Me resulta muy difícil ser sumiso en cualquiera de las facetas de la vida, eso de someterme a lo que mi razón no entiende ha supuesto siempre un obstáculo que he logrado superar como he ido pudiendo.
Es con toda seguridad el motivo por el cual no pertenezco a ningún partido político, ni sindicato, ni Asociaciones (a la vecinal pertenezco, pero muy alejado), ni a clubes, ni entidades de ningún tipo, incluidas las culturales, ni por supuesto cofradías (esto por creencia, o más bien por falta de la misma). En todos ellos hay que tener un alto grado de sumisión y sé que no soy de los que aguantan postulados que van contra mis principios.
No siempre se puede optar por la insumisión sin pagar un precio más o menos alto. Cuando me tocó hacer el servicio militar había dos opciones, o lo hacías o te declarabas insumiso, lo que daba lugar a la detención y posible cárcel. Obviamente tragué. También en mis años de director de instituto tuve que tragar, nos machacaban desde arriba con la cantinela de que por nuestra posición éramos Administración y, por lo tanto, no podíamos ir contra ella. Bueno, ahí fui un sumiso rebelde, de los que tienen las cosas tan claras, que sabían por qué entraron en ese puesto laboral y que lo importante no era ese ente, ¡Admistración!, sino mi centro y los que lo forman, mis compañeros y mis alumnos. Tengo claro que me etiquetaron de incómodo…
Siempre he admirado a los que se son capaces de salir del borreguismo, esos que se alzan esgrimiendo razones, pero con poderío y rabia. Los rebeldes con causa, los que hasta se juegan la vida o su libertad para defender unos ideales nobles y fuera de lo establecido. “La sumisión y tolerancia no es el camino moral, pero sí con frecuencia el más cómodo”, esto lo dijo Martin Luther King, y a gente como él me estoy refiriendo, que haberlos afortunadamente los ha habido a lo largo de la historia, y gracias a ellos esa historia cambió. Una pregunta para los creyentes, ¿fue Jesús de Nazaret sumiso? Yo sin serlo sabría la respuesta, un no rotundo ante toda clase religiosa y política dominante, y un sí a Dios, al que Él llamaba Padre.
Digo todo esto, que es muy personal, para que el lector pueda entender mis posicionamientos ante hechos que se producen a diario y que desde mi prisma tienen su base en que la sociedad española es muy sumisa.
Hemos visto, y seguimos viendo, cómo muchas personas siguen manifestándose ante la sede socialista en Madrid más o menos pacíficamente. Según dicen protestan para no quedarse impasibles ante la Ley de amnistía que se ha presentado en el Congreso de los Diputados y que ha servido para que Sánchez sea nuestro presidente. Esto dicho así es simple, y sabemos que hay muchísimos intereses más o menos ocultos y que muchos hilos se mueven detrás de cada protesta. Lo que me cuesta entender es que esos ciudadanos sean tan sumisos que no vean que están siendo manipulados. Puedo entender la indignación por la amnistía, yo mismo la siento, pero de ahí a que salga a manifestarme cuando los gerifaltes de tal o cual partido decidan va un gran trecho que jamás recorreré.
No es que no defienda que la gente salga a manifestarse, faltaría más, pero, al menos yo, no saldría para hacerle el juego a los de arriba, que por cierto se mojan poco porque para eso está la plebe sumisa. Saldría gustosamente para quejarme de hechos luctuosos que me preocupan, como las guerras en Ucrania o la de Palestina-Israel en Gaza, sin entrar en ningún detalle (por no ser farragoso), sólo porque las guerras son la muestra de la degradación del ser humano. Me cuesta entender a los militares y su sumisión a las jerarquías. Unos luchan por deber, por orden de sus superiores, otros pueden luchar solo para defenderse. Al final el vencedor terminará sometiendo al vencido, pero el olvido es casi imposible, por eso hay guerras que no tienen fin. La de Israel y Palestina lleva tantas décadas que se enquistó y yo no le veo el final. Julia Navarro en dos de sus libros, ‘Dispara, yo ya estoy muerto’ y ‘De ninguna parte’, noveladamente lo cuenta a las mil maravillas, y leyéndolos no te queda otra que asumir que el problema no va a acabar jamás. Ojalá nos equivoquemos.
Ah, y otra cosa, dijo Emilia Pardo Bazán hace algo más de un siglo: “La educación de la mujer no puede llamarse tal educación, sino doma, pues se propone por fin la obediencia, la pasividad y la sumisión”. Pues bien, la sumisión de la mujer al hombre ya se acabó, a ver si nos vamos enterando, las personas no se deben someter unas a otras por la fuerza, hemos avanzado como sociedad en este terreno, pero a la vista de los datos de víctimas por violencia de género de este año (sí, de género, señoras y señores de Vox), está claro que nos queda bastante camino que recorrer. A esto me sumaría en manifestación por convicción, no porque políticas y políticos me empujen a ello.
Para terminar, en España la gente, además de sumisa por su mansedumbre, es mayoritariamente egoísta, pero bueno, esto sería otro tema para un nuevo artículo…