Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Coleccionando pelis

Que las plataformas televisivas nos han habituado a un nuevo modo de ver películas es algo indiscutible. Como en su día fueron los videoclubs para los cines, las plataformas nos llevan las películas a casa en cualquier momento, a cualquier hora, cuando mejor nos pueda venir, y con la añadida ventaja de evitar el desplazamiento hasta local alguno. Había comenzado hace tiempo el declive de los videoclubs y las plataformas, bueno, han terminado por rematarlos… Pero sobre este particular ya he tecleado en otra ocasión, creo.

En lo que a los cines respecta, el palo sí ha sido curioso. Todavía hay taquilla para las películas que lo merecen, porque la experiencia es totalmente distinta, y en ocasiones, tanto por un factor visual (no en vano, cada vez nos compramos televisiones más grandes para casa), como sonoro (no en vano, cada vez nos compramos altavoces y amplificadores más cañeros para casa), se estrenan películas que es necesario o, al menos, recomendable verlas en una sala de cine.

Ha sido el confinamiento pandémico catalizado con altas dosis de pereza los que han catapultado este sistema de emisión televisiva, este modo de disfrutar de largometrajes al plácido calor del hogar, despatarrados, con pantuflas y pijama, en el sofá. Hasta el punto es así que muchas realizaciones fílmicas se producen por y se estrenan para estas plataformas televisivas. Y me refiero a producciones de calidad, equipos técnico y artístico incluidos. Películas que, sí o sí, estás deseando ver. Antaño, grosso modo, la tendencia era una triple catalogación para los largometrajes. El top eran las producciones que se filmaban para ser estrenadas en cines, dentro de las cuales existían categorías (siempre hay categorías), detalle que no obstaculizaba el destino de exhibición pública en las salas. Por debajo de ellas, por presupuesto, peculiaridades o ambiguas virtudes, se producían largometrajes que saltaban a la distribución doméstica, a través la venta y el alquiler. Finalmente, se realizaban residuos fílmicos, débiles, si bien no exentos de encanto y valor, largometrajes reservados directamente a la emisión en la pequeña pantalla, mediante cadenas en abierto, por lo general, y para el caso nacional (cuando la emisión por cable en otros países aparecía consolidada). Todavía hoy se puede defender esta somera catalogación, pese a la cual se distorsionan algunos de sus parámetros, al entrar en juego esas producciones amparadas por las nuevas plataformas, de las que tecleaba líneas arriba y que atesoran la exclusividad del estreno. Lo atesoran férreamente, y he aquí el interés central del presente tecleo.

Los cinéfilos, quienes amamos las películas no como simple método de entretenimiento pasajero, como frívolo estilo para matar el tiempo, sino como disfrute verdadero, fórmula contemplativa de un arte; quienes nos recreamos y lo analizamos al detalle; quienes sentimos pasión y criticamos con ardor la obra, porque nos emociona dentro del amplio y extremoso abanico de posibilidades; quienes lo vivimos con sinceridad, coleccionamos películas. Y lo hacemos sin el figurado afán de almacenar estuches en anaqueles. Lo hacemos por la plena consciencia de que, antes o después, nos apetecerá volver a ver esa o aquella película. Recordar aquellos instantes míticos, descubrir aquellos inadvertidos, procesar aquellos elementos, únicos y maravillosos, que, argamasados en un mortero de talento, configuran un sólido bloque prodigioso. Nos gustan las películas, y disfrutamos de ellas.

Sin embargo, esas producciones exclusivas, de estreno y emisión, de las plataformas televisivas tienen un reverso tenebroso para quienes procuramos invertir parte de nuestros ingresos en la compra de películas: no se garantiza la venta doméstica, si se prevé. O no se confiere una fecha concreta para ello. Y es comprensible. Las productoras dependen de los abonos de sus subscriptores, ingresos que mermarían seriamente, dado el perjuicio por la salida de la obra a la venta.

Cierto que hay plataformas que aún compaginan el estreno de sus producciones en televisión y cine, filmes que acceden al mercado de venta doméstica, por suerte. Lo incierto es hacia dónde conducirá ese camino. Si la venta doméstica, y por ende, el coleccionismo de películas terminará convirtiéndose en un acontecimiento histórico, memoria nostálgica de una época pretérita, como la del alquiler en videoclubs.

Tengo un número de películas en casa, una pequeña colección personal, a la que, esporádicamente, se le van sumando nuevos títulos. No es gran cosa, pues concilio su adquisición con la de libros, o priorizo la adquisición de libros. Cuando compro alguna película hay conocidos que se extrañan y me preguntan el porqué del gasto en la actualidad, cuando las plataformas te facilitan cientos de títulos para verlos a discreción… No es tal la libertad.

No lo es porque, de un modo u otro, quedas condicionado a la disponibilidad de la plataforma, que prescinde o retira títulos a granel, si es que llegaron a aparecer en sus listados. Mi libertad —y de todo entusiasta de las películas, quiero entender— es poder ver un producto cuando y cuanto se me antoje, cada cinco meses o cada cinco años; y que sea, además, el producto que se me antoje ver, no el que a la plataforma de turno se le antoje ofrecer.