India. Impresiones y espejismos (y VIII)
Aquí casi nadie hace nada solo, siempre hay gente de sobra para todo. Incluso para ayudar. Delante de mí hay un niño, un adolescente y un hombre como enrollando unas mantas. No sé para qué, si ahora llega el invierno aquí también. Hay que ver lo duchos que son haciendo algunas cosas y lo torpes que pueden llegar a ejecutar algunos trabajos. Los zapateros son unos maestros en su oficio con tan sólo cuatro o cinco utensilios. Al lado de mi hotel en Delhi, había dos hombres haciendo sillas de madera. Tienen el asiento y la base de la silla redondos, lo demás de una especie de mimbre. Con unos sopletes calentaban unas varas de madera de manera que las doblaban hasta atarlas y formar un círculo. Trabajan con sus manos y con sus pies. En dos días las sillas estaban hechas y ya estaban doblando más varas. Muestran la misma destreza siempre que se trata de trabajos manuales que requieren de una mecanización de los reflejos. Cuando se trata de, ordenar, limpiar, organizar, a no ser que se trate de un evento religioso, qué trabajito les cuesta. Respecto a la manta, todavía siguen. Parece que la están envolviendo para un regalo. ¿Será para un cumpleaños o quizás hoy es fiesta?
Al llegar a Rishiquesh me topé con la fiesta en honor a Durga, que también coincidía con la victoria de Rama frente al demonio Rávana. Como se ve en algunas películas, todo el mundo se lanza polvos de colores por todo el cuerpo, por lo que todos terminan embadurnados bajo una nube de colores mientras retumban unos tambores de ritmo acompasado y los jóvenes bailan de forma estrambótica como si la vida les fuera en ello, retorciéndose histriónicamente y acompañados por no menos recurrentes gestos faciales. Un auténtico éxtasis público sin más química que la natural e intrínseca de los participantes y la del polvo de colores. Se pasean varias tallas de vivaces tonalidades esculpidas para la ocasión. Creo que se hacen de arcilla, paja y papel maché. Durga está sentada sobre un león, quien según la mitología, le ayuda a derrotar a otro demonio que en forma de búfalo amenaza a los demás dioses. Durga es una manifestación de la diosa Kali, la destructora, esposa de Siva. Como destructora, no es que sea mala pues en este caso aniquila a las fuerzas del mal manifestadas en un búfalo. Los dioses indios son duales. Los conceptos del bien y el mal son uno sólo. Tras la ruidosa y polvorienta procesión, en la que también se balancean figuras de Rama, Ganesh y Haruman, los santos patrones son arrojados al río. Este acto ritual es un claro símbolo de la filosofía hinduista: todo nace y muere, todo es pasajero, no permanente. Es por lo que las figuras vuelven al sitio del que salieron, a la tierra. Se convierten así en el impreciso barro que les dio forma originalmente, en el fondo del rio. La misma noche, en la otra orilla, se quema una gran figura del demonio Rávana, quien Rama, que está por todos lados ya que es el héroe mitológico nacional por excelencia, venció con su flecha mágica. Por la noche arde mientras se siguen tocando tambores y se lanzan fuegos artificiales.
¡HappyDiwali! El Diwali es una de las fiestas hindúes más populares del país. Se asemeja a la navidad en las vacaciones de los colegios y universidades así como en el ambiente consumista que lo impregna todo. Mareas de gente, o más en concreto, mujeres y niños, abarrotan las calles de los bazares. Los hombres ocupan la parte trasera de los mostradores ya que se ocupan de vender las mercancías. Sobre todo se vende comida para ofrecer a los invitados y a los vecinos. También se venden luces. Miles de luces. El Diwali es la fiesta de la luz. Todo el mundo acicala sus casas con cables llenas de colores. Dentro de las casas, velas de cera o de aceite. El resto de fachadas de la India se alumbran con velas y lámparas de aceite pero aquí hace mucho viento por la noche, así que las velas deben ser eléctricas. Le quita un poco de romanticismo al asunto pero bien merece la pena. Los niños en los autobuses escolares nos gritan: ¡HappyDiwali! Esto parece una navidad inglesa con tantas luces colgando de los tejados. Aparte de las luces, muchas tiendas que han sacado a la calle pequeñas casetas especiales para fiesta. Están cargaditos hasta los topes de artillería ligera, media y pesada. Todo tipo de fuegos artificiales se venden sin ningún control; no me extrañaría que mañana hubiera cientos de heridos por fuego en toda la India. La diversión es para los hombres, la seguridad queda en manos de los dioses. Sólo hay que ver los andamios caseros (debería subir alguna foto), en las construcciones indias. Dan miedo. El Diwali celebra la vuelta del héroe divinizado Rama, que retorna a casa a los 20 días de vencer al demonio Rávana con ayuda de Haruman, el poderosísimo dios-mono, y rescatar a su amada: Sita. La vieja historia de siempre. Infalible. Las casas han de estar inmaculadas por dentro, algo inusual en este país. De esta manera Laksmi, diosa de la riqueza, entrará en las casas repartiendo bendiciones e ingresos para el resto del año.
