Hace años le oí a una persona muy querida para mí las palabras “se me hace de noche”, que evidentemente no decía en sentido geográfico. Sin que él ni yo lo manifestáramos externamente, ambos teníamos muy presente en el pensamiento aquel dicho luminoso de San Juan de la Cruz, “en el atardecer de la vida te examinarán de Amor”.
Pienso que es una buena cosa ser consciente de ese atardecer, de que se nos hace de noche. Lamentablemente hay quienes viven sin darse cuenta de ello. Puede entenderse que, en la medida en que la muerte llega siempre cuando no se la espera, uno no sabe cuando es de día y cuando, para él, está atardeciendo. Esto, en cierto modo es verdad. Pero no menos cierto es que cuando se rondan los sesenta—por arriba o por abajo—la mayor parte de la vida ya está vivida, lo que equivale a pensar acertadamente que lo que queda por vivir es una pequeña parte de lo vivido. O sea, que estamos en el atardecer de la vida, prestos a ser examinados en el Amor en un plazo de, como mucho, diez, veinte o a lo sumo treinta años si llegamos a nonagenarios.
La vida es muy breve. Cuando nos queremos dar cuenta, ya está el sol de caída, ya no tiene vigor, la luz es más tostada, las sombras más rasantes, lo “gordo” ya está hecho; se podrán “arreglar” las cosas, darles los últimos retoques, pero el día está medio vencido, la tarde es serena, para pasear, para prepararse a cenar.
Ese “arreglar” de que hablo más arriba tiene su importancia. Todavía se puede hacer algo, sobre todo si se trata de Amor. Todavía se puede rectificar, ganar en Amor si es que la mañana o el medio día fueron desperdiciados. Todavía se puede ir al examen con la lección bien aprendida.
La noche es un verdadero regalo. Me refiero a ese tiempo que va entre la caída del sol y cuando nos retiramos a dormir. Mis padres, que tuvieron un amanecer y un día muy luminosos, no solo tuvieron también una tarde muy llena, sino una prolongada y serena noche antes de dormir. La noche de mis padres fue para mí un inmenso regalo, y para ellos un regalo de Dios en quien descansaron apaciblemente cuando esa noche terminó para ellos.
Esa serenidad la da el Amor. Habrá—hay—quien en la vida busque otras cosas. No voy a decir que respeto su opinión, sino que le respeto a él en su errada opinión. Quienes estamos en el atardecer de la vida, pienso que tenemos la oportunidad de ver claras estas cosas. Y hay que aprovecharla, que la noche puede ser larga…o corta, y después de cenar, poco más se puede hacer salvo la digestión antes de darse a dormir.
El día siguiente será “el día”, para quien aprobare el famoso examen del atardecer anterior. El despertar será muy particular. Lo expresaba ese pariente lejano mío llamado Dámaso Alonso en su poemario “Hijos de la ira”:
“Déjame ahora que te sienta humana,
Madre de carne solo,
Igual que te pintaron tus más tiernos amantes,
Déjame que contemple, tras tus ojos bellísimos,
Los ojos apenados de mi madre terrena,
Permíteme que piense
Que posas un instante esa divina carga
Y me tiendes los brazos,
Me acunas en tus brazos,
Acunas mi dolor,
Hombre que lloro.
Virgen María, madre,
Dormir quiero en tus brazos hasta que en Dios despierte”.
Hay que hacer todo lo posible por vivir ese “despertar”. Pero mientras todo eso llega, vivamos el presente:
- Buenas noches, buenas noches. Que tengas buenas noches.
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Me gustó mucho este artículo,
Me gustó mucho este artículo, en el fondo y en la forma.
Saludos
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