Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Mosqueteros de 1948

Todavía andamos esperando, al menos éste que suscribe, una buena adaptación cinematográfica de la monumental obra de Alexandre Dumas. Aunque no fatiga un liviano ejercicio reflexivo para adoptar la cuestión de si de veras resulta necesaria. Considero que no. Los tres mosqueteros es una novela universal y clásica, sin duda, prodigiosa por sí misma, que funciona en su plenitud a través del medio en el cual se concibió. Dicho o tecleado de otro modo, la única forma de disfrutar de Los tres mosqueteros sin ambages ni mesuras es leyéndola. Sólo la lectura (y quizá ya lo haya reivindicado en alguna que otra ocasión), el rugoso tacto del papel, el agudo olor de la impresión y encuadernación, permitirá acompañar en sus aventuras y vicisitudes a los cuatro inmortales amigos, deleitarse con la fluidez de la narrativa del autor (o de su negro), congestionar la imaginación con una historia imperecedera, abandonarse a la seducción (y a la perdición) de Milady y comprender, en esta extraña época actual, tan desnaturalizada, deshumanizada y digitalizada, que hubo un tiempo en el que se priorizaban una serie de principios y valores por encima, incluso, de la propia vida. Lo demás siquiera son adaptaciones, sino meras versiones supeditadas a los intereses y percepciones del momento, o a los caprichos o tendencias, o a los formatos o modas. Aprovechar los réditos de un éxito ajeno. Nombres o premisas que garanticen el beneficio, que aseguren la inversión y, cómo no, suplan la carestía de ideas originales.

Claro que una aceptable adaptación, caída en manos de un creador desprovisto de las mermas del narcisismo, requeriría de varios largometrajes, estrenos cinematográficos en partes, o una serie televisiva de diez o doce capítulos, mínimo. Por descontado, no se trataría de una suerte de trasvase literal del sistema folletinesco al proyectado, cada cual se rige por un lenguaje específico; si bien, tampoco significaría la pretensión fílmica del francés Martin Bourboulon para 2023. Circunstancia que no ha de restarle entretenimiento o mérito y sí adjudicarle la calificación de versión (muy libre) o inspiración.

Y es que en el apartado de entretenimiento y mérito no pocos títulos encajarían. Téngase en cuenta que versiones cinematográficas de la formidable obra de Dumas se llevan pergeñando desde los años veinte del pasado siglo. Ejemplarizante de esta corriente asentada al más puro entretenimiento sin complejidades meritorias es la producción de Metro-Goldwyn-Mayer Los tres mosqueteros de 1948, dirigida por George Sidney y protagonizada, atención, por Lana Turner, Gene Kelly, Angela Lansbury y Vincent Price.

En los albores del color, las grandes productoras experimentaban con técnicas exclusivas, dando salida a largometrajes seleccionados, por lo costoso de la novedad. MGM se enseñoreaba desprendida con su Metrocolor. Sin embargo, si había que apostar, lo seguro era el Technicolor, opción aquí escogida, pues no iba a dejar pasar la oportunidad de explotar al máximo la franquicia mosquetera con el guión de Robert Ardrey, quien, desfogado en el romance, cómico o dramático, no llevaba mucho al servicio de MGM, lo que no le impidió oponerse con vehemencia al enfoque paródico que le confirió el director. George Sidney, por su parte, era un profesional de la casa (en aquel periodo hasta los actores más reconocidos quedaban vinculados por contratos a las productoras, de manera que las cesiones les autorizaban el trabajo en otras).

Nombres como el de Ricardo Montalbán o Robert Taylor se barajaron para el icónico papel de D’Artagnan, pero Gene Kelly se había prendado del personaje desde que Douglas Fairbanks lo encarnara en la mítica versión de 1921, obligándose a desarrollar una faceta física que le facilitara la ejecución de escenas acrobáticas y de acción en su carrera. Para más inri, contó con el inestimable entrenamiento del especialista belga de esgrima Jean Heremans, que colaboró como uno de los guardias de Richelieu. Lana Turner, en cambio, incorporada al proyecto por imposición contractual, se negó a participar por la brevedad de la intervención de su personaje en el guión original. Sancionada, logró que se retocara el texto con el añadido de escenas para Milady. Fue, por cierto, su primer papel como villanísima y su primera película en color, por lo que probó con una sucesión de combinaciones de maquillajes y jugó con el famoso lunar que luce en la cara su personaje. No obstante, su belleza destacó aun sin maquillaje, como en las secuencias de la prisión, en las cuales derrocha, asimismo, un portento interpretativo.

La denominada Legión Nacional de la Decencia intentó boicotear la producción, condenando el perfil frívolo y poco amigo de miramientos que tenía el cardenal Richelieu, y exigía suprimirlo. MGM se limitó a limarlo, por lo que prescindió de su categoría y ropajes cardenalicios (aunque a veces se escapa un monseñor). Entre las modificaciones más escabrosas, la de transformar al personaje de Constance Bonacieux en la sobrina, en lugar de la esposa, del arrendador de D’Artagnan (lo de los cuernos no parecía decente para el puritanismo estadounidense, salvo que fueran cuernos regios, porque la monarquía es pérfida y libidinosa por naturaleza), a fin de montar el paripé del casamiento de la pareja, sólo se ve superada por la infamia de un doblaje al castellano que emplea el vocablo literal para el nombre de Constancia y no el debido equivalente nacional de Constanza, decisión que, por afecto materno, me desgarra el oído durante el metraje. Luego, reprocharía la anecdótica actuación de Porthos y Aramis, de escasa incidencia en el filme. Y un Gene Kelly de más de treinta años se me antoja demasiado mayor para el personaje.

A pesar de todo, esta versión cinematográfica de Los tres mosqueteros de 1948, como versión, se muestra espectacular y tremendamente entretenida. Su magnífica fotografía a color, de rebosante intensidad, su sensacional vestuario, su pormenorizado diseño de producción. La deslumbrante belleza de Lana Turner, que potencia su magistral interpretación. Y las alucinantes coreografías de esgrima, envidiables. Las acrobacias, ese aire saltimbanqui (¡menudo portento físico!) y pícaro para la actuación de Gene Kelly. O esas píldoras de humor, que alguna sonrisilla conceden (celebérrimo el movimiento o vaivén de pompis de Kelly).

Cuatro años después, en 1952, tanto George Sidney como Gene Kelly nos legarían sendas obras maestras, largometrajes para la historia. Sidney retornó a la aventura de capa y espada con Scaramouche, mientras que Kelly estrenó esa maravilla titulada Cantando bajo la lluvia.