Muchas son las lagunas históricas que me rodean. Pero esto no quita de que me emocionen las lecturas de libros que sé que deben ser leídos. Como este de Juan Pedro Aparicio, “Nuestro desamor a España”. Tengo que reconocer mi escasa historiografía y que ello me hace sorprender en la lectura de libros de ensayo o tratados que versan sobre nuestra historia. Ésta, que nos guste o no, es la que tenemos, y la que, investigándola, nos esclarece y aproxima al tipo de país que nos ha tocado vivir y que es el que tenemos más o menos configurado, con nuestra condición de ser y forma de vida en la que debemos fraguarnos una mínima felicidad. Esta “felicidad” es una constante preocupación que siempre me ha inquietado, dado que pronunciarlo sólo, parece inducirnos a nombrar un tabú que, sino silenciado melosamente, al menos es mirado desde lejos y visto con cierta dejación. Como si a ello no tuviéramos derecho. Entiendo que la historia es ciencia de la que debemos extraer las raíces de algunos de nuestros males casi congénitos o todo lo bueno y malo de que adolecemos, que quizá sea mucho.
La historia es terriblemente reveladora y escurridiza cuando se acude a ella con sincera objetividad y cotejando otras fuentes, sin perjuicios que enturbien nuestros miedos, cuando consultamos a hombres tan fiables y eruditos lectores de lo humano como Julio González González o Tuñón de Lara o Jorge Luis Borges, lector consagrado a todas las literaturas y que respecto a las nuestras nos afirma que “las cruzadas fueron la empresa más cruel que registra la historia y la menos denunciada de todas”. Y leo en Francisco Vélez Nieto una cita de (Marek Hlasko): “Un lector vive mil vidas antes de morir. El que nunca lee solo vive una”. Y puede pensarse que en pleno siglo XXI, existe en el mundo de las religiones, todavía, hoy, una propensión a imponer al mundo sus directrices como forma de gobierno y dirección para los hombres del mundo libre de ese peso y miedos. Ojo al parche, porque hubo un tiempo (nos lo dice la historia), nuestra Europa, vivió bajo ese yugo y, como emblemático bastión, fue esta España, que aún no alcanza su madurez completa, y busca otras dictaduras no menos crueles que la que nos asevera nuestro literato Borges, transcrito por el autor del libro “Nuestro desamor a España”. ¡Qué consuelo!, encontrar el libro que le libere a uno de esas intuiciones y dudas de la historia.
Este libro nos desentraña las claves de ese incrustado desamor, odios históricos, desentendimientos y venganzas entre reinos, y puede decirse, las continuas guerras intestinas que siempre nos tuvieron la vida en un vilo de desinterés patrio. Que es como decir espíritu saqueador. Que en esto hemos sido y somos sobresalientes. Una ruina. Nos revela etapas y recovecos pioneros de interés conmovedor que influyeron a nivel europeo, dándose como muestras iniciales del sentir participativo con carácter democrático, y todo en el siglo XII. Pero no pudo ser. Otros países europeos lo llevarían a la práctica siglos después. Pero estas vicisitudes, tan nuestras como otras, están silenciadas, al igual que los personajes que las propiciaron. ¿Y por qué? Todavía hoy me lo pregunto descorazonadamente. Habrá que leer más. Encontrar más cosas perdidas, caminar. Ensayar el camino que nos lleve al ser humano.
La historia es nuestra, y gracias a valientes eruditos e indagadores en ella, podemos disfrutar de su desentierro más necesario. Ni todos han sido tan malos, ni los que conocemos y nos guían son tan únicos y perfectos. Nos han dado lo que tenemos y somos lo que damos. No en vano este libro disfruta del prestigioso “Premio Internacional de Ensayo Jovellanos 2016” Pero esto, ¿quién lo sabe? ¿Quién se acerca a este libro? Yo que no soy erudito, he llegado a él por el exclusivo amor a la curiosidad, por la inquietud de conocer nuestras cosas lejanas y la pretensión de llevarme bien con la vida desde esa visión que ayuda a querer entenderse entre nuestras diferencias, para no destruirnos, pero no a ciegas, bajo el yugo también, hoy, de la ignorancia y la manipulación. Y esto es, porque “Solo el pasado nos permite entender el presente”, y anoto de su contraportada, que “Para acercarnos con garantías a nuestro ayer histórico necesitamos previamente –según expresión de Ortega y Gasset- “desprendernos de esas ideas ineptas y, a menudo, grotescas que ocupan nuestras cabezas”. Creo que está suficientemente expresado, y de ello hago rigurosa alabanza.
No es de desear una vida en un país donde las muertes llegan “por el impacto de una piedra” o por la caída de “una teja la que accidentalmente le cayó en la cabeza” en juego de niños en un patio de palacio arzobispal. No quiero poner nombres, porque constructiva es mi intención y no la de suscitar recelos regionales ni gremiales. Quien desee saber, que vaya al libro, donde encontrará otras invitaciones a lecturas, que es el objetivo, y que quizás lo lleven también al contemporáneo de Cervantes, Shakespeare, que nos ayudarán a “descifrar los efectos de las acciones para llegar a entender su causa”. Y esto es todo, el camino que nos lleva a nosotros con felices lecturas.