Entraron los talibanes en Kabul y buena parte del mundo occidental se sorprendió, mucho más cuando Biden, el presidente de los Estados Unidos, dijo, como si de María Jiménez se tratara, que se acabó porque se lo propuso y sufrió por todo su país… y ahora ya el mundo es otro. Tanto es así que hasta medios como El País, cTXT o la CNN llegaron a hablar bondades y maravillas de los talibanes: que si la mujer iba a estar reconocida, que si comen helados… Pues no, que no son distintos de aquellos que hace más de una década gobernaron.
Si esto es lo que nos ofrecen los medios de comunicación, imaginemos qué sandeces derrocharon las redes sociales, incluso en lo relacionado con la política española: si los de un lado igualaban, en un alarde de resfriado ingenio (lo dijo Cervantes sobre el Fernández de Avellaneda, el del Quijote falso), al partido más xenófobo del Congreso con los talibanes; los del otro tuvieron la necia ocurrencia de proponer que se enviaran a ciertas ministras a Afganistán, burlándose de este modo del posible sufrimiento de las mujeres de allí.
Entre las redes sociales, Twitter se lleva la palma para encontrar opiniones absurdas. Una de las más sonadas fue la que, desde algunas cuentas, afirmaba que una mujer ataviada con mantilla en España era igual que otra con burka en Afganistán. Para ello, además, colocaba fotos de mujeres que vestían una y otra prenda… Pensaba yo que cualquiera que lo viera llegaría a mi misma conclusión: esta comparación es tan ridícula que no vale la pena responder. Pues, sorprendentemente, había quien no veía diferencia entre una mantilla y un burka, ni entre una mujer española y una afgana. ¿Quién lo diría! Parece que una vez más hay que decir lo obvio. Es el sino de vivir en esta época de las redes sociales y de no pensar por sí mismos. Tanto la mantilla como el burka son prendas femeninas. Hasta aquí. La mantilla se pone voluntariamente en procesiones, bodas religiosas y civiles e, incluso, fiestas: y, cuando acaban todas estas, la mujer se la quita y sale con el pelo y el rostro a la vista, a la calle, sin problema. Quiero decir, de modo implícito, que las hay que no se la ponen un cortejo procesional, en una boda o en alguna festividad. Además, puede darse una situación como la de mi boda, en la que mi madre se quitó la mantilla después del banquete nupcial y nadie se lo recriminó. En cambio, las que visten burka lo hacen obligadas, sea por el motivo que sea… Ya hemos visto las imágenes de las mujeres vestidas con niqab en una clase de la universidad. ¿Se podrán quitar la prenda que les cubre el rostro y el cabello durante la clase sin que nadie se lo reproche?
En vista de que esta comparación no tuvo mucho recorrido, este perfil de cuentas volvió al ataque comparando a las monjas con las mujeres con burka. En efecto, esto es mucho más que una sandez y no escribo esa palabra con ge, porque no vale la pena dedicarle tiempo. Tanto en lo de las mantillas y el burka como en esto de las monjas, a quienes se aburren detrás de una pantalla escribiendo estas tonterías, la situación de las mujeres, sea en España, en Afganistán o en otra parte del mundo, le importaba menos que nada. No comprenden que en este país asiático ahora ya, y de verdad, su mundo vuelve a ser otro.