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"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

La Luisiana española (y XII)

A JC por su memoria.

Parecía que el tiempo de las grandes gestas había concluido para los españoles en su provincia de La Luisiana. Pero se promovieron nuevas exploraciones de cariz comercial con el propósito de establecer rutas alternativas a las fluviales, aunque las bordearan, y salvar la dificultad de la contracorriente.

En 1792, Pedro Vial enlazó el Camino Real desde Santa Fe del Yunque hasta San Luis, inaugurando el Camino de Santa Fe, que conectó México con la Alta Luisiana. Manuel Lisa siguió la dirección contraria y, desde San Luis, trazó el Camino del Oregón, en sentido noroeste hasta el Pacífico, del que los estadounidenses se valdrían años después para desarrollar el fenómeno histórico conocido como Viejo Oeste. En las postrimerías de dominio español en La Luisiana, Facundo Melgares volvió al agua y exploró el río Rojo descendiendo desde su nacimiento hasta el Misisipi, para navegar hacia el norte hasta la desembocadura del río Arkansas, el cual remontó hasta el Camino de Santa Fe. No sólo la finalidad comercial movió tales expediciones, sino que la necesidad de reconocer y cartografiar el territorio, así como consolidar la presencia española en el mismo, motivaron las arriesgadas aventuras. Y es que las incursiones de los nuevos Estados Unidos, no satisfechos con la zona obtenida tras el Tratado de San Lorenzo de 1795, se sucedieron vergonzosamente, y, pretendiendo su tan ansiada expansión hacia el oeste, atravesaron la provincia española, procurando sitios en el intento. De modo que, para el gobierno español, tanto el afianzamiento como la colonización eran cruciales, y se hizo, claro, lo que se pudo.

Probablemente, fuera Nueva Iberia la primera ciudad fundada por colonos españoles, en concreto, naturales de la zona de Málaga, en 1779, seguida de Barataria, Valenzuela y Villa Gálvez. Destacable fundación fue también la de Lago Carlos, en 1781, por el matrimonio nacionalizado español formado por Martin Lebleu y Dela Marion. La política migratoria hizo que Nueva Madrid, en 1788, fuera habitada por colonos anglosajones. Sin embargo, fue la colonización canaria la de mayor abundancia en La Luisiana. De hecho, fue la de mayor abundancia desde el descubrimiento del continente, dada su afinidad climática con las islas, al punto de que Felipe II se había visto obligado a acotar y ordenar la emigración de los canarios. En La Luisiana, la colonización canaria se fue asentando en cada una de las ciudades del territorio.

El gobernador Gayoso de Lemos asistió, entonces, en 1798, a los últimos coletazos del desmantelamiento español en la zona territorial cedida a los estadounidenses. El capítulo de la Historia de España en La Luisiana se aproximaba a su consumación.

En el ínterin, Gayoso de Lemos ejerció con profesionalidad su cargo. Aprobó un cuerpo normativo: el Bando del Buen Gobierno. Como pronto los estadounidenses mostraron sus aviesas intenciones, con las que suplieron los agradecimientos debidos al Reino de España, reforzó el cuerpo militar; arraigó la doctrina católica; prestó atención a la salud pública, creando un servicio de recogida de basura; y, como ya se ha tecleado, no abandonó la política colonizadora, fundamental para el Reino.

Ah, Gayoso de Lemos contrajo fiebre amarilla y falleció en julio de 1799. Hasta septiembre de aquel año, ocupó el cargo de Gobernador de La Luisiana Francisco Bouligny, quien poco destacó, más allá de cubrir la baja. En septiembre de 1799, todavía de manera interina, fue designado Sebastián Calvo de la Puerta y O’Farrill, marqués de Casa Calvo. Hombre carente de actitudes y aptitudes para la función, desinteresado en ella, se limitó a pasar por allí, delegando ocupaciones. Al cabo, quizá fuera consciente de que el adjetivo española adherido a La Luisiana tenía los días contados.

Y fue en aquel instante cuando los acontecimientos europeos que otorgaron La Luisiana al Reino de España se la arrebataron.

La Revolución Francesa, que suscitó aquella esperpéntica alianza militar entre la Francia revolucionaria y la España monárquica que había sido el Tratado de San Ildefonso, de 18 de agosto de 1796, terminó con el ascenso al poder de Napoleón Bonaparte, quien, acosado por terceras naciones, con Gran Bretaña al frente, exigió a Carlos IV y Godoy, incapaces cabecillas de un reino sumido en una crisis político-económica, la revalidación del Tratado. Por virtud del Tratado de San Ildefonso de 1 de octubre de 1800, se fortaleció la alianza y España se comprometió a ceder la provincia de La Luisiana a Francia en seis meses, manteniendo la gestión administrativa, con la ilusa esperanza, o absurda excusa, más bien, de que persistiría aquella muralla o colchón entre los Estados Unidos y el Virreinato de Nueva España. El acuerdo semestral se confirmó mediante la firma del Tratado de Aranjuez, de 18 de marzo de 1801, ratificado el 11 de abril con la promesa francesa de restitución a España, en el supuesto de que quisiera desprenderse de la provincia norteamericana.

En aquel raro estado de vasallaje, Juan Manuel Salcedo fue nombrado Gobernador de La Luisiana en junio de 1801. Último gobernador español de un territorio que había dejado de serlo, simplemente, esperó lo inevitable. Frenó la expedición de Lewis y Clark y cumplió con la retirada de tropas españolas, requerida por el Tratado, el cual fue llevado a efecto en octubre de 1802, a cambio de que los habitantes conservaran sus posesiones y los religiosos sus autorizaciones para predicar, escogiéndose al marqués de Casa Calvo Comisario español para la entrega.

No obstante, la revolución haitiana, y el consecuente desmantelamiento colonial francés en el lugar, desinfló la atracción de Napoleón, concentrado en Europa. Así pues, en una villana y traidora acción, de la que los incapaces cabecillas españoles no aprenderían (Trafalgar y la Guerra de la Independencia estaban a las puertas), el 30 de abril de 1803, Napoleón vendió el territorio de La Luisiana a los Estados Unidos, deseosos por controlar el comercio del río Misisipi y extender sus fronteras. Con ello, Napoleón benefició a un competidor marítimo para los británicos y evitó la reunificación territorial española.

El 20 de diciembre de 1803, se celebró en Nueva Orleans la ceremonia de transferencia de soberanía entre Francia y los Estados Unidos, relegando la presencia española y su dominio sobre el territorio al rincón del olvido para la Historia. Sólo San Luis (escenario en 1780 de la gran vileza británica y del heroísmo de Fernando de Leyba y los suyos), que resistió hasta el 10 de marzo de 1804, honró el paso español por sus tierras, izando la bandera española, junto con la francesa y la estadounidense, aquel día.

Se cerró de tal forma la historia de la provincia española de La Luisiana, la historia de un puñado de españoles en un territorio inhóspito, duro y hostil, plagado de penurias y salvajismo; de un puñado de españoles aún reflejo de sus antepasados y legatario de la gloria del Imperio, cuyo esplendor declinaba; de españoles cargados de honor, valor y determinación, quienes influyeron directamente en el curso de la propia Historia Universal. La historia borrada de la memoria, que merece ser rescatada.