Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

'Palabra de guerrillero' de Francisco Núñez Roldán

La serranía de Ronda es buen sitio para ocultarse y combatir a los intrusos napoleónicos, que llegaron a nuestro país, poco menos que con el consentimiento oficial. Quizá pensando que les regalarían los beneficios de su revolución. Y esos, hay que ganarlos por méritos propios e integridad, ya que nadie regala nada a nadie por su cara bonita. ¿O me equivoco? La historia, es la historia. Y esta es la que nos trae Francisco Núñez Roldán con sencillez lenguaje en su última novela “Palabra de guerrillero”. (Ediciones Áltera, 2019, y avalada con el VI premio Hispania de novela histórica). Viene escrita con estilo asequible, para que se entienda, con una descripción que yo diría casi fotográfica. Se trata de una novela de escasas doscientas páginas, pero que nos acerca con todo lujo de detalles a nuestra guerra de la Independencia frente a los ejércitos imperiales franceses que ocuparon el sur de la península.

Un bárbaro acontecimiento acaecido en una casa de Triana, Sevilla, donde fueron alojados, por oficio, dos oficiales del ejército invasor, nos va a poner en camino de la expectación, con dos hombres amigos de infancia, aunque de diferente clase social, y unidos por la indignación humillante en la que se vieron inmersos, ante la acción de los que, siendo bien recibidos, pagaron, como paga todo mal hechor, que llega humillando. Es un documento cultural que nos pone en conocimiento de aquellos hechos miserables de los poderes globales. Palabra de guerrillero observador. Con hábil literatura, vamos entrando en la serranía, junto a desertores del ejército, que se unen a la guerrilla, en forma de bandoleros que combaten contra el invasor, emboscándolos y derrotándolos por caminos y trochas, a la vez que nos introduce en ese rastro que los hombres dejan, como pesadilla hiriente que no para de dañar el gesto humano. Llegaron, miraron, vieron y se llevaron hasta los cuadros de Murillo que hallaron a su paso. Dejando junto a los saqueos, los “incendiados pueblos, de Olvera, Ubrique, Prado del Rey y Algodonales” entre otros. Qué ejemplaridad.

“—Soy sacerdote -dijo Daniel, adelantándose un grado en el currículum”. Sí que había arrojo en aquel pueblo. El mismo que vi, leyendo a Benito Pérez Galdós en su “Dos de mayo” de aquel Madrid de entonces. El pueblo contra los invasores y el amor por su dignidad, su libertad y su tierra. Cacerolas de aceite hirviendo. Julio y Daniel, los dos amigos, nos van a llevar por pertrechas hazañas montunas que asombrarán a sus metropolitanos ojos, convertidos ahora, inesperadamente, en guerrilleros, agregándose a la partida y a la resistencia que ejercía el pueblo contra ese ejército invasor, que dejaba pueblos incendiados con su gente dentro de sus casas, como venganza. Pero la serranía de Ronda y todo Cádiz, le serían perfectos aliados para combatir al enemigo.

Nos llevarán por paisajes de pasiones mundanas, llenándonos los ojos de colorido voluptuoso. Los pinares de Chiclana eran zona propicia para ocultar abundante tropa y lanzarla de repente al ataque. Pero ese día, eran sólo Remedios y Daniel, recíprocamente, aunque sólo ese día. El resto, y ante los demás, se llamarían por sus nombres postizos, para evitar identificaciones. “Vale. Palabra de guerrillero”. La batalla que se estaba librando era sangrienta, pero en esos momentos nadie podía pensar en la muerte. “La que luego se conoció como la batalla de la Loma del Puerco terminó en tablas”, pese a que “los franceses habían tenido casi el doble de bajas que los  ingleses y españoles”. Iremos avistando las anécdotas propias de esta travesía, que más que curiosas nos irán pareciendo patéticas unas, otras pícaras, como la del desertor inglés que cambia su indumentaria de soldado a un pastor por la suya ya raída, siendo encerrado donde había barril y venencia.

“—Toma, Cura…, esta es la llave de mi casa… A mí no me va a servir ya, me parece… Llévate allí a tu mujer, sé feliz con ella, y que Dios nos perdone a los dos el pecado”, dijo Eufrasio, al filo de la muerte. La batalla nos deja Tarifa y su muralla destrozada. Pero no pudo ser tomada, y dejando gran número de bajas en los invasores. Veremos abundante discrepancia en la partida de guerrilleros a la hora de obedecer a los mandos militares, “pero es un sacrificio que hay que imponerse. No olvides que estamos en una tarea común, casi ordena la jefa de la partida. Esta guerra es de militares, de civiles, de curas como yo, y de todos”. El sentido común imperaba en aquella lucha como causa inevitable.

“Ronda se había convertido en el único punto fuerte de los invasores en el centro de la sierra”. Mal se lo hicieron pasar a esos pueblos gaditanos, viendo cómo la Guardia Cívica socorría a los invasores. Esto nos hace pensar muy oscuramente, leyendo estas crónicas de la historia. ¿Esto fue así? Parece que sí. Las deserciones abundaban por estos y otros desaguisados de incongruencias. Hay que ir a la historia, para conocernos. Invito a ello. Fueron tantos los supuestos que barajaba esta partida, que, vieron que “lo mejor sería caer sobre sus colaboradores locales policiales, políticos o económicos”. Esa era la clave como propósito. Las milicias josefinas fueron mayor peligro para ellos que para los de ocupación. “¡Ah, y abrid la puerta de la cochinera. Que entren los cerdos. Ellos comen de todo”. Su pena nos dejaba de aquella historia, pero sólo quedaba ya “cruzar el verdoso Guadalquivir, sobre el carro, por el bamboleante puente de barcas que separaba la ciudad con Triana”.