Dulces palabras y dulce sentir el amargo dolor de esta existencia poética. Siempre que encontramos una nueva edición de poesía, es celebración su alumbramiento. Suave verdor el paisaje ante nuestros ojos que con alegría disfrutamos. Una nueva lucha de melancolía y la belleza del corazón desnudo con que el poeta Juan Pachón García, nos hace entrega en todo lujo de detalles. Autoedición y esfuerzo que celebramos. Nuevo poemario y cálido consuelo el que nos da su lectura, que, en nada se nos hace indiferente al adentrarnos con lentitud en su verso, siempre de indudable impregnación intimista, que desdibuja ilustrados cuadros de amor con emocionada ternura: “De tu ropa azul y blanca/ verde marinera y sal,/cuántas mañanas de agosto/ te vi despojar.”
Al acercarme a la cálida poesía de Juan Pachón, encuentro su manantial de certero pesar con mezcla dolor. Donde el poeta se cobija, dando calor a su esperanza, como en muchos de sus versos deja traslucir. “Yo me cobijo en la pena/ en el mar puro y sencillo,/ en la playa, en la arena/en el mundo del exilio.” En este exilio, toma cuerpo nuestro poemario, haciéndonos hilar por la senda de su sensible destino, inundándonos con desesperada sensualidad, al tiempo que un desesperanzado sentir deja traslucir en su llegada con el bello y majestuoso exilio voluntario.
Haces de iluminación que el amor inspira, como gloriado soñador que hace arrancar de su pecho suspiros de dolor, paisajes de enamorado hechizo y sensación. Versos cortísimos; como a veces, es también el infructuoso amor desmadejado, flámula fresca de la sonrisa que se oculta detrás de la herida. Porque “el mar eres tú,/ sol, agua y sombra.” Chorros de luz en forma de destellos encalados, que saben a pueblo de la sufrida sierra. Esta es la poesía, ciertamente, de este sencillo libro, lleno de adoraciones y razón de ser. “Noches sin ella” Ella que, “freno le puso a mi vida”, de la que se desprenden borbotones de frescura poética, a la vez que un reconocimiento inflexible de hilaridad solidaria, yo diría que de atormentada necesidad que siente de escribir el poeta.
El aire que impone el poemario, es la aseveración del permanente reclamo de exclamación vital y desasosiego de la angustia, necesitada de su más honda reminiscencia. Estamos ante la poesía que nos enseña lo que vale el cariño desatendido. “Mi voz clama al horizonte,/ a la aurora y a la siembra,/ que si pasas por el monte/… Uno encuentra su apelación clara a la Naturaleza, como en espera de un desbordado amor enfebrecido, de una esperada y secreta correspondencia afectiva. Así el arte, así los sentimientos se van desmineralizando dentro de su expresiva intuición vivencial.
La poesía es pasión desbordada, ilusión desmedida y expresiva con el trasfondo de los sentires inquietos; el incendio, el otro incendio, la otra forma de ser y comunicarse en la manera más sana que tiene el ser humano; y el poeta —dijo don José Ortega y Gasset—, “empieza donde acaba el hombre”. Y esta es la mayor patente que nos muestra Juan Pachón en esta obra de autoedición, sus alados sentimientos en humana comprensión y sencillo paisaje, chorreante, a veces de dolor y a veces, de ternura latente. Colorido humano e infinito sueño emancipado. Un especial hallazgo espiritual.
Me animo a invitar a la lectura de este amanecer poético de trazas y giros del idioma, emoción de sustentarse en la palabra autodidacta y sentida. “Los rizos de los mechones/ que cuelgan sobre tu cara,/ son como blancos girones/ que brotan de tus entrañas.” No sé si hoy en día y tiempos, en que parece que los sentimientos son un valor devaluado, se dicen o se callan estas cosas. Quiero pensar que se oyen en la orilla de un lago o en la margen de un río. Quiero y siento, que “siempre habrá poesía”, como bien afirmó Gustavo Adolfo Bécquer, que leyendo este poemario, bien que me acerca a aquellos versos del eterno poeta sevillano.
El libro lo cierra un ramillete corto de breves relatos. La otra cara del poeta narrador de historias que cuelga de la serranía, tiñendo con su canto y frescor en su lectura, donde nos trae la curiosidad y el acercamiento de apropiadas sensaciones con olor a huerta, siesta y campo, sencillez imaginativa. Aquellas piezas que tienen su encanto en el decir oral, tradicional y viejo de aires y reductos que siempre quedaron por los rincones de la costumbre geográfica, como atisbo de viejas y ancestrales leyendas de los recuerdos.