Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Querubín veraniego y ocioso

Cuando miramos por primera vez a una persona, siempre hay algo en ella que nos llama la atención, sus ojos, sus movimientos, su aspecto, su proceder, su carácter...

 ¿Qué me llamo la atención de él? Sus ojos verdes enormes como globos dentro de un cuerpo diminuto. Fedor ya había cumplido 14 años, pero no los aparentaba, sus hormonas estaban aletargadas, “era un personaje enclenque” y por tanto conservaba una talla pequeña, un cuerpo de niño en apariencia de 10 años.

Llevaba el pelo rapado, lo suficiente para que los rizos color miel apenas brotasen en su cabeza. Solía llevar en época escolar “una mochila de adidas azul con ruedas”. De esas que simulan ser maletas e impulsadas por el pavimento a buen ritmo y “suenan casi como un bólido”. Aunque en más de una ocasión le habían dicho que sujetase la mochila para bajar las escaleras, ¡que fuese cuidadoso, con los pies ajenos, etc!..., él miraba a su alrededor la ausencia de adultos, o su relativa distancia para empezar su carrera y se lanzaba escaleras abajo, mochila en mano a toda velocidad, golpeando cada peldaño, machacando cada esquina, corre que te corre por encima de cada tapadera de registro  o alcantarilla, para que soltase dicha tapa su estridente sonido metálico... mientras que seguía corriendo hacia su objetivo.

Muchas eran las peculiaridades de Fedor, como su origen ruso o el significado de su nombre “Don de Dios”. Mientras su cerebro siempre hiperactivo no paraba de inventar. Ya se sabe, cuando un querubín de ojos verdes agudiza su creatividad puede balancearse entre el lado del bien (un niño educado y dócil) o por el contrario el lado del mal (cometiendo trastadas, ideando travesuras e inventando diabluras...).

Fedor visitaba a la abuela casi todas las tardes. Si le acompañaban más miembros de la familia, en algún momento se escabullía de la salita o patio de verano, se encerraba en el salón de los días de fiesta de la abuela y auricular en mano, solía hacer varias llamadas con el teléfono fijo de los abuelos,  a los lugares más recónditos, marcando números al azar o premeditados, ocultando su identidad, preguntando por nombres imposibles, acuñándose representante  de empresas extravagantes, solicitando información de productos exóticos, sacando de quicio al más paciente, hasta que la conversación acababa de uno u otro lado de la línea telefónica, de la manera más abrupta posible... Entonces Fedor regresaba con sigilo a la sala familiar, escondiendo su sonrisa y con cara de bueno para tomarse un refresco, un helado... Antes de irse de casa de los abuelos solía ser recompensado con un euro, aliviando el obligado beso de cortesía y despedida de su abuela.

Un euro suelto no da para mucho, “pero para una avispa ingeniosa y con algo de tiempo...”. Una de esas tardes que regresaban de la casa de la abuela con su madre y hermana, Fedor se ofreció para ir al supermercado y hacer un par de compras a su madre (mientras esta se marchaba para casa, para adelantar la cena e ir duchándose).

Fedor hizo sus recados con diligencia, en el súper decidió añadir a la cesta de la compra un pepino de buen tamaño por su cuenta y riesgo. Ya de vuelta para casa, eligió pasar por la farmacia menos transitada del pueblo, a una hora que los establecimientos han iniciado su cierre, antes de que los vecinos invadieran las aceras con sus sillas y butacas vecinales para tomar el fresco. Mira a un lado y otro de la calle que está calurosamente desierta y poniéndose de puntillas saca unas monedas, las introduce en la máquina expendedora de preservativos, saca el envase de mayor tamaño posible y lo guarda rápidamente en el bolsillo, emprendiendo la vuelta veloz para su casa.

Las mercancías compradas por Fedor las esconde con picardía en su mochila del instituto, junto a las materias pendientes del verano. A la mañana siguiente va a las clases de la casa de la cultura con normalidad, espera hasta el recreo para enseñar a los colegas sus adquisiciones en un rincón del parque donde no sean vistos por los monitores, mientras se comen sus bocatas y usan los teléfonos.  Su público aumenta durante el recreo al escuchar sus comentarios obscenos en corrillo, salpicado de carcajadas ocurrentes por la chavalería.

Aprovechando las últimas horas de la mañana en estas clases de verano, Fedor y sus colegas cercan a una niña, sacan sus adquisiciones “el pepino ya revestido con un preservativo”... (La niña en cuestión pone cara de asco y sale del cerco masculino rápidamente, para buscar refugio entre las chicas) ¡Mientras, ellos se parten de risa por el revuelo ocasionado!... Fedor sigue ganando espectadores y acrecentando su liderazgo durante este medio día veraniego.

Al final de las clases dentro de la solemne casa de la cultura palaciega, cuando todos los alumnos salen atropellándose hacia la calle, nuestro querido Fedor decide festejar su salida, aprovechando que está en la segunda planta del edificio y son galerías abiertas lanzando varios preservativos inflados, volando... Globitos de tamaños diversos que levantan la algarabía de sus compañeros, co-participes de la gamberrada de turno que aguardan agazapados por el patio del edificio, entre las escaleras de mármol bifurcadas por herrerías florales y pasamanos de molduras de castaño, estallando sus gritos mientras ocurre su fechoría... ¡Risas nerviosas, escandalosas, carcajadas entre la chiquillería!...

Mientras los monitores se ven sorprendidos por esta oleada de preservativos flotantes que ya van aterrizado en la planta baja de la casa, entre los pies de los otros chicos, pateándolos unos a otros, entre risas... Los adultos sorprendidos intentan no reírse en medio de la confusión, ser contenidos, dar apariencia seria y buscar rápidamente al culpable...

Al día siguiente comenzará la investigación y veremos a los monitores de verano “en su papel de poli bueno y poli malo, sonsacando información al enemigo, al alumnado veraniego, y así poco a poco irán surgiendo rumores, hasta cerrar el círculo”... El artista siempre firma con su humor sus hechos, “el querubín veraniego y ocioso al acecho”… Y cuando los padres son avisados del incidente, pronto escucharemos a su madre decir: ¿Cuántas vacaciones tienen los maestros?...¡Qué ganas tengo de que empiece el instituto y estés allí toda la mañana, desde  bien temprano!