La noche del Diwali fui a Hariwar, a media hora de las montañas. Es otra ciudad sagrada bastante importante. Los hindúes acuden esa noche a poner una hoja con flores y con fuego en el río, pidiendo sus deseos al “Ganga” en unas escaleras que aunque están sucias de pasar tanta gente arrojando basura y de tantas vacas, están hermosas, llenas de velas, de vendedores de flores y de altares con abundantes divinidades. Acompaña a cada deidad un pandit (que es más un cuidador de dicha deidad que un sacerdote) que recoge las puyas (propinas) de todos y cada uno de los que se acercan a rezar, recitar un mantra o simplemente presentar sus respetos a las figuras. Y a los extranjeros también. Yo ya me he cansado de que me pidan propinas y siempre digo: Religionis free.
Y después de una visita muy productiva a Delhi, llegué a Pushkar hace ya unos días. Es un pueblo pequeño, que se ve en un par de días, pero tocando mi viaje a fin, no me voy ahora a andar con prisas. Y no solo mi barriga me retuvo aquí, sino la feria de Pushkar: La feria del camello. Creí haberlo visto todo tras adelantar en el autobús a camellos tirando carretas y un par de elefantes elegantemente conducidos por unos hombres del desierto con turbantes sentados en una especie de tronos a lomos de los paquidermos. Despistado por lo general, quedé pasmado por encontrarme de nuevo en una feria, pues no sé si es cuestión de suerte o es que a lo mejor aquí hay fiestas por doquier. Lo que me trae a este pueblo no es otra cosa que encontrarme de nuevo con Lorena, Diego y Luna, que en dos días toman un avión y no sé cuándo voy a verlos otra vez. La cuestión es que al día siguiente de mi llegada empezaba la compra-venta de camellos y caballos más grande de la India. Los criadores de camellos, pastores de la provincia de Rajastán, vienen a vender las mercancías que han ido criando durante todo el año. Parece que podrán vivir el resto del invierno si es que hacen buen negocio. Rajastán es, por cierto, la provincia de donde partieron los gitanos que fueron regando Europa con su música hasta llegar al Puerto de Santa María. Más que gitanos, aquí se les llama nómadas, y la acepción tiene esa connotación de no vivir en sitio fijo más que referirse a la raza. A los turistas desde luego nos venden la “gipsymusic”, que siempre tiene más gancho. Como andaluz, es toda una sorpresa y una curiosidad ver de dónde viene, originariamente, parte de mi cultura, pues la simbiosis entre lo andaluz y lo gitano es más que obvia. Este es otro sitio sagrado (¡parezco un peregrino caramba!), lo que quiere decir muchos turistas y muchísimos indios. Me encuentro con extranjeros a los que ya me he cruzado en Leh, en Rishiquesh…
Esta es una de las poquísimas ciudades, si no la única, en las que se adora a Brama, el dios creador del mundo. Me llama la atención el hecho de que el Dios Creador es el único al que adoramos en occidente. Brama es un dios antiguo, data de los Vedas pero su importancia y culto menguó con la creciente importancia de Visnu y Siva. Una vez más, el fantasioso ingenio mitológico y religioso hindú explica el origen de este pueblo de forma mágica. Pushkar se edifica alrededor de un pequeño lago que se comunica con las calles centrales por medio de ghats, escaleras donde los fieles se purifican con sus aguas.
Brama se iba a casar con Savitri mediante un ritual llamada yagna, que debía celebrarse en un momento astrológicamente auspicioso. Savitri estaba tan ocupada vistiéndose (parece que eso es algo universal) que no pudo asistir a tiempo, por lo que Brama tuvo que elegir otra esposa porque se pasaba la hora propicia para la ceremonia. La única mujer disponible era una pastora de nombre Gayitri, de casta Gujar, intocable. Esto debe explicar porqué la mayoría de la gente que acude a Pushkar para purificar su karma son de castas inferiores. Además es un sitio famoso a nivel provincial, los peregrinos suelen ser gente de pueblos cercanos y del campo. La mayoría pertenecen a razas étnicas minoritarias de Rajastán. Cuando Savitri llegó, estaba tan furiosa que maldijo al Creador diciendo que de ahí en adelante, Pushkar sería el único sitio donde se le rendiría culto. También declaró que la casta Gujar obtendría la liberación tras la muerte, solo si arrojaban las cenizas de sus muertos al lago. La tradición todavía persiste hoy en día. Es por lo que tengo una habitación con ducha. Para aplacar la ira de Savitri, se construyó un templo en la colina más alta al oeste del pueblo. A Garitri en otra más baja, al este. Los peregrinos deben subir primero al templo de Savitri y después al del Garitri.
La feria de camellos me sorprendió, nunca he visto tantos camellos juntos. Algunos gigantescos, como dinosaurios. Otros de talla mediana y otros más pequeños. No vi ninguno de talla bebé, o a lo mejor los más pequeños eran bebés. Había cientos de ellos. Los pastores estaban ojo al parche para que el género no saliera corriendo o bien se sentaban en círculo charlando, tomando té fumando en sus pipas o sus chilums mientras los camellos pastaban con las piernas atadas. Todos llevan unos turbantes enormes y muy enrollados en la cabeza, diferentes de los árabes o los sikhs. Son de colores fosforitos: naranja, amarillo, rosa, rojo… los vestidos de las mujeres también destacan por los colores chillones y muchos brillos dorados y plateados, incuso brillantes espejitos incrustados. También llevan enormes pendientes dorados en orejas y nariz. Se cubren media, o la cara entera con sus finísimos pañuelos con sus borde dorados. Ahora me explico por qué Rajastán es quizás la provincia más turística de la India. Además de los castillos árabes en las principales ciudades, todo está inundado de colores. Las artesanías alcanzan su máxima expresión y mezcolanza en esta provincia. Hay mucha plata y joyería bastante barata así como piedras de todo tipo: cuarzos, amatista, lapislázuli, turquesas, rubíes…: he oído que las traen de Brasil y las trabajan aquí ya que la mano de obra es barata. Ver para creer. Los bolsos y sandalias son variadísimos y de primorosos y exóticos bordados. Pulseras de todos los colores y tamaños. Y como siempre ropas jipilongas de multitud de formas. Hay montones de talleres con miles de sastres tejiendo durante todo el día alrededor de este pueblo, preparando los encargos que muchísimos españoles y gente de todo el mundo les hacen para enviarlos a sus tiendas en sus respectivos países. Un buen sitio para hacer compras. Yo me he gastado siete euros en un colsimogantito y estoy contentí, pero las calles de Pushkar son una tentación continua.
Las tierras de Rajastán son áridas, el aire seco, la vegetación no demasiado abundante pero tampoco escasa. Se intercalan suelos de desierto con zonas menos arenosas. Y cómo cambia el carácter de la gente. La amabilidad tibetana queda ya bien lejos. Aquí se mezcla la simpatía con la rudeza, y la indiferencia de grupos de mujeres con la curiosidad de los jóvenes, que piden a los turistas que posemos con ellos para tomarse una foto. Al venir del campo no han visto en su vida muchos turistas.
Espiritualidad, superstición, tradición y mito. Todas se dan la mano y entrelazan sus prolíficos dedos en las fiestas indias. También el negocio, pues el dinero es una de las tres cosas más importantes según la religión hindú, junto con el Dharma (tu obligación en esta ida acorde a tu nacimiento en una clase social, tu responsabilidad) y tu Karma (las acciones acorde a la moral, lo que está bien o mal). Sí, el dinero, que en el hinduismo circula libremente al no existir una teocracia como la romana. Algunos gurús se hacen más famosos que otros y al tener muchos seguidores aumentan trascendentalmente sus ganancias, pero en general, no existe una organización que monopolice las creencias de todo el país, como ocurre (u ocurría) en el Budismo Tibetano o en el mencionado Catolicismo o en el Islam. ¿Quién dijo que hay que odiar el dinero para ser hindú o para ser espiritual? Yo todavía no sé si son la misma cosa. Será porque aquí en el desierto, la espiritualidad es un gran espejismo.
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