Antonio Moya Somolinos
Hay una película de 1946 que se titula “El cartero siempre llama dos veces”, dirigida por Tay Garnett y protagonizada por John Garfield y Lana Turner. Creo que la tengo en mi colección de películas, aunque todavía no la he visto. Al parecer es una buenísima película de cine negro. El guión de la misma no tiene nada que ver con lo que voy a escribir. Solo me llama la atención para este artículo el título de la película, pues durante mucho tiempo el cartero solo ha llamado una vez, o en todo caso, pocas.
Voy a aportar un dato. Al morir mi madre hace casi dos años, me tocó el duro cometido de deshacer su casa en Madrid, lo cual hice pausadamente durante meses. En los 56 años que mi madre vivió en ella, no tiró ni un solo papel, menos aún la correspondencia. Todas las cartas que mis padres escribieron o recibieron desde que se casaron en 1954 y antes, ahí estaban cuando yo rebusqué en la casa. Y ahí están, entre mis papeles, porque no las he tirado, sino que las he ordenado después de leerlas. Entre cartas y postales debe haber unas 2000, lo que supone aproximadamente unas treinta y tantas al año, algo más de una cada dos semanas. Es verdad que luego estaría la propaganda, que se ha perdido, que con el avance de los años se hizo cada vez más numerosa. Pero el dato es este: mis padres recibían una carta cada diez días más o menos.
Vayamos al momento actual, a la era de Internet y del correo electrónico. Hace unas dos semanas empecé a notar que mi correo electrónico iba un poco lento. Me dí cuenta de que tenía sin leer nada menos que…5312 correos, que sumados a los leídos, pero no eliminados, arrojaba un total en mi bandeja de entrada de 12.434.
Me dí cuenta de que tenía que tomar medidas urgentemente si no quería ver inminentemente a mi pobre correo escacharradito y agotado de soportar tanta correspondencia, y no tuve más remedio que empezar a eliminar, sin leer, montones de correos, apoyado en el único criterio de la impresión que me daba el título de cada correo. Podrá pensar el lector que esto ha ocurrido debido a mi desidia en atender el correo electrónico. No es así, porque lo leo todos los días. Tampoco es cierto que no lo expurgue, porque diariamente elimino del orden de treinta correos sin leer, más otros quince o veinte después de haberlos leído. Lo que me sucede, sencillamente, es que no doy abasto con la ingente cantidad de correos que me llegan. Como a todo hay quien gane, el otro día lo comenté con un amigo que resultó recibir más que yo, pues llegan a su bandeja de entrada del orden de 150 correos diarios, es decir, que en dos semanas recibe más correspondencia—digital—que mis padres en 56 años.
Menos mal que el cartero digital es inmaterial y va por los aires. Si toda la correspondencia digital que el citado amigo o yo recibimos vía Internet la recibiésemos postal, estaríamos envueltos en papel y el cartero tendría que darse de baja por agotamiento. A pesar de que el correo electrónico es algo relativamente moderno, qué lejanos quedan los días en los que el cartero como mucho llamaba dos veces. Verdaderamente la informática ha venido a multiplicar las posibilidades de todo lo que se hace, pero hay algo con lo que no se ha contado: el ser humano sigue siendo limitado, y, si es posible recibir 150 cartas al día, lo que no parece posible es leerlas por cuanto el tiempo del ser humano es limitado.
Creo que en este momento de la historia en que vivimos, en la era de la información, es imprescindible tomar conciencia de un factor de nuestra vida que hemos de defender si no queremos caer en el torbellino de la máquina. Ese factor es éste: 1º.- Mi tiempo es limitado. 2º.- Yo, y no otro, soy dueño de mi tiempo. 3º.- El tiempo que destino a una actividad se lo estoy detrayendo a otra. 4º.- Si quiero llevar a cabo los objetivos que me he propuesto en mi vida, necesariamente estoy obligado a establecer prelaciones.
En la criba que realicé borré algo así como 3900 correos sin leer y otros tantos de los leídos. Tengo que hacer otra criba un poco más sosegada. Pero lo importante de esta situación es que he tomado una postura más consciente respecto al correo, de la misma manera que hace meses la tomé respecto a Facebook y Twitter. Hay que defender el propio tiempo. Hay que situar cada cosa en su sitio y en el sitio que ocupa en nuestra vida.
Antonio Moya Somolinos
Arquitecto
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