Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Anestesia occidental

Al parecer, la dignidad de la vida humana no estaba prevista en el plan de globalización.

(Ernesto Sábato)

En esta semana creo haber descubierto algo; quizá se me reproche la tardanza o la falta de valor, pero he conseguido hallar el desencadenante de este sueño inducido, ese medicamento que llevamos ingiriendo decenas, cuando no centenas, de años; una sustancia a la que el sistema inmunológico de tu cuerpo no responde, porque es una droga que afecta a la mente, a la psique de cada individuo de nuestra sociedad: la anestesia occidental. Perfectamente suministrada, en pequeñas dosis informativas, a diario. Queda, sin embargo, por determinar aún en su prospecto si somos víctimas o verdugos.

La otra tarde, en el metro, tuve que escuchar a una señora quejarse de las imágenes que aparecen en las noticias a la hora del almuerzo. Que se había levantado contenta, porque hoy recibiría el dinero de no sé qué tarea, y que invertiría en comprar un electrodoméstico nuevo aprovechando el «“Black Friday” ese». Y, ¡vaya por dios!, le habían puesto un vídeo con bebés fallecidos, desparramados por el suelo, entre los escombros. Yo, que estaba allí, no pude sentir nada más alegre que la repugnancia y la vergüenza de ser una mujer occidental; de no hacer nada. Imaginé por un momento a esos ángeles –cuya inocencia no es digna de este mundo− en brazos de mis amigos, de mi familia; siendo sus hijos o los míos propios. ¿Cómo hemos llegado a este punto de antipatía? ¿Cómo deseamos que nos amen y nos entiendan si somos incapaces de sentir compasión; de identificarnos? ¿Cómo podemos apagar el televisor, cambiar de canal, seguir comiendo y viviendo con nuestras pequeñas vidas? ¿Cómo podemos comentarlo en lugares públicos (físicos o virtuales) como si fuera algo de lo que estamos exentos? ¿Cómo nos posicionamos frente al débil y le cerramos las puertas del refugio, de la paz?

El pasado sábado leía el siguiente titular en La Sexta Noticias: «Alerta en Siria: los habitantes de Alepo están a diez días de morir por el hambre y la falta de medicamentos». Los ‘cascos blancos’ (Defensa Civil) insisten en la falta de recursos tras los diez ataques con cloro que ha sufrido Siria en estos últimos días. La situación es crítica (cito textualmente la noticia): «En la parte oriental de Alepo viven actualmente unas 275.000 personas que están a la espera de que se alcance una tregua humanitaria duradera que permita a Naciones Unidas y sus socios llevar ayuda de forma regular».

Pero en nuestra sociedad capitalista nos vence el individualismo; el «ya tengo bastante con mi vida», el «no puedo solucionar los problemas de todo el mundo» o el «qué puedo regalar por Navidad, ahora que es el “Black Friday” ese». ¡Y nos equivocamos tanto!: tenemos que empezar a vencer los efectos de este trance occidental que afecta a nuestra conciencia; cada uno de una forma personal y diferente, de la forma en la que mejor sepamos ayudar; en mi caso, escribiendo para concienciar, alzando la voz de los que no pueden. Sentir lo ajeno como propio, pensar en nuestra familia, en alguien a quien amamos lo suficiente como para luchar por su vida y su dignidad. Por eso, no olvidemos nunca los ojos cerrados de Aylan sobre la sal y la arena, o los paralizados de Omrán, por el horror; los rostros sepultados bajo los escombros. No olvidemos las palabras de aquel niño a su enfermera en el hospital de Alepo, las cuales han circulado por la red los últimos días: «¿Voy a morir, señorita; voy a morir?». Y no olvidemos, sobre todo, quiénes son los responsables de esta guerra para no ser cómplices –como nuestros políticos occidentales− de los que el pasado Día Internacional de la Infancia decidieron celebrarlo bombardeando una escuela infantil primero, y el único hospital pediátrico de Alepo justamente después. No olvidemos que este no es ni el peor ni el único crimen de guerra en Siria –ni en el mundo− desde que comenzara hace cinco años; nos lo muestren o no. Por citar otro ataque reciente: veintidós niños y seis maestros murieron en los ataques lanzados