Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Las películas estadounidenses de los 80 (I)

De nuevo, a mi hermano.

Pues hará un año me atreví a dejar caer por esta misma casa una lista interesante, a mi subjetivo entender, de películas estadounidenses de los años 80 vinculadas al género cómico, bajo advertencia o amenaza de que el periodo cinematográfico estadounidense de aquella década, por lo prolífico, bien merecería su propio artículo. Y aquí me halla, sufriente lector, cumpliendo con la palabra dada… o con la amenaza dada.

Quizá lo más útil, desde un punto de vista organizativo, sea atender a un orden cronológico, antes que a uno temático, pero el número y calidad de los títulos terminaría superando cualquier previsión lógica. No obstante, procuraré conformar ese cierto orden temporal, consciente de que, por el natural ritmo del tecleo, compás generador de voluntades y chispa que prende la primigenia línea de todo texto, amén de economía de espacio y empacho fiestero, el sacrificio de títulos será inevitable.

Con expresa remisión al ya referenciado, dedicado a las comedias estadounidenses, y abaluartado por los productos vistos, faltaría más, en 1980, Stanley Kubrick nos legó una de sus películas eternas: El resplandor. Título de cual renegó Stephen King, autor de la novela original, por las licencias tomadas por el cineasta, confirmó en el estrellato hollywoodense a un soberbio Jack Nicholson; si bien, me permito, atreviéndome a barruntar que secundado, al menos por usted, lúcido lector, condenar el pésimo doblaje castellano dirigido por Carlos Saura, auténtica excepción del gremio, humillado por la voz de Verónica Forqué para el personaje de Wendy Torrance, con todos mis respetos a la genial y añorada actriz española; sin que el de Joaquín Hinojosa para Jack Torrance sea dignificable. Durante aquel primer año de la década también se estrenó El imperio contraataca, quinto episodio de la mítica saga que todavía no imaginaba la expansión que alcanzaría su universo pretérito y lejano. Continuando con el género, Christopher Reeve logró el cénit de su famoso personaje en Supermán II, partiendo de un guión pergeñado por el mismísimo Mario Puzo. Martin Scorsese, quien volvía de participar en un par de documentales, recuperó a Robert De Niro, un poco relajado, el hombre, tras la mastodóntica El cazador (Michael Cimino, 1978), para regalarnos esa vibrante joya que es Toro salvaje, en la que fusionó a los escritores de sus dos largometrajes anteriores, Paul Schrader y Mardik Martin, para guionizar la autobiografía de Jake laMotta, por cuya interpretación De Niro ganó un Óscar. Precisamente, Paul Schrader, combinando su doble faceta de guionista y director, explotó el atractivo físico de Richard Gere, con el estreno, en aquel mismo año de 1980, de American Gigolo. Por muy surrealista, esperpéntico o vanguardista que pueda resultar su producción, un artista se manifiesta como genio cuando adopta la corriente irracional y onírica por elección, no por incapacidad de talento; de tal modo, David Lynch dio un golpe sobre la mesa con El hombre elefante, con un irreconocible y magistral John Hurt. El 1980 supuso el estreno de la legendaria Viernes 13, a raíz de ese subgénero del terror como fue el slasher, que, con La noche de Halloween, tan de moda puso un par de años antes John Carpenter, quien, a su vez, llevó a los cines otra de terror: La niebla. No desearía cerrar el primer año de la década olvidándome, pese a ser merecedora de ello y de mayor reproche, de Popeye, nefasta adaptación en imagen real de Robert Altman, protagonizada por Robin Williams (ahí es nada) y Shelley Duvall (sí, la de El resplandor).

