Hoy un hombre mayor caminaba bien temprano delante nuestra, con su bastón en la mano izquierda, deteniéndose cada pocos pasos, agachándose de vez en cuando. Un anciano, con la templanza que da la disponibilidad de tiempo ilimitado y contradictoriamente finito. Tempo relativo para realizar una acción, momentos libres, sin aparente plazo, sin oficio, sin prisas, propio de algunas edades, bien merecidas, tras tanto trabajar.
Un personaje con sus achaques acumulados y la paciencia de pasear sin más, porque su vida se rige por rutinas elegidas, pero también por la ausencia de un horario explicito que cumplir. Con la posibilidad de exprimir o comprimir el paso del tiempo que uno tiene, como uno quiere.
Nosotros estábamos mirando, en la distancia de quien se acerca, pero sin ver desde lejos lo que hacía con detalle. “Seguíamos acercándonos a la par que, espiándolo por casualidad, sin intención premeditada alguna, salvo que estaba delante nuestra” ... En la distancia cada vez más menguada, entre él y nosotros, porque nuestra marcha era más rápida que la suya, un paseo de tarde, antes de la apremiante noche otoñal, tras haber afrontado las tareas del día.
Seguíamos ascendiendo por la circunvalación Sur hasta la rotonda de los olivareros en forja, esa que está junto al cementerio judío. Lo seguíamos viendo de espalda junto a hilera de los pinos, agacha que te agacha, recoge que te recoge, acumulando recipientes de plástico, bolsas y envoltorios de comida rápida en su mano derecha, juntándolos y llevándolos a la papelera más cercana, en pasos de ida y vuelta por la zona, sin miedo ensuciarse las manos.
Caminábamos, subiendo la cuesta, algo callados por el esfuerzo, hasta que ambos nos miramos extrañados, comunicándonos y entre nosotros, porque para sorpresa nuestra estaba limpiando la zona de frecuentada por viandantes, por los usuarios del botellón lucentino en los extra-radios del pueblo … ¡Unos despojos que no arrojó él, de ninguna manera y que por elección ejemplar recogía ahora voluntariamente!... Una conducta callada, única, sin premios, comprometida, sin etiquetas ecológicas. Recogiendo lo que otros habían sembrado en las inmediaciones.
Al pasar junto a su lado, nos contestó a las buenas tardes, mirándote a la cara, sonriendo, haciendo el gesto de quitarse el sombrero y como suele pasar con estas personas mayores, de fácil conversación.
Nos dijo: "Estos jóvenes son algo descuidados, como mis nietos, chiquillos veinteañeros, que viven deprisa, que comen y beben en la calle, que gastan mucho, porque les dan o lo tienen sin ganarlo, o se lo ganan y lo pulverizan... Zagales que descubren la primera vez de tantas cosas solos o acompañados, que disfrutan sin cálculo, con la inmediatez del momento que marca su etapa de vida, su tiempo, su reloj de juventud acelerado, creyéndose algo inmortales, sin sopesar que la tierra donde vivimos, está cada vez más agotada, más seca, más sucia o contaminada y pese a todo es mi hogar, porque al pasear por la naturaleza siempre recibo más de lo que le doy ”...