Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

El velo

Como me gusta acudir a las razones últimas de las cosas, quisiera hacer algunas consideraciones en torno al velo. Quisiera que tales consideraciones estuvieran en las antípodas de lo que daría de sí un descerebrado o fanático, sea de un signo o de otro.

El velo tiene su origen en Persia, y del contacto de unas y otras culturas del oriente fértil, la costumbre fue admitiéndose por otros pueblos. La razón de ser era la de tapar el rostro de la mujer como signo de pudor y también con un criterio práctico: sobre todo lo llevaban las mujeres casadas como muestra de protección por parte del marido y también como muestra de su dignidad como mujeres casadas y de exigencia de respeto que se reclamaba de cualquier hombre que las viera con la cabeza tapada.

Quienes piensen que el velo es sinónimo de servilismo o esclavitud, no saben lo que dicen. El velo, al menos en su origen, es una prenda que ante todo tiene el carácter de ser voluntaria. No es una imposición masculina, sino una prenda que expresa la dignidad de la mujer, que viene a decir algo así como “quede claro que no soy de todos sino de quien yo quiero”. Es una manifestación ante todos de autoposesión por parte de la mujer, lo que da la talla de ella misma, de su dignidad, de su excelencia.

En la antigüedad, las mujeres que tenían conciencia del valor propio, llevaban velo. En tiempos de San Pablo, en su ciudad natal, Tarso, era habitual que todas las mujeres casadas lo llevaran. San Pablo se crió en ese ambiente. Quizá por eso en una de sus cartas se muestra favorable al velo en la mujer y lo entiende como algo normal. Sin embargo, en las ciudades jonias, en las que las mujeres iban medio desnudas por la calle, lo normal era, no solo que las mujeres no llevasen velo, sino que con la sola mirada incitasen a follar. Evidentemente, ni las que lleven velo tienen que ser forzosamente unas santas por el hecho de llevarlo, ni las que no lo lleven tienen que ser necesariamente unas putas por el hecho de no llevarlo. Pero de todas formas, se ve claramente hacia donde tiende lo uno y lo otro.

Al hablar del velo me estoy refiriendo, por supuesto, al velo que cubre la cabeza entera, no solo la cabellera sino la cara. Optar por no llevar velo supone ya que el rostro no se reserva solo para la persona amada. Si se sigue descubriendo el cuerpo poco a poco, llega un momento en que ese cuerpo es aprehendido con la mirada—y con el deseo—de forma pública, con lo que la autoposesión de la mujer queda menguada hasta ser prácticamente insignificante, hasta ser una mujer pública aunque no se dedique a ejercer de puta. En esas condiciones, hablar de dignidad es una quimera.

El velo que algunas monjas de clausura utilizan hoy día tiene el significado de su matrimonio espiritual con Cristo, de ocultarse a otras personas y reservar su persona y su dignidad para su Esposo, para Cristo. El velo que hace años llevaban las mujeres cristianas en la Santa Misa tiene el mismo significado, reservar la persona, la propia dignidad, para Cristo.

Llevar un velo que solo cubra la cabellera no tiene sentido, salvo por motivos funcionales de recoger el pelo. Menos sentido tiene llevar un velo e ir medio desnuda, o ir, como vi en la calle hace años, una mujer con velo, pero con unos pantalones tan bajos que se le veía la raja del culo.

Podrá haber defensores y detractores del velo. En las líneas precedentes he procurado pensar un poco sobre el tema. Habrá quien se escandalice de que a estas alturas del siglo XXI hable del velo. A mi lo que me escandaliza es que a estas alturas del siglo XXI haya quien tome posturas sin razonarlas previamente, sin sentido crítico, sin plantearse las cosas.

¿Volverá el velo? No lo se. Lo que sí se es que actualmente hay demasiadas mujeres públicas por la calle, y eso no es bueno.

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