1981 fue el año de un paradigma del prodigio de la acción y la aventura: Indiana Jones: En busca del arca perdida, que fusionó los nombres de, ojo, Steven Spielberg, George Lucas, Lawrence Kasdan, Philip Kaufman, John Williams y Harrison Ford. Dejó hueco el año para el terror de Sam Raimi y su Posesión infernal, y la postapocalíptica 1997: Rescate en Nueva York, del incombustible John Carpenter; sin embargo, el binomio director/guionista del citado Lawrence Kasdan logró elevar la temperatura de los espectadores (para seguir haciéndolo hasta la fecha) con Fuego en el cuerpo, thriller neo-noir, aderezado de erotismo, protagonizado por una sensual Kathleen Turner y un suertudo William Hurt. Carga erótica que John Derek quiso trasladar a su fallida Tarzán, el hombre mono, valiéndose de la imperecedera espectacularidad de Bo Derek. Favorecido por el éxito del filme de 1979, George Miller dirigió la segunda entrega de Mad Max. Y unas palmaditas en la espalda del sector independiente del género fantástico no fueron suficientes para validar La increíble mujer menguante, de un cuarentón Joel Schumacher, quien se iniciaba en la gran pantalla. El doblete del año en las carteleras lo disfrutó el multidisciplinar (cualidad que aún no se le reconoce) Sylvester Stallone, con Halcones de la noche y Evasión o victoria, ésta, atención, a las órdenes de John Huston y acompañado por Michael Caine, Max von Sydow y Pelé, vaya que sí.

Por su parte, 1982 fue uno de esos años enfebrecidos por el colosalista magisterio del arte. Sin duda, Blade Runner, de Ridley Scott, con un Harrison Ford en época de gracia, Rutger Hauer y Sean Young, fracasó, para renacer, cual fénix, hasta elevarse a los altares del Olimpo cinematográfico. De manera un tanto encubierta (se cruzaban normas sindicales que prohibían a un director encargarse de dos producciones al tiempo), Steven Spielberg dirigió ET, el extraterrestre, a la par que instrumentalizó a Tobe Hooper en Poltergeist. Quien sí pudo ocupar la cartelera en dos ocasiones aquel año fue Blake Edwards, con Tras la pista de la Pantera Rosa y ¿Víctor o Victoria? Un John Carpenter en racha proyectó en los cines la que para muchos es una de sus principales obras: La cosa. Su reflejo (por la identidad semántica), en cambio, fue la malograda La cosa del pantano, de Wes Craven. Sylvester Stallone puso sus músculos al servicio de John Rambo en Acorralado, primer título de la franquicia. Aunque, si de músculos se trataba, Arnold Schwarzenegger reventaba en Conan, el bárbaro, de John Milius, quien además guionizó junto a Oliver Stone, para una buena película rematada por la excepcional música de Basil Poledouris; como inolvidable fue aquel año la banda sonora de la grandísima Rocky III. Con la música, tecleado sea de paso, de Vangelis, ha quedado algo relegada al ostracismo Missing, de Costa-Gavras, con un Jack Lemmon apto para el drama y Sissy Spacek. Igualmente, relegada había quedado El rey de la comedia, nueva alianza entre Martin Scorsese y Robert De Niro y que parece haber revitalizado Joker (Todd Phillips, 2019). Por supuesto, nada decepcionante había de surgir, si la cooperación era entre Sydney Pollack, en la dirección, y Dustin Hoffman, como protagonista, engendrando Tootsie; o entre Sidney Lumet y Paul Newman, para Veredicto final. Arriesgadas apuestas cinematográficas, por el contrario, fueron la innovadora TRON, y su aire cyberpunk, y la recelosa mezcla de los opuestos Nick Nolte y Eddie Murphy para Límite: 48 horas. Pero, bueno, no en vano, 1982 atestiguó el retorno a los cines de una saga televisiva: Star Trek II: La ira de Khan, una de las mejor valoradas de este cosmos cinematográfico.

Aparece aquí, paciente lector, el círculo de aviso en los fotogramas. Se hace necesario un breve intermedio: hay que cambiar el rollo de las películas estadounidenses de los 80.