Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Siete días en el Tíbet

India. Impresiones y espejismos (III)

Siete días en el Tíbet

Tras un largo viaje de dos días haciendo escala en un pueblecito perdidísimo de la mano del hombre pero no de algunas multinacionales, hemos llegado a un pueblo llamado Leh, en la provincia de Ladakh perteneciente a Cachemir, que fue parte del antiguo Tíbet, y que India amordazó antes de que China lo engullese. Lo mejor de estos viajes tan largos es que normalmente se hacen amigos en el autobús. Todo tipo de nacionalidades rellenan el autobús minibús: Austria, India, Maldivas, China, Taiwán y como no, un andaluz con un bigote a lo Frank Zappa. Cada hora se nota como subimos de altura, como aumenta la presión en las sienes y como los pulmones se arrugan un poquito, pero el cambio es suave y gracias al paisaje, aunque largo y cargado de baches, el viaje no se hace tan duro. El paisaje es lunar e hipnótico. Entretiene. Desde el verdor de Cachemir, nos vamos introduciendo en tierras cada vez más inhóspitas. Pacha mama recóndita e ignota. Las montañas aquí son áridas, la vida debe ser dura. Menos mal que las montañas son generosas con el agua que queda congelada en sus coronillas, haciendo de los valles las únicas zonas habitadas, dotándolos de ríos de todos los tamaños y formas y coloreándolos de verde, permitiendo la siembra de las más comunes verduras, hortalizas y trigales durante la primavera y el verano. En la religión arcaica del Tíbet, antes del Budismo e incluso del Bon, las montañas eran sagradas y consideradas dioses, al igual que en toda religión primitiva. Tal vez estos colosos, llamados por entonces “dioses del país” o “señores del lugar”, sintieron pena de sus vasallos y lloraron ríos de lágrimas para aliviar la sed de los campesinos y viajeros. O tal vez, más orgullosos, como reyes que eran, se coronaron a sí mismos con coronas de nieve que irrigarían la vida de sus súbditos por siglos.


 
Leh está a 3500 m. de altura y se encuentra en uno de esos valles que formaban parte del antiguo Tíbet, cuyas fronteras han difuminado aunque no extinguido diferentes invasiones y conquistas pero cuya cultura sobrevive tanto en su forma de cultura popular como en su sombría vida  monástica. Habitan este pueblo unos 20000 habitantes, gran parte de ellos dedicados al turismo. En verano (menos mal que he venido en septiembre), esto está atestado de turistas, unos buscan trekking y otros como yo, cultura y aires nuevos. También hay algunos que buscan meditación y espiritualidad, pero en realidad hay sitios más especializados, aunque las montañas siempre poseen gran atracción para sentarse en la postura del loto.
 
Me alojo en la casa de Ashraf, amigo y vecino de Manzoor, que sin pedir nada a cambio y haciendo gala de la hospitalidad musulmana (aunque él no es religioso), hace que me preparen la cama, el desayuno y la cena. No él, sino sus dos empleados. O sirvientes. Ashraf es un mercader de pashminas, alfombras persas y demás artesanías de Cachemir. Tiene una tienda en Niza donde vende una buena cantidad de alfombras y pashminas a franceses adinerados. Él y sus dos empleados viven en una casa carente de todo lujo, pero con manzanos, verduras y un sin fin de flores, que ya se vienen a menos por el cambio de estación.

En Leh hay un palacio bien grande que construyó un rey de nombre misterioso, no porque sea un nombre secreto, sino por difícil de pronunciar y de recordar. Está en un estado bastante ruinoso pero se puede visitar  aún conserva un altar con un buda que fue un guru indio, Padmasambhava, quien introdujo el budismo en el Tíbet y al cual se adora como a un dios, y MahaKala, dios protector de la religión, que tiene 20 formas distintas y en su mayoría muestra una forma demoniaca y agresiva, y en otros se muestra con una cara benévola. Por encima del palacio hay un monasterio tibetano, de esos que se ven en algunas películas como si estuvieran incrustados en la roca  y no a pie de la montaña precisamente. Un par de altares que se pueden visitar en horario reducido pues los monjes que residen en las habitaciones del monasterio usan a menudo para sus meditaciones.
 
Al costado del valle está la ShantiStupa. Una estupa construida por una secta budista de Japón. Las estupas son construcciones en las que dentro se guardaron las cenizas de buda. El prestigio de las estupas creció y con el tiempo se convirtieron en importantes lugares de peregrinaje. Normalmente se recubren con esculturas que ilustran la vida de Buda. En el Tíbet, la estupa ha evolucionado en chorten, formado por una cúpula que descansa sobre una base de cinco peldaños, que simbolizan los cinco elementos del mundo. Alrededor de monasterios y chortens se pueden encontrar montoncitos de piedras que los fieles amontonan como si construyesen pequeñitas estupas. Hay unas vistas espectaculares del pueblo y de algunos picos nevados, eso sí, hay que subir un sinfín de escalones. Allí hay un altar muy bonito, lleno de colores y con un Buda y varias figuras más, fotos del Dalai Lama y otros miembros importante de la teocracia tibetana. Hay una gran sala de meditación donde por la mañana temprano y al atardecer, un monje toca un gran tambor verde y recita Mantras. Me senté un buen rato y cerré los ojos, pero como cualquier novato en esto de la meditación, me fui cuando ya no sentía las piernas y tenía el culo más plano que la piel del tambor.
 
Los tibetanos son muy, pero que muy simpáticos. La mayoría repiten hola dos veces con una gran sonrisa: ”Julley, Julley”. Las caras son más chinescas y las estaturas medianas, y esos viejecitos con sus trajes, sombreros y cinturones rosas son adorables. ¡Esas mujeres me recuerdan tanto a las dulces señoras andinas! Muchas hasta llevan las trenzas iguales. Todos van al templo central a postrarse ante un gran buda y a dar vueltas a sus ruedas manio a pasar las cuentas de sus rosarios. Alrededor de los templos siempre hay ruedas de plegaria estacionadas,  a las que todos dan vueltas en el sentido del reloj con el objetivo de ganar méritos para sus próximas reencarnaciones. Un ritual con vistas al futuro, más que al presente. En estas ruedas, que también hay de gran tamaño, está escrito «ommanipadmehum». Creo que es el mantra de la compasión, el más famoso en el budismo. Por cada vuelta a una rueda es como si se recitase una vez un mantra, lo cual es meritorio y acumulativo, por tanto se tendrá en cuenta después de la muerte, mejorando el karma de la persona.  Creo que es de las pocas cosas que tienen en común los rituales de los monjes y los de la gente común, pues sus formas de practicar la religión son muy diferentes aunque poco discierne mi entendimiento en cuanto a apreciar tales diferencias. En otra cosa en que se parecen es en que a todos, monjes y no mojes, les encanta usar el teléfono móvil así como usar zapatillas de trekking.
 
He ido a caer en otro pozo de buena suerte ya que esta semana hay un festival de cultura de Ladakh (la provincia). Turistas y lugareños han podido disfrutar de un concierto a las afueras del palacio, partidos de polo (herencia del Imperio Británico), exhibiciones de tiro con arco, bailes y canciones protagonizadas por mujeres auténticas y genuinas, de todas las edades y de pueblos aislados sin ninguna educación formal o informal en estas artes pero con ganas de reavivar tradiciones casi extintas. También hemos tenido el privilegio de presenciar los menos populares bailes religiosos de máscaras acompañados de monjes tocando una música hipnótica y bastante siniestra con crótalos tibetanos, trompetas y tambores. Digo privilegio porque raramente se pueden presenciar estos bailes sagrados fuera de los monasterios, aunque se pueden ver en alguna que otra película.
 
El budismo me parece una religión muy bonita y con muy buen fondo pero, también he de decir que, pese a lo positiva que nos la venden los comerciantes y traficantes de ideas sagradas en occidente, cuando uno la estudia un poco, es una religión bastante pesimista y , en el caso de la vertiente tibetana, también muy oscura. En el budismo tibetano se da un curioso sincretismo religioso en el que se mezclan budismo, budismo majayana, tantrismo indio y Bon (religión del Tíbet anterior al budismo, que a su vez ya era una mezcla). Todas estas influencias dan lugar al Budismo Tibetano o Lamaísmo, donde se mezclan dioses, mantras, rituales tántricos, ascetismo y meditación y un sistema político propio cuyo líder es el Dalai Lama (en eso se parece al Cristianismo), aunque hay varias vertientes en el Budismo Tibetano y no todos aceptan a Dalai Lama como líder político y espiritual. El Budismo es una religión ateísta, pero  aquí se deifica al Buda y a otros personajes históricos a la par que se mezclan con dioses de tradición prebudista y mitológica.
 
Esta semana, además del festival, ha surgido otra preciosa coincidencia. Dos amigos de Valladolid que conocí en Ecuador están en Leh de visita, Lorena y Diego. Para mayor alegría viajan con su hija Luna de 11 meses. Estoy pasando la semana con ellos, el lunes cogerán un avión para Delhi para iniciar un tour de un mes por la India. Con todo organizado, el viaje será más fácil para ellos y para Lunita. Vamos a alquilar unas motos y a ver algún pueblito sin turistas con algún monasterio. Debemos darnos prisa, el domingo se extingue totalmente la temporada, ya casi no hay turistas. Intentaré empaparme un poquito más sobre budismo tibetano para la próxima entrega, ya que mi próximo destino será Dharamsala, residencia del Dalai Lama y su séquito de exiliados. Los exiliados están por todas partes, aquí hay mercados de tibetanos exiliados con todo tipo de artesanías.
 
Algunos pensareis que estoy haciendo un viaje espiritual pero la verdad es que por falta de tiempo no podré encerrarme a meditar o a practicar yoga en ningún Ashram. Lo considero más cultural que otra cosa. Habrá quien diga que todo viaje es espiritual y, en verdad, un viaje a la India, capital espiritual del mundo, siempre tiene algo de espiritual. Creo que hay viajes más espirituales que otros, incluso otros que no son espirituales en absoluto. En cualquier caso me quedo con la cita de Mauricio Wieshental, uno de mis magos favoritos: “La cultura como espíritu”.
 
Este mensaje es un poco más corto porque he preferido hacer otro aparte con la vida de Buda para no hacerla muy pesada. La pondré en un par de días. Ya sabéis, sobre todo los que sois padres, que los niños no dejan tiempo para nada. A Luna le está costando acostumbrarse a la altura, así que hay que prestarle atención.

JULLAY! (que también se usa para decir gracias)  

Comentarios

Enviado por Maria Araceli el

Es una gozada leerte, al hacerlo absorvemos un poco tus sensaciones aunque pobremente, porque estamos en el salón de casa.
Que pena que eso de la cultura como espíritu no se extienda a modo de mantra aquí en España.
Gracias por el escrito.

Enviado por Jp el

Gracias por tu comentario. Aún quedan más entregas. Espero que las disfrutes. Saber que alguien las lee es todo un disfrute para mí. Gracias

Añadir nuevo comentario

Plain text

  • No se permiten etiquetas HTML.
  • Las direcciones de las páginas web y las de correo se convierten en enlaces automáticamente.
  • Saltos automáticos de líneas y de párrafos.