Salí de aquella visita muy contento pensando que si es tal el cariño que otros profesan a Nuestra Madre, cómo será el que Ella nos tenga, aunque por aquí nosotros andemos despistados y no nos demos cuenta.
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