Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

De mi corazón nadie se burla

Es como decir que de mis esfuerzos por el bien nadie se burla; es como decir que, de mis deberes ya muy hechos (día tras día) en cuanto a la ética y en cuanto a mis responsabilidades con el mundo, nadie los cuestiona gratuitamente o los infravalora o los humilla.

Es eso el amarse a sí mismo, el respetarse a sí mismo; o el defender tu dignidad sin descanso si, en verdad, no hay ninguna prueba objetiva (por nadie y en ningún sitio) de que falles en la vida a algo esencial. Yo siempre tengo claro que si el Bien no se defiende a sí mismo, nadie lo defenderá bien; y, también, si una persona ética no se defiende (con dientes y uñas) a sí misma, ¡nadie la defenderá!

En cierto contexto o en ciertas circunstancias, sí, a veces solo tú sabes que eres inocente o que, en un pleno merecimiento de toda la ayuda posible, haces siempre demasiado el bien para que, al final, acabe bajo viles desprotecciones o bajo torturas ciegas o enloquecidas.

En fin, a estas alturas de mis andares por la vida o de mis resistencias, tengo muy asumido que “donde no hay mata, no hay patata”, que “donde hay personas que no saben valorar, no hay verdadero bien” o que siempre los ignorantes son los que quieren exhibir demasiadas virtudes “a solo palabras”, sin un aval seriamente ético de lo que han hecho.

No obstante, hay en la realidad un sentido equilibrado del todo que, “eternamente”, está muy por encima de eso o aquello que se atreva a eliminarlo; y es que hay ciertas cosas (esencias) imburlables, en las cuales no se admite una frivolidad ni una atención estúpida ni una comprensión irresponsable (o inconsciente acaso).

Como, por ejemplo, la Naturaleza, la cual no quiere que la utilices para valoraciones tuyas (¡ni de nadie!) o para comentarios que nunca le corresponden o que son patológicos o corruptos. Asimismo, la libertad (o la no esclavitud) de los seres humanos, o la paz (esa ausencia de guerras) en cualquier pueblo o país.

Lo que quiero decir es que hay cosas o esencias sagradas (de máxima importancia), que están muy por encima del existir humano incluso, y en las cuales nadie tiene jamás por qué meter su pata o sus narices para estropearles su estabilidad tranquila o su equilibrio. Los seres humanos, ¡exacto!, no tienen derecho a empeorar “lo que estaba tan tranquilo”, a mancillar lo que estaba tan “decente o sagrado” ya dentro de un equilibrio. ¡Bueno!, porque equilibrios no existen malos.

He ahí que, llegado un punto de inflexión o límite, la Naturaleza (o cualquier esencialidad) tiene siempre derecho a defenderse de la forma que ella solo elija (o sea, tal forma nunca aconsejada o estipulada por voz humana o por dictamen humano).

Asimismo, la libertad de un ser inocente  (o que recibe solo esclavitud o indignidad sin venir al caso) tiene siempre derecho (llegado un punto o extremo insoportable) a defenderse … “¡de una vez ya”!  ¡De una vez ya!

Pero lo que no se puede admitir es que muchos (pillos o cómplices de no respetar lo esencial) vayan por la vida comprendiendo solo las cosas con tal o cual conveniencia o irracionalidad que limita, en definitiva, a las mismísimas cosas, del defenderse por ellas mismas.  Así es.