Proliferan las mentalidades de caverna y, en ellas, todos los errores se normalizan y se hacen válidos; y además todas las confusiones, sí, con las cuales es imposible saber valorar, es imposible saber decentemente dónde leches está el bien y el mal, ¡imposible!
Algunos no escuchan humanamente a nadie, algunos no escuchan racionalmente a nadie, algunos no escuchan éticamente a nadie. Solo escuchan, en verdad, a sus egos; solo escuchan, en verdad, a sus intereses, a sus prejuicios, a sus solemnidades, a sus perversas ambiciones, a sus hipócritas intenciones, a sus intelectualísimas mentiras.
¡Eso!, solo escuchan a las estéticas que han preparado contra la verdad; solo escuchan a los artículos de prensa que han preparado contra una mínima coherencia honesta; solo escuchan a los superbuenismos que han preparado contra la ética; solo escuchan a las políticas que han preparado contra el pueblo.
¡Horror! Pues, en obviedad y a favor de la inteligencia, solo se escuchará a la realidad si a nada irreal antes se atiende; también, solo se escuchará a la decencia si nunca se impide que a un esfuerzo racional le corresponda al fin su debida dignidad; también, solo se escuchará a la razón cuando ya se abandone (por firme decisión y sin cara dura) tanta complicidad con las sinrazones.
Pero no, ¡no y no!, solo quieren escuchar al juego sucio (ése ruin monólogo) que les hace ganar, triunfar a toda costa, robar el pan ajeno o corromper a la vida que acaba de nacer (me refiero a la de un niño). ¡Cierto!..., solo quieren escuchar a lo que va acompañado de dinero, de ególatra protagonismo o de buena fama, cuando no es de aparentar tener la máxima importancia o de aparentar ser más y más, en infamia.
Hay cosas que son benditas-sagradas o respetadas hasta por el aire: Los que no hacen justicia con un perro, jamás la harán con un gato, ¡eso pasa!; los que no hacen justicia con su vecino, jamás la harán por su pueblo, ¡eso es más que triste!; y, los que no hacen justicia por detener alguna mentira en la sociedad, jamás harán una justicia de verdad ni por un pobre ni por un mosquito siquiera, ¡así es!
Digamos que siempre las situaciones sociales están duras porque las han hecho así o ya las han hecho duras, las han hecho burladas de la vida, inoculadas con lepra o con rechazo, ¡oh!, ¡desatendidas!, las han hecho ajenas a sus responsabilidades, como excluidas de un respetarlas como ellos ya respetan a sus muy queridísimos influencers.
En resumidas cuentas, ellos solo escucharán a sus amigos, a sus conveniencias frías de gran frío vivir, a sus “sirvientes”, a los que están solo con ellos, y así esperan sin parar el próximo halago en un “toma y daca” inolvidable; porque ellos solo escuchan a los que solo disfrazan indignidades, y como si nada dirigen periódicos y aun naciones, compartiendo cinismo y bonito partido político y televisión basura del mismo estilo; porque ellos solo escuchan a los que cantan-bailan con ellos, a los que viven sus mentiras como malditamente suyas.
Y porque ellos, ¡miserablemente ellos!, solo escucharán a lo que ya les han dicho lo que deben escuchar, a lo que los intereses creados ya les han marcado-señalado muy bien, a lo que las estéticas establecidas o triunfalistas ya les han obligado a callar en indecencia (por estar muy vendidos), a lo que las retóricas-demagogias ya les han inscrito lapidariamente en las cerradas cabezas. Y, desde ahí, nada pues de escuchar a los pobres, a esos pobres tan pobrísimos, a los que ya no quieren aguantar más, a los tristes en no esperar ya casi nada, a los grandes olvidados o a esos engañados por tanta mierda reinante. ¡Y es que son así!
Nunca escucharán a lo que les grita realidad, ni a lo que tanto les suplica compasión u honradez, ni a eso que les exige comprensión y tolerancia; nunca escucharán a la vida.
¡Claro!, en error o en podrida desvergüenza, escucharán a la razón con sinrazones, escucharán a la vanidad siempre, escucharán a la claridad o al entendimiento con oscuridades-confusiones; y, además, escucharán a la esperanza en adelante con lo que es inviable o es insensato, escucharán a la palabra censurando a otra victísima y pobre palabra, escucharán a la libertad con cadenas, escucharán a la vida solo con un diablo interior o con la muerte.
Pero la verdad no se acobarda (ni ya se ensucia): El que no escucha, nada sabe de la vida, ¡nada!, nada sabe del mundo ni de él mismo siquiera. Nada sabe. ¡Nada! Puede intentar, con muchas pillerías y representaciones sociales, el aparentarlo, el normalizarlo falsa o hipócritamente para los demás (o para los que se dejen), pero nada sabe de verdad ¡de nada!