Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Una mirada que habla sola

Existen miradas que dicen mucho, que callan bastante, que te alegran el instante, que te remueven el alma, que te atraen, te activan o te comprenden o te entienden, te mimetizan en sus silencios, miradas que te alertan, te bloquean, te asustan y te acercan o te apartan de la locura del caos o el dolor. 

Mirar es un paso más avanzado, que ver. Es observar, es atender, tal vez analizar e interpretar y reaccionar. Por lo tanto, para mirar se requiere tiempo, información y un momento, un medio o lugar que propicie la contemplación de lo casual, de lo cotidiano, de lo organizado, lo expuesto y lo oculto, pero siempre posible de ser visto. 

Al nacer, la mirada de un recién nacido no tiene aún esa chispa vital, ese color de iris definido, mira con torpeza sin distinguir con claridad a la persona que lo acuna, buscando saciar sus instintos olorosos, de abrigo, obtener su alimento, lograr su bienestar, alcanzar su sueño, su feliz protección sin mayor preocupación...  Inicialmente la admiración hacia cualquier bebé es del grupo de adultos o niños/as que lo contemplan, que lo miran, que lo atiende en familia con instinto protector, anticipándose a sus necesidades. Un neonato hasta los 4 meses sus ojos no están trabajando a la vez, sobre esa edad comienzan a desarrollar la percepción de profundidad (visión binocular y su agudeza visual). A los 12 meses: la visión de un niño alcanza los niveles normales del adulto mientras continúa aprendiendo y entendiendo los estímulos que capta, que ve dentro de su campo visual, interconectando cerebralmente lo que percibe... Maravillándose con el mundo que le rodea, descubriendo las personas, los objetos, la naturaleza, los seres vivos e inertes, las texturas, los movimientos, los colores, los brillos, abriéndose al universo de formas e imágenes y sensaciones asociadas.  Miradas de inocencia infantil e inteligencia pícara con la que va dotándole la experiencia de la vida... Llegada la niñez, la adolescencia y otras etapas o periodos de la existencia humana, la mirada es un eje fundamental y vertebrador del conocimiento de la realidad, aunque no el único.  

La mirada es un modo de comunicación muy eficaz entre muchos seres vivos. Es una forma de presentación, de socializar, de mostrar emociones… Por medio del contacto visual, apoyado del verbal, de los gestos, de la expresión corporal, se pueden decir muchas cosas. Las emociones son contagiosas, al mirar a alguien a los ojos, sin necesidad de decir una palabra, le estamos contando cómo nos mostramos, como nos sentimos. 

Los niños suelen mirar fijamente aquello que les atrae o llama la atención, a veces señalan, preguntan o comentan en voz alta. Cuando le eres familiar y te los encuentras por la calle en otros contextos diferentes al que te ven o conocen, suelen mirarte directamente a los ojos y la mejor respuesta que pueden recibir es una sonrisa... Ellos y ellas mantienen su mirada persistente en aquello que le es habitual y mucho más en lo que le resulte curioso.

 Algunas mascotas de las que tenemos en casa, bien domesticadas, tienen esas mismas reacciones en sus miradas, observan fija e insistentemente hacia algo o alguien. E incluso suelen buscar la caricia del visitante o huir de quién no satisface su zona de agrado, conexión o empatía visual. Los perros especialmente criados en un hogar, como uno más de la familia, pero con normas claras evidentemente, se parecen a sus humanos, al encontrarlos de paseo en la calle te miran a los ojos, si tú los miras, se detienen ante ti, se te acercan, aunque paseen atados con sus dueños/as, sí ellos intuyen que los puedes acariciar. Aunque no seas parte de su manada familiar.  

Incluso algunos perros se ofrecen para protegerte, es el caso de un can pastor alemán con tres patas, que sus dueños sacan diariamente por el Paseo de Rojas. La mirada de este perro pastor se centra en las personas con las que se cruza, sus ojos marrones caramelo transmiten calma y sociabilidad. Te mira a los ojos directamente, sin intimidarte, por costumbre. Mientras camina entre saltos forzados, va disfrutando con su mirada de los niños con los que se encuentra, nunca lo he escuchado ladrar, aunque otros perros le planten cara, se extrañen de su aspecto o los gatos de las bodegas y el ambulatorio se le crucen desafiantes por delante de él. Se detiene si algún niño osa acercarse y acariciarlo, supongo que su aspecto incompleto, sus tres patas, facilita que llame la atención de grandes y pequeños, pero son estos más curiosos o menos respetuosos, o más naturales para romper las barreras sociales. El pastor de mirada serena, siempre que sacia sus necesidades fisiológicas, procura tumbarse cerca de la zona de juegos infantiles para descansar su maltrecha marcha, su mirada irradia felicidad al contemplar a los pequeños saltar o correr por el recinto, sin prisa. Si algún pequeñajo llora, se preocupa, se va y se tumba cerca de él, fuera de la valla de juegos, siempre a una prudencial distancia de las familias, atento, sin intención de moverse. Permanece tumbado, atento, vigilante e impasible ante el pequeño/a del paseo que se ha caído con instinto protector, que gimotea o solloza, hasta que acaban sus lágrimas.  

Siempre me ha llamado la atención este perro Pastor Alemán, su actitud y su nobleza... He hablado con su dueña en un par de ocasiones que mi sobrinillo Jorge lloraba caprichosamente, con sus dos años de vida en el parque, simplemente porque no quería subirse al cochecito y volver a su casa, con sus padres, tenía ganas de seguir tirándose por el tobogán, corriendo o saltando por el albero, aunque ya fuera de noche... Por ello su dueña me explico su comportamiento, tenía que aprovechar que ningún pequeño llorase en el parque para poder marcharse con su perro hasta su casa, porque mientras oía llantos, él pastor no quería levantarse e irse, intuía que debía permanecer allí... 

Singularidades de las miradas, de esa mirada animal que es más humana que perruna, porque transmite la paz suficiente para hacernos sentir a su lado más persona, para poder confesarle nuestros más profundos y dolorosos secretos en voz baja, tal vez al oído, mientras lo acariciamos, porque es capaz de captar lo que pensamos del mundo y de lo que nos rodea, por mucho que intentemos mentirnos a nosotros mismos, cuando precisamos un abrazo y él se ofrece para dejarse abrazar.