Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

De gilipollas, ofendiditos y borregos

Hace ya, no sé, quizá quince o veinte años que el tema de la corrección política comenzó a ganar bastante fuerza en la sociedad, debido a una multiplicación descontrolada del número de gilipollas en el mundo, como los conejos se multiplican por el campo cuando se prolonga o prorroga la veda de caza o se produce un descenso de las especies depredadoras. Y no es que los gilipollas, angelitos míos, tengan culpa de nada, pues carecen de las facultades intelectivas necesarias para procesar adecuadamente cualquier empeño lógico, o las tienen demasiado mermadas como para poder desarrollar la capacidad. La culpa reside en quienes propagan el sistema para generar gilipollas en el mundo, como el empresario que digitaliza la cadena de producción para incrementar la productividad en detrimento de la contratación de trabajadores, quienes no podrán ganarse el jornal en la empresa.

Y claro, la proliferación del empleo de las redes sociales ha liberalizado el régimen de medios de difusión o comunicación, terreno yermo para que los gilipollas campen a sus anchas manifestando al mundo sus gilipolleces, en la errónea creencia de que disponer de una página en blanco de acceso generalizado implica que al resto del planeta le importa, siquiera precisa para vivir, su opinión, y con la absurda justificación de que, entre los derechos humanos, está la libertad de expresión u opinión. Pero, para expresar y difundir libremente pensamientos, ideas y opiniones, primero hay que tenerlos, medianamente argumentativos o fundados, al menos… Aunque se comprende que eso de pensar es una actividad compleja que no está al alcance de cualquier ser humano. Mucho menos si el humano es gilipollas. Por lo limitado de sus capacidades, que anotaba más arriba. Matiz que prefiero dilucidar, por si acaso el gilipollas de turno se enfrenta con coraje a estas líneas.

Toda esta caterva de gilipollas que arrastran consigo sus correspondientes gilipolleces, como Cristo arrastra su cruz camino al Calvario, ha logrado, en los últimos tiempos, disimular su incapacidad (parte de ella digna de lástima, insisto), bajo una ofendiditis crónica, como variante o mutación de la gilipollez, propia de ofendiditos y degradación políticamente correcta, aceptable en el cúmulo de ambientes sociales, enalteciendo o ennobleciendo, cual gesta loable, lo que no deja de ser una gilipollez meritoria de baquetear al autor a quien le fuera o fuese atribuible. Baqueteo de obligada extensión a quienes la secundan o pregonan, cuales acólitos transmiten la palabra del delirante líder de su secta.

El caso es que esta tendencia a la ofendiditis, penosa hasta el aborrecimiento, consigue incordiar al punto de inflamar los cojones, cuando ha atacado a las obras de Ian Fleming y de Agatha Christie, derrotándolas.

No seré yo el primer defensor del entorno británico, ni de nada que arroje un ligero tufillo al mismo; sin embargo, tocarme a James Bond y a Hercule Poirot va más allá de un nivel aceptable de tolerancia y entra en lo personal.

La ofendiditis, seguro que habrá conocido la noticia, ha motivado el revisionismo, la reescritura, por ser justo, de las novelas de los citados autores, a fin de adaptar expresiones y referencias al devenir de esta nueva época. Objetivo que, desde luego, supone la más grande de las gilipolleces en el voluminoso libro de la historia de las gilipolleces, se titule como se titule. Se había aplicado la reescritura a otros autores, y se continuará aplicando, visto el panorama. Algunos críticos tildan el acto de censura, cuando se trata de una mutilación en toda regla. Una profanación de la obra que tergiversa la evolución histórico-social, como lo hace la reciente moda en el panorama televisivo y cinematográfico de repudiar obras clásicas o de incluir a actores de razas y etnias incoherentes con el contexto histórico de la producción, así como secuencias o actos cuya narración o escenificación dista mucho de lo que realmente debió acontecer.

Es el olvido la forma idónea de repetición… Tecleaba al principio que la culpa no era tanto del gilipollas, cuya candidez mantiene encogida mi alma, como de quien pervierte el sistema para originar gilipollas. Con ello, un método adecuado para servir gilipollas o borregos por doquier es eliminar cualquier información o dato histórico relevante, hurtar contenido a la cultura y la formación. No obstante, a la vez que se dispersa la gilipollez y el borreguismo, la ignorancia, al cabo, se consolida la probabilidad de repetir las faltas y barbaries del pasado. Y es que es más fácil borrar o extirpar de la historia elementos transcendentales, excusándose en una corrección, píldora contra la ofendiditis, que educar a las nuevas generaciones en los usos, costumbres y comportamientos de cada periodo histórico, contextualizándolos y ajustándolos al modo de pensar, a la fase evolutiva, porque no se puede juzgar el pasado con los ojos del presente. Es más fácil o más provechoso para fomentar la gilipollez y el borreguismo por el mundo. Mal endémico que se podría combatir, si no hubiera tanto gilipollas y tanto borrego aplaudiendo y colaborando.