Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Tiempo pasado, tiempo aprendido de Jesús Solano

Nueva obra del autor de “Poética de noviembre” para sumar a su ya nutrido elenco de publicaciones. “Tiempo pasado, tiempo aprendido” (Editorial Granada Club Selección 2019); libro en que nos va refiriendo con minucioso detalle la vida más sutil, en forma de breves relatos que son espejo y testimonio de una experiencia y observación, que parece mover del alma el vacío que deja la siempre expectante travesía que hacemos por el tembloroso mundo que habitamos. Nos figuramos cuadros de una pintura que puede doler, porque son mixtura de todos los colores, y éstos llevan los ingredientes del amor y los ojos que ven más allá de la belleza que persiguen. El mundo que los ultraja, a medida que el tiempo absorbe la mirada que proyecta hacia el hombre que lo hace posible, en su más natural efluvio de vida degradante y corrosiva.                 

Pero además, este libro de Jesús Solano viene avalado por la notable y precisa connotación de “Premio Humanidades Granada Costa 2017”, y que es publicado ahora con todos sus honores. Leyéndolo detenidamente, vemos que de lo que trata el libro es del complejo drama que es en sí el ser humano y sus connaturales aficiones al sostenimiento del auténtico teatro de la vida y sus cosas. Los asuntos aquellos que hacen de la existencia un sinvivir. El macabro mundo que el hombre se tiene montado sin reparar en ello o sin querer verlo y del que participa o participamos mayoritariamente los comunes mortales, y del que con frecuencia nos lamentamos y deploramos cuando llega el hastío, so pena de otros peligros invasores que nos van destruyendo.      

No hay nada que asombre, porque “Tiempo pasado, tiempo aprendido”, es un discernir de pasajes fatigosos y desesperados que representan un paisaje cautivo, semblanzas para ver, que sepamos, de los manejos tremebundos de que era costumbre el despreciable y mediático discurso ensordecedor. Un ancho caminar que presenta en seis capítulos o bloques y un amplio poemario con que cierra el libro, para hablarnos de la vida del hombre. Localista en lo preciso y afectivo de su ciudad amada y agradecida, desde la incipiente juventud a la más dilatada de las experiencias. De un café Gijón nos trae su culto, brillando de anhelos y cenáculos. Extraños escenarios por hábitos de vida y precaria mentalidad, que despliega con realismo ilustrado de represión en una época carente de libertades. Jesús Solano deja con este libro la praxis y censura de los años 50 y sesenta del pasado siglo. Estampa rigurosa de una edad vejada en tiempo y palabra.

Realidad a la que asoma circunspecto y viajero, con “un aspecto de hombres de otros tiempos”, dejando la impresión de una etapa inhóspita, de desafectos naturales, sí; pero no quiero equivocarme ni equivocaros, nos acerca ¡al MUNDO! Ese que tenemos delante y que hacemos cada día más deplorable, sí; tan cruel y cainita como el de siempre, pero, contemporáneo y nuestro, ¿o no? Hecho a nuestro gusto, como somos, imperfectos y lenguaraces. Aunque podamos contribuir en hacerlo mejor cada noche y cada día, que es el indicativo de esta obra, una reflexiva contribución dada por la experiencia de quien ya tiene canas y es hospitalario.

Claman sus relatos en un crecido idioma musical e íntimo, una especie de arpegio que reclama verdades ausentes pero colectivas, en la discreta vocación de amarnos con disfrazado compendio de insana hipocresía. Pero “de vez en cuando -nos dice-, saco la cabeza para tomar un poco de aire”, como queriendo indicar la asfixia de todo desenfreno, desilusión y engaño. Trasiego relatado que brinda con lujo de detalles de tradiciones y oficios de antigua usanza, que servirán de recuerdos mínimos, en trascendente lejanía de tierra borrada con sabor melancólico y cosecha agotada por el desuso de su leyenda. Sabor a plaza y arriates de la antigua belleza de los pueblos, habitados por hombres sentados a la puerta dando las buenas noches al vecino que pasa. “Esencia de pueblos con olores a hinojos, a trujeles de aceite y al laurel que envejece”. Nos acerca a las calles llenas de desengaño y banalidad política arrullando en las esquinas, como un baño de desencanto palpable y visible en su confusión dramática y perniciosa. Es un alivio que hace coincidir con los atropellos deliberados que llevan de la equidad al abismo inhabitable, al desespero que lo anula todo y donde nadie se encuentra, si no es con su propia frustración y desesperanza.

“No calla mi desconsuelo, conductor de todos mis asuntos”, quizá tengamos la clave del bullir de estos relatos de desarraigo y confesiones íntimas que nos hablan con humor reservado, de las irreparables heridas que a nuestro paso quedan como renglones de angustia y opacidad de los silencios. Esta constante nos lleva en sones de guitarra y aterciopelado acariciar de embriaguez poética, desembocando en lustrada sensualidad y belleza. “Tan sólo la música perdura -dice- entre idas y venidas”. Y lo creo, a la vibrante luz que arrojan los pentagramas.

Nos deja, tras los seis bloques de narraciones breves y el poemario final con que se completa el libro, la sensación segura y optimista, bañada en la palabra fresca del gesto humano, y la homónima impresión de haber vivido una generosa aproximación a los setos del desamparo y las pisadas de las humildes sandalias de Fray Leopoldo, el Hortelano de Alpandeire. Pero esto es otro tiempo y otra inmensa evasión.