El relato, arte que supera la mera narrativa para elevar palabras que migran hacia los donceles del sentimiento, no es un instrumento de entretenimiento para los niños durante el proemio del sueño o para los adultos durante los momentos de asueto, siquiera un escudo contra los constantes ataques de la mediocridad. El relato es todo esto y mucho más. El relato, en buenas manos, en las manos de un escritor nacido para magnificar la prosa, dotado para labrar la sintaxis, cual orfebre sobre el metal precioso, se puede convertir en un instrumento de denuncia social, en un arma de concienciación, en un medio para despertar del letargo, para devolver la mirada, obscenamente desviada, a una realidad que jamás desapareció; aunque algunos pretendieran convencer de ello, y otros se conformaran con creerlo.
Francisco José Segovia Ramos, Paco Segovia, sacudiendo las conciencias, golpeando la infamia, pone su talento innato para sublimar la prosa al servicio de un bien común que transciende la calidez lúdico-festiva que podría envolver cualquier acontecimiento cultural, para adentrarnos en la fría certeza de la existencia de un mundo que no siempre estamos dispuestos a contemplar. Sin alma y otros relatos, congregación intimista de la narrativa breve, selección de títulos laureados, en palabras del propio autor, «… recoge relatos de muy variada extensión, la mayoría de los cuales son de temática social o hacen referencia a la actualidad, aunque algunos se barnicen con ironía o poética, o tengan un sello surrealista». Pero no es barniz lo que Segovia aplica a las líneas que componen su semántica, sino un baño de oro en mor del compromiso con unos ideales insoslayables y una esperanza imbatible.
«A suertes» es un lacónico aforismo que nos recuerda que somos nosotros quienes decidimos nuestra propia suerte, que la vida no es un perenne azar. «La memoria de un abuelo» es un formidable corte histórico que recupera un trágico suceso, acaecido bajo la represión franquista a raíz de una huelga obrera en plenos años setenta. «Mi adorada Jean» es una loa al cine y un homenaje a la actriz Jean Simmons, escrito, barrunto, al poco de producirse su fallecimiento. Alabanza al séptimo arte que se sucede en «Última sesión», agonizada, aquí, por una dosis de nostalgia, por la dura cobranza en el peaje del progreso. «Las cosas que eran» se trata de una almibarada historia que unifica pasado y presente, entre lo que fue, lo que es y lo que puede ser, y un canto a aquella esperanza, férreo soporte del escritor. «Maullidos bajo la higuera» es la contribución a la defensa de los animales de Segovia, una reivindicación del beneficio de reciprocidad capaz de generarse a través del vínculo entre el animal doméstico y el humano. Recupera el autor su famoso, a la par que grandioso, ficcionario histórico con «Sueños de bronce y sangre», suerte de fábula que transita entre el medievo y la actualidad, entre la historia y la leyenda, entre la fantasía y la autenticidad. Para «Quijote 3001» se me permitirá (o disculpará) recurrir a las palabras de Paco Segovia, las cuales entrecomillo, a fin de eludir el plagio, puesto que carezco del repertorio léxico preciso para compendiar la exquisitez de «… otra parábola que, bajo la excusa de la ciencia ficción, expone una aguda y fiera crítica contra la sociedad actual. No, no son gigantes, Don Quijote, sino aprendices de dictadores los que se ven aparecer en el horizonte». La destreza narrativa del autor se despliega en todo su esplendor en «Preparando mi entierro», en el que suministra al lector las dosis precisas de información hasta alcanzar el apoteósico efecto en su desenlace. Sin atreverme a desmerecer las restantes narraciones antologizadas, «Sin alma», la que concede el título a la obra, se me antoja la más hermosa de ellas; por su fuerza, por su carga de humanidad y por su derroche de emociones contenidas, el microrrelato condensa cada una de las virtudes del género en un trabajo maestro solidificado por el sentimiento y la crítica de la razón. «Arañando la herrumbre» actúa a modo de censura, reprobación o reproche hacia la corrupción humana; quizá, precisando conceptos, hacia la degradación social, hacia la descomposición o degeneración de la especie, que entraña, en el fondo, su decadencia moral. «Todo está escrito», nueva fábula histórica, en la que el autor, auspiciado por la ficción, conduce al lector por un bello cuento destinado al deleite. Cierra la obra «Seiscientas piastras», desgarradora aportación en torno a la perversa situación de las niñas indias y el repugnante mercadeo de sus cuerpos; una maldita operación que preferimos ignorar.
Francisco José Segovia Ramos, en Sin alma y otros relatos, se aleja ahora de su faceta de descubridor de otros mundos, para, inflamado por el arrojo, arrancarnos la venda con la que, intencionadamente o no, tapamos nuestros ojos; y descubrirnos, así, la verdad de este mundo.