Un título puede ser un reflejo exagerado, recurrente o tergiversado de lo que somos, sentimos, comunicamos de mil maneras diferentes y expresamos en cada momento... ¡O perciben los demás!...
En ocasiones nuestro carácter fluye explosivamente, sin cortapisas con una respuesta grotesca, brusca y abrupta, sin mediar causa aparente, que no se corresponde con la palabra inicial y la persona “in situ” que desencadenó dicho arranque, por una casual contrariedad mal gestionada e intrascendente, mal administrada o abordada con las formas y maneras que muestran lo peor de nosotros mismos...
Las posibles causas que modelan y marcan un carácter son múltiples. El estrés es casi siempre la clave de nuestro autocontrol o descontrol. El manejo del estrés puede resultar complicado y confuso. Los diferentes tipos de estrés que soportaremos en nuestra existencia son: agudo, episódico y crónico. Todos ellos transitan por nuestras vidas y nos definen como personas, nos hacen responsables de nuestros comportamientos, actos y consecuencias, ya sean presentes y futuras.
Cada estrés cuenta con sus propias características, síntomas, duración y enfoques de tratamiento (sí es que se busca ayuda o se quiere cambiar algo), para madurar, para aprender, para sanarnos o no.
A menudo, el estilo de vida y los rasgos de personalidad están tan arraigados y son tan habituales en nuestro carácter, que las personas no vemos nada malo en la forma en la que discurren nuestras respuestas. Nos falta ver el reflejo real de lo que proyectamos o se sobreentiende. Es fácil culpar a otros seres humanos de sus hechos externos, o de sus males. Con frecuencia vivimos en un círculo vicioso o viciado, con un estilo de vida, con unos patrones de interacción con los demás y unas formas de interpretar egocéntricamente el mundo, como sí fuéramos o fuésemos el centro del universo, con nuestro propio código de razones y valores, creando una escuela de lo que somos y hacemos.
Nadie está libre del estrés, aunque el momento vital vivido, emocional, laboral o de salud, no siempre este en ese orden expresado. Aunque evidentemente si va determinar nuestras debilidades, males, opciones o fortalezas.
Afortunadamente, la mayoría de las personas son capaces de reconocer los síntomas de su tristeza, su rabia, su estrés, si se detienen un instante, si analizan su situación, si se escuchan sus achaques, si priorizan entre tareas, si reconocen sus vulnerabilidades y si se quieren suficientemente.
El peor aspecto del estrés crónico es que las personas se acostumbran a él, se olvidan que está allí. Porque viven o sobreviven con renuncias, acumulando dolor, cicatrices, superando experiencias duras, personales, vinculadas a la salud, las emociones o el trabajo entre otros contratiempos del vivir... Se olvidan de pedir ayuda, de hacer lo que le indica esa asistencia psiquiátrica, medicamentosa... Aunque los servicios sanitarios públicos hoy en día también tienen sus carencias, sus largas esperas e incluso la posibilidad de que cada vez que se acuda a la consulta se encuentre uno/a con un profesional de la psiquiatría o la psicología distinto, sin continuidad o seguridad en lo que se dice, se receta, se diagnóstica, se confía, etc.
En ese compás de espera es fácil ensimismarse con sustancias paliativas al dolor que se padece, con efluvios, adicciones y drogadicciones. Sin perdonarse en ese tránsito opaco o pedir perdón en el caos existencial que empezó siendo una cosa y ha derivado hacia otros derroteros...
Y para los demás, con una mirada desde el exterior de ese estrés, de ese dolor sufriente, no es complicado entender el abandono ajeno, respetar la autodestrucción y esperar u desenlace posiblemente incierto que ya preveíamos.
Las personas somos complejas. Los entornos de familia sanguínea o vinculante emocionalmente, susceptibles de ofrecer ayuda se repliegan. Tiran la toalla, aburridos de problemas ajenos, hastiados del caos que los definen o se han convertido, cansados de oír, de escuchar, de promesas vacías imposibles de sostener. Agotadores entornos sujetos a las deudas ajenas que no cesan exponencialmente, por ejemplo.
Ignorar el estrés crónico, sus consecuencias, porque es algo viejo, que atañe al ámbito familiar más cercano, puede que resulte cómodo para algunos, sí estos no caminan por la cuerda de la autoagresión, la adicción en todas sus variantes o el suicidio.
Ya ves querido amigo, en este mes de junio, vuelves a mí memoria, ya se han cumplido tres años de tu ausencia, de tu fuga, quitándote voluntariamente tu vida.
Pocos pasos ha dado la sociedad actual. Los servicios médicos tras la pandemia son aún más lentos, el acceso al especialista dilatado como sus listas pendientes en el tiempo, las terapias sin dinero imposibles, las bajas médicas prolongadas, son la solución al instante emergente tan solo...
Aunque se han creado tlfnos. como la Línea de atención a la conducta suicida, con la que puedes contactar marcando el 024, las 24 horas del día. Se trata de una línea telefónica de ayuda a las personas con esos pensamientos, sólo para hablar antes de actuar, para escuchar y ser escuchado, para orientar, si deseas ser orientado, junto a otras entidades u ONG públicas y privadas, conscientes de que la salud mental de los españoles es cada vez más frágil...
Y ahora más que nunca observo en mi entorno cada vez más adolescentes y adultos enfermos como tú, con tus actitudes y pensamientos no siempre verbalizados, con amenazas sutiles, con chantajes emocionales y materiales, con bajos niveles de esfuerzo y frustración, con adicciones al móvil, al alcohol... Todos ellos sin un objetivo o una orientación precisa y definida en su vida.
Confío en que ese modo de proceder, ese carácter de muchos/as madure, vire y giré suficientemente, con la ayuda oportuna, para que autorregulen su caos, su estrés y traten sus enfermedades mentales. La observación, el conocimiento, la escucha, la experiencia y la edad, siempre templa las posibles respuestas y diversifica sus opciones, sus posibles salidas.