Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Un Robespierre sin guillotina

«Confuso» tiene cuatro acepciones en el Diccionario de la Real Academia (DRAE); en primer lugar, el de «mezclado, revuelto, desconcertado»; en segundo, «oscuro, dudoso»; la tercera acepción es la de «poco perceptible» y, por último, «turbado, temeroso, perplejo». No es mi propósito el de exagerar ni el de ser ecléctico al afirmar que sentí todas aquellas acepciones «revueltas» en mi ánimo, cuando me desayuné la noticia de que Maximilien Robespierre, el político y uno de los líderes de la Revolución francesa, el «Incorruptible», realmente no fue tan cruel. Según un historiador australiano llamado Peter McPhee en una biografía y el escritor español Javier García Sánchez, en una novela, Robespierre era un hombre íntegro que, entre otras cosas, no entendía por qué los republicanos se posicionaban en contra del bien común; también mantuvo una postura contra la violencia, aunque parece que se vio «obligado» a hacer uso de ella, según cuentan… Y es que se le ha culpado de todos los males de aquel momento y se han escrito muchas falacias por haber dado el visto bueno a algunas penas de muerte. En otras palabras, más de doscientos años después de que su cuerpo perdiera la cabeza –y no es una forma de hablar–, podemos afirmar que no fue el lobo tan fiero como se ha pintado hasta ahora, por lo que quizá sea conveniente quitarle la piel, la etiqueta o la responsabilidad de haber perseguido a miles de almas y de haber acabado con miles de vidas, resultando preferible conocerlo mejor por su faceta de «Defensor del pueblo», en el inicio de su carrera de jurista. Después de asimilar todo esto, ¿quién no estaría desconcertado o perplejo? E igual pasaría si dentro de doscientos años el planeta se merienda que Hitler o Stalin no fueron tan despiadados… Y es que vivimos en un mundo en el que no se tiene otra intención que confundirnos, pues imaginar a Robespierre sin guillotina es como decir que en el portal de Belén no hubo buey ni mula, diga lo que diga el Papa.

Manuel Guerrero Cabrera

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