Lo tengo claro y el mismo bien lo debe tener también claro: nada debe impedir que la Naturaleza sea Naturaleza, nada debe impedir que la responsabilidad (en lo que se hace o se dice) sea responsabilidad, nada debe impedir que la razón sea razón, nada debe impedir que la vida (que no contravenga a ninguna vida) sea vida.
Porque primero, para aportarse algo a cualquier aspecto de la sociedad, debes tú tener muy claro con qué posibilidades fiables cuentas y, además, cuáles serán las consecuencias que tendrá tal aportación. Y, cuando me refiero a aportar, en realidad me refiero a lo que tú también influyas a cualquier aspecto de la sociedad.
Nada (de lo que cualquiera dice o hace) debe impedir que una responsabilidad cualquiera se haga; asimismo, nada debe impedir que una dignidad de quien sea se realice; asimismo, nada debe impedir que una racionalidad o que un sentido común se prioricen en ésa relación continua o convivencial que mantienen las personas en la sociedad. Nada debe impedirlo.
En fin, quiero señalar como muy importante que el impedir “lo que construye” en el mundo es más inhumano o deplorable o condenable que todo lo demás, ¡siempre!, que darle alas a la confusión o a lo que se hace pasar por algún bien es algo inaceptable o incallable si, en coherencia, lo que se pretende es dar lo positivo o lo constructivo a la sociedad.
En efecto, pondré un ejemplo aclaratorio: Todos saben que deben echarles agua a las plantas que cuidan, que les deben echar agua cada cierto tiempo, ¡sin faltar!, o que tal procedimiento responsable no deben impedirlo nunca.
¡Ah!, pero no me refiero en concreto solo a esto, ¡no!, sino a una COMPROBACIÓN que todos por obligado aun deberían hacer en tal procedimiento responsable (a veces más automático que responsable); y es éste: el que comprueben siempre que el agua que utilicen (para regar sus plantas) no sea inútil, inadecuada, o “turbia” conllevando elementos tóxicos o desequilibrantes.
Porque, en un procedimiento responsable (o que se cree responsable o que todos hacen diariamente), puede haber una confusión o “un impedir lo básico” sin que nadie se dé cuenta; y, mientras tanto, lo que pasaría es que un error se normalizaría de tal manera que nadie lo advirtiera. Y, día tras día, se haría así un mal por un bien, con las consecuencias que eso implica.
Por supuesto que los valores que les das a tus hijos son parte de un buen hacer que no se debe eludir, obvio y... ¡claro!; pero siempre y cuando esos valores sean los adecuados, los racionales, los inengañables, los comprobados y recomprobados conscientemente, los dignos.
Es esto es así, lo que se da como lo correcto en una persona, en una familia, en una empresa, en una política, en un pueblo o en un país, debe comprobarse RACIONALMENTE si es lo correcto; si no, es dar ya alas a una irresponsabilidad, a una detestable apariencia, a una inconsciencia o a una estupidez normalizada.
¡Las cosas como son! (al margen de excusas o de infantilismos), o como se suele decir en Andalucía: “Las cuentas claras y el chocolate espeso”. Los rodeos o los rollos inútiles son muy dañinos en cualquier sitio.
Por eso, hay que reclamar que las cosas sean claras en un ayuntamiento, en una escuela o en donde sea preciso… para que luego no hayan lamentaciones o ésas infundadas acusaciones hacia los demás, ya por echarles la culpa de algo o por vano capricho. Que no se convierta el querer hacer el bien en… inútil.