A José Jesús Conde, gardeliano
20 de mayo de 1928, la final de la Copa del Rey o Campeonato de España fue disputada por el Fútbol Club Barcelona y la Real Sociedad, que acabó con victoria del primer equipo por tres a uno, en el campo de El Sardinero en Santander. En aquel lugar, en aquel momento, coincidieron el poeta Rafael Alberti y el cantor Carlos Gardel, ambos fueron invitados y estuvieron acompañados por el escritor y editor José María de Cossío; curiosamente, Alberti era el único de los tres que no tenía interés por el fútbol, si bien posteriormente manifestaría su simpatía por el equipo catalán en aquella final. Gardel sí que iba con los azulgrana, porque contaba con varios amigos suyos en las filas del Barcelona, nombres propios de la historia de este equipo y del fútbol español, tales como Josep Samitier (apodado «El mago», gracias a que el cantor lo llamaba así, según el periodista Josep María Lladó i Figueres, como recoge el blog Gardel-es), Vincenç Piera y Franz Platko, entre otros. Este último, Platko, es otro punto de unión entre estos dos hombres, pues fue el héroe de aquel duro partido (a causa de un golpe, tuvo que ser retirado del campo, pero volvió con la cabeza vendada para terminar el partido), y emocionó de tal manera a Alberti que este le escribió una oda publicada en Cal y canto (1929); en cuanto a Gardel, se corrió la leyenda de que el mismísimo Zorzal le había puesto las vendas al jugador y que le había alentado a volver al juego, de la amistad que se tenían. Celebraron la victoria en el hotel con los catalanes, con «banderines separatistas» y el canto del «Els segladors»; con el poeta gaditano y con Cossío, se encontraba Gardel quien interpretó algunos tangos.
Ese día, 20 de mayo de 1928, Gardel y Alberti se conocieron en Santander. Alberti dejaría escrito sobre él lo siguiente en sus memorias que llamó La arboleda perdida:
Con él [Gardel] salimos aquella misma madrugada para Palencia. Una breve excursión, amable, divertida. Gardel era un hombre sano, ingenuo, afectivo. Celebraba todo cuanto veía o escuchaba. Nuestro recorrido por las calles de la ciudad fue estrepitoso. Los nombres de los propietarios de las tiendas nos fascinaron. Nombres rudos, primitivos, del martirologio romano y visigótico. Leíamos con delectación, sin poder reprimir la carcajada «Pasamanería de Hubilibrordo González»; «Café de Genciano Gómez»; «Almacén de Eutimio Bustamante»; y éste sobre todos: «Repuestos de Cojoncio Pérez». Un viaje feliz, veloz, inolvidable. Meses después, ya en Madrid, recibí una tarjeta de Gardel fechada en Buenos Aires. Me enviaba, con un gran abrazo, sus mejores recuerdos para Cojoncio Pérez. Como a mí, era lo que más le había impresionado en Palencia.