Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

"Ensayo sobre la ceguera" de José Saramago

Hoy he vuelto a mirar el edificio aquel donde moría la gente asesinada. Las circunstancias me llevaron al libro ya leído hace tiempo: “Ensayo sobre la ceguera”. Los ciegos que nos presenta José Saramago en su obra, tienen un peculiar atractivo poético, casi patético consuelo, para quien ve algo, pero elemental comportamiento visual de contagio universal. “El gobierno y la nación esperan que todos cumplan con su deber”. Yo diré, por agregar algún inconformismo, -menos el gobierno-, que, debe ser escrupulosamente el primero en hacer los deberes, practicar, como guía, con el ejemplo más ecuánime. La historia está plagada de gobiernos, de mandatarios, de prepotentes que arrastraron y arrastran a los pueblos en guerras y miserias infinitamente crueles y ruinosas.

“Tengo que abrir los ojos, pensó la mujer del médico” -que es el centro de la trama-. Y uno piensa para sí mismo, mientras lee estas líneas, yo no quiero ni abrirlos. No quiero contaminarme de esa ceguera. Me niego, mientras digo, qué feliz es mi hermano, por ser analfabeto, por no saber de nada, ni siquiera de sí. Eso es un hombre feliz. Pero sigo leyendo esta ficción que me habla del falso hombre, ese enjambre que media lo incompleto perfecto y la sabiduría. La costumbre de ser el absurdo y la prepotencia desmedida. “Nosotros aquí somos como otra raza de perros, nos conocemos por la manera de ladrar”. También nos encontramos un ladrón, de coches, faltaría más, como en cualquier ciudad moderna, para que la familia esté al completo. Y al que pone las manos de pulpo, donde nunca debió, palpando el privativo amor ajeno, pero ¿qué nos creemos?, que el mundo ¿carece de ficción? Ésta es superada por una realidad insobornable. Pero todo está escrito sobre la condición indescriptible que es la ceguera humana. Sólo falta querer ser menos ciego. Pero si esto es verdad, el mundo tiene sitio para todo. Hasta para la intolerancia y la maldad que pudiera habitarla.

La trágica lectura ayuda a sobreponerse en la peor situación de los naufragios, al naufragio que en sí es el mundo gobernado por hombres de contagiosa ceguera. Nada mejor que ver en lo grotesco y pavoroso un andamiaje inundado de vértigo y fracaso. Uno lee animado hacia el feliz desenlace. Buscando la mirada ciega, esperando que vea. Pero se ve arrastrado por algún giro cómico que distrae la lectura y anima la continuación de sus líneas más tristes, que arrancan la sonrisa ante esta realidad de mundo insolidario y devastador de valores. “Esperaba que alguien se hubiera acordado de llevar el papel higiénico”, para su necesidad humana, su aseo. Pero, “Nada. Se sintió desgraciado, desgraciado a más no poder, allí, con las piernas arqueadas”, mientras un ataque de comicidad lo inunda, viendo tan clara la hoguera de lo simple del mundo, “y sin poder dominarse, empezó a llorar en silencio”. Bella descripción que nos hace reír ante la mejor e inevitable situación frente a una letrina. Imaginarse se debe a nuestro autor enfrascado en el disfrute de esta composición de incomparable porvenir. Porque “la situación no llegó a resultar indecente”, pero, ¿quién no la imagina?

Nos obliga a mirar la ridiculez de este habitado paraíso, dejándote en el mayor de los asombros. Recordándonos otras lecturas insignes, las de “1984”, novela de George Orwel, representación del antipático fascismo. Y uno se pregunta con cierta timidez, ¿será verdad que estoy ciego? ¿Que el mundo está ciego o contaminado de una ceguera enfermiza y perversa que nos va destruyendo ese algo que queda aún de humanidad? “La mujer del médico le dijo a su marido, el mundo está todo aquí dentro”. Y esta verdad es ficción, pero ineludible. Qué ironía de mundo. Y uno sigue leyendo “A diez metros, un ciego estaba tumbado encima de una ciega,” desahogándose ciegamente; y esto lo digo yo; trayendo a la memoria un sábado, en que a eso de las diez de la mañana, cuando íbamos al Súper, nos dimos de sopetón con ‘huno’ y ‘huna’; él, con los pantalones a medias, ella con la falda descompuesta, beneficiándose mutuamente contra el vano del edificio. Solo comentamos: ¡qué poco se dan a valer algunas personas! Esto sucede “Cuando está muerto lo que aún está vivo”, tantas son las maneras de ir matando lo esencial de la vida.

“Los ciegos están siempre en guerra, siempre lo han estado”, y no es una ironía. Es una catástrofe que debería quitarnos el sueño. La mirada de ciego permanente. Esa adaptación a lo servil. Para encontrarse quizás, en el poema nuevo, en la felicidad que lleva al niño, dejándonos caer esta aseveración de sabio antiguo: “Sin futuro, el presente no sirve para nada”. Y uno termina reflexionando sobre este descosido que aún no está roto. Viendo que la “mujer del médico se levantó, se acercó a la ventana. Miró hacia la calle cubierta de basura, a las personas que gritaban y cantaban”. Como diciendo, entra pues divina lectura, como un torrente de belleza y allí, sé tú mismo.