Mirar por la ventana en un día de lluvia, de esos que últimamente la naturaleza nos niega en este sur de Córdoba, pero hoy sábado, sí lo tenemos, en esta mañana, miro la lluvia con una taza caliente agarrada entre ambas manos, mientras mi nariz se va embriagando del aroma de un té, sin prisas.
Mirar por la ventana, asomarse al balcón, aguardar en el zaguán de tu casa, es un acto cotidiano que no es lo que parece, que invita a la imaginación de lo corriente y extraordinario. Mirar con el alma, procesar con el cerebro, es una de las acciones más bellas y contradictorias de la vida habitual.
Todos y todas lo hacemos en algún momento u otro del día, de la semana, de nuestras vidas, mirar por la ventana... Aunque tendemos a desaprobar a los mirones hombres o mujeres fijos que habitan en nuestros espacios vitales.
Se supone que somos seres muy atareados continuamente, que debemos estar encadenando faenas, ocupando nuestro tiempo, aprovechando el momento y con ello nuestra mirada en trabajar, estudiar, calcular la logística de nuestras casas, gestionar los contratiempos de nuestros mayores, comprar, limpiar, lavar, cocinar, desgranar el espacio-tiempo en algo de provecho.
La mirada observadora, se la tacha de curiosa, fisgona, juzgadora, analítica... ¿Entonces la persona que mira continuamente por la ventana, está perdiendo el tiempo?... ¿Todos/as miran por la ventana de igual manera?... ¿Se puede mirar, sin ver por esa ventana lo más inmediato?... ¿O la persona que mira por la ventana puede hacerlo para ocupar su pensamiento, resolver sus cosas, captar sensaciones evocadoras presentes o no?...
Son muchos los cuadros o escritos, las escenas de películas que recrean esta imagen de hombres y mujeres solos, desde dentro de su morada, desde fuera de la misma, centrados en esa vista, mirando por la ventana con actitudes muy diferentes. Que miran sin ver el mundo, más bien divagan en su mente, en sus pensamientos y sentimientos.
No es necesario que el artista plástico-visual o literato nos explique qué están pensando, intuimos que están ensimismados, recordando o esperando, y no viendo las cosas de la orbe, de la humanidad. No es necesario porque todos/as lo sabemos por propia experiencia... Porque en ese instante nos hemos sentido melancólicos, soñadores, reflexivos, manteniéndonos en la misma postura unos momentos, un tiempo impreciso, que pasa, desconectados de la realidad familiar de nuestro hogar, sumergidos en nuestros pensamientos...
En esta época de tanta tecnología, redes sociales e inteligencia artificial, yo me pregunto: ¿Los robots podrán mirar por la ventana, empatizar con sus chips programados en nuestros actos o sentimientos, como lo hacemos los humanos? O, ¿las personas en las casas inteligentes del futuro, perderemos la costumbre de socializar, de mirar por la ventana convirtiéndonos en autómatas sin melancolía, creatividad o pensamiento propio?... ¿Seremos máquinas robotizadas llevando a cabo múltiples tareas cada vez más específicas, que no son nuestras?...
Os invito con esta taza humeante entre las manos, que ya voy acabando, entre pequeños sorbos, a mirar por la ventana de vuestra casa, de vuestro trabajo, de cualquier lugar, de vez en cuando, sin prisas, como un acto personal para entender, para pensar, para sentir, para respirar nuestra esencia, tal vez entonces todo lo que hagamos después, podrá tener sentido, porque nada que no sea observado puede permanecer en nuestra memoria.