Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

La poesía viejoven o sin foto

Escribo estas líneas cuando acabo de salir de una clase de segundo de bachillerato en la que he hablado de la poesía desde los años 70 hasta hoy. Me habían facilitado unos apuntes que, en resumen, diré que no me gustaron. Por ejemplo, en ellos se podía leer que la poesía de la experiencia solamente se dio en los 90, a lo que se añade que no dijera nada de vertientes relacionadas con esta, como la línea clara, u otras que empezaron como una moda, como el uso de la estructura del haiku que, en verdad, también ha tenido su versión influenciada por la poesía de la experiencia.

Y es que en este último punto, lo de las modas, ha sido algo rentable para las editoriales, las grandes, pero un lastre para las notas discordantes de las voces propias. Ya lo dije una vez: cuando el guapo de Jaime Lorente escribe un poema a Miguel Hernández, ignora que al poeta oriolano le habría costado mucho empezar a publicar hoy porque no da el perfil de lo que la editorial en la que él sí lo hizo. No he dicho nada nuevo, ya que tener una cifra en las redes sociales es cada vez más importante que escribir correctamente, a la vista de los nuevos nombres que no saben distinguir entre «arrollo» y «arroyo» o se hacen un lío con el uso de la palabra «costumbre» y sus derivadas, cosa que ocurre si tienen que escribir más de lo que da el tamaño de post-it de Instagram.

Por ello, la propuesta de la poesía viejoven que llevamos adelante la poeta Ana Patricia Moya y quien escribe estas palabras es una oportunidad para salir de la sombra de las propuestas del mercado y dejarse deslumbrar por la luz de otra poesía, por voces que se expresan conscientes de que lo importante no es el número de seguidores de las redes ni tener una buena foto de perfil. Así, tras la oportuna convocatoria, se publicó la Antología de poesía viejoven (casting de poetas sin foto) (Versátiles Editorial, Odisea Cultural, 2020), tras la selección de veinte poetas, cada cual con su estilo y poética propios, quienes comparten estas páginas y, como indica Marisol Sánchez en el prólogo, «una situación general de desubicados que surge de vivir en un mundo frágil en valores en el que predominan la culpa, el miedo o la soledad».

La antología está formada por la propuesta de Gema Albornoz («Escribo porque amo, / amo porque vivo, / vivo porque no muero / no muero porque acaricio») y Luis Amézaga («La vida no es un derecho /  por mucho que legislemos, / es una donación que has de devolver /  cuando menos te lo esperas /  con plusvalías»), la viveza del de Txema Anguera («Juego con tu recuerdo, / lo remuevo hasta formar un torbellino/ al que me lanzo cual suicida») y Tomás Soler Borja («y cuesta /  cómo está costando / aguantar / las hostias»), la sugerencia de María Beleña («somos una mano impulsada / por un cuerpo que no /  se sabe») y Almudena López Molina («Me alquilo por horas a cambio / de una vida tranquila, una nevera llena»), la reivindicación de lo original de Elena Román («De verdad que no sé si estoy aquí / o allí, matando o muerta, / por eso me comporto como si no estuviera en ningún lado») y Pilar Cámara («Tengo dos cadáveres precoces en la garganta. / Un hijo a medio hacer»), el esmero del poema de Lydia Ceña («Tiene mi padre / las manos grandes /  tan endurecidas / como suaves los /  párpados») y Ramón Bascuñana («Algunos versos no surten efecto / hasta que con los años / dejan un sedimento en el recuerdo»), el mismo cuidado que los de Jackie Rivero (Tengo una cajita azul / donde guardo todas mis cosas. / Los dientes de leche de mis hijos, / los besos que nunca me dieron / los versos que no supe escribir / los cuentos que nunca me contaron») y José Luis Martínez Clares («A veces, / escribir un poema /  se reduce a cebar/ un anzuelo»), la sutileza del verso de Javier Castro («Deja de acosarme con la sed /  que de tu cabello mana») y Julia Navas («Cada noche buscas el refugio de las sábanas, / la cueva en la que te escondes / y repasas los renglones de tu vida»), la intensidad del de Esther García («Soy capaz de comerme todo / las ganas / tu importancia») y Mercedes Márquez («La carretera divide el camino, / el de ida y el de vuelta / según el punto de vista») y el ímpetu comunicativo de Francisco Javier Gallego Dueñas («El rencor nos cobija, nos alimenta / y nos destruye, /como destruye todo lo que amamos»), Óscar Navarro («del fondo de la garganta / debe rugir / el canto solamente»), Antonio Palacios («Pero puede que lo terrible y lo real sea /  que sólo me quede contarme hermosas mentiras») y Alfonso Vila Francés («Y no hay tren que no acabe parando /  en una estación sin nombre»).

En definitiva, la Antología de Poesía Viejoven ofrece una poesía vivaz que no entiende edad ni de modas ni de cuentas de Instagram, sino que se basa en la palabra, la imagen, el verso, elementos únicamente válidos para este género literario.