Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Mi película

Si me viera enredado en elaborar una lista de la diez mejores películas de la Historia del Cine (adviértase de la complejidad del enredo, ¡sólo diez!), en mi opinión, no la colocaría en el primer puesto y, posiblemente, tampoco en el segundo. Iría al tercero o al cuarto, pues, dependiendo de cómo me pillara, El Padrino, parte II, ocuparía su vanguardia o retaguardia.

A pesar de la delicadeza y complejidad del compromiso, sin duda, es mi película favorita, cae una vez al año, al menos, y siempre me complace, como a un niño su juguete favorito. Para mi gusto, no pierde interés ni calidad con cada visionado. Y quizá tenga algún punto débil en el guión o la escenografía del acto final, puede que incluso en el diseño de sus más míticas escenas; pero tales particularismos, propios de pejigueras formulaciones declamadas por quisquillosos sabelotodo con ínfulas de notoriedad y por sibaritas postmodernistas de pacotilla, no dejan de ser meramente anecdóticos, computables con los dedos de una mano, y todavía sobrarían la mitad. Excepcionalidades en un mundo perfecto, construido con maestría y con la analítica consciencia de un inconmensurable estado de gracia.

Alfred Hitchcock realizó Con la muerte en los talones entre Vértigo y Psicosis, ahí es nada. Según cuentan, o he leído o he oído, en principio, Hitchcock y el guionista Ernest Lehman se habían comprometido con Metro-Goldwyn-Mayer (MGM) a desarrollar una historia sobre el carguero Mary Deare, que finalmente no llegó a buen puerto (perdóneseme el chiste fácil), siendo dirigida por Michael Anderson, quien dos o tres años antes había estrenado 1984 y La vuelta al mundo en 80 días (sí, la de David Niven y Cantinflas), sobre el guión de Eric Ambler y con el título The Wreck of the Mary Deare (Misterio en el barco perdido, para España).

Así las cosas, el estreno de Hitchcock con la Metro se encontraba pendiente de satisfacción, cuando el director ofreció un par de ideas a Lehman que le rondaban por la cabeza desde hacía tiempo, confiando en que pudiera escribirle algo de interés, aun un mínimo esbozo. La idea de un representante en la ONU que, mientras da su discurso ante la Asamblea General, se queja del comportamiento del delegado del Perú, quien duerme durante su intervención, de manera que, en el momento en el que se acercan a despertarlo, descubren que, en realidad, está muerto, generándose el evidente desconcierto; de consuno con la imagen, muy visual, de un hombre escalando las cabezas de los presidentes del Monte Rushmore fueron los puntos de partida para Lehman. Añadió, además, Hitchcock una serie de parámetros presentados en considerables dosis, precursores de lo que, pocos años después, identificaría cualquier largometraje del agente británico James Bond: ingenio, sofistiquez, glamur, estilo, misterio, acción y múltiples localizaciones.

Con todo este cóctel, Lehman compuso un primer borrador de sesenta y cinco páginas, que fascinó al director, quien lo vendió a la Metro como su proyecto inaugural con la productora y atisbando un presupuesto que podría superar los dos millones de dólares (al sumar las cuentas de cierre, se rozarían los tres millones, sobre todo, derivados de las indemnizaciones a Cary Grant por el exceso de duración del rodaje; sin embargo, como la recaudación únicamente en los Estados Unidos pasó de los trece, la inversión fue merecida). MGM, todavía en la creencia de que la obra en torno al Mary Deare continuaría adelante, aceptó la propuesta.

Se asegura que el filme estuvo planificado al completo de principio a fin antes del inicio del rodaje por medio de un guión gráfico, esfuerzo necesario frente a la ambiciosa empresa de un personaje sujeto a la hazaña de recorrer el país. Anhelaba Hitchcock que el resultado fuera un largometraje divertido, alejado un tanto de sus obras anteriores. No obstante, el aparente caos en la evolución narrativa se manifestó desde aquellas ideas primigenias, a las cuales había que dotar de un bloque; si bien estructurado, lo suficientemente sólido como para que el espectador fuera capaz de seguir una trama coherente en su conjunto. Para ello, Lehman visitó los escenarios donde Hitchcock deseaba que transcurriera la acción, cuya contemplación le sirvió de inspiración para trabajar en las peripecias del personaje en cada ambiente. El resultado fue una historia que, con un ritmo trepidante, supuestamente, adolecía de una línea argumental clara. Defecto impostado, trasunto de la naturaleza misma de las andanzas del protagonista por los diferentes estados norteamericanos.

Sin olvidar el acertadísimo título otorgado en España (en la versión original, el provisional se convirtió en definitivo), la obra es una genialidad legada a la humanidad. Las cualidades de agilidad y agudeza mental, cinismo y picaresca que presentan al protagonista, el tremendo lío en el que se mete por levantar la mano en el momento más inoportuno, los brillantes diálogos que mantiene con el villano, las bufonadas características del teatro del absurdo, el insuperable tándem formado entre madre e hijo, el magistral empleo del retroproyector, combinado con un superlativo manejo de la edición, la modernidad del personaje femenino, la sutilidad del componente sexual, la calidad del traje, la utilidad del fajo de billetes a mano, el vívido viaje por el país, la fantástica banda sonora (¡ese arreglo hacia el fandango español!) y su medido recurso, los prodigiosos planos aderezados con afinados movimientos de cámara, el incondicional suspense marca de la casa, la trepidante ejecución de la ficción, la culminación de un relato de aventuras… La película… Mi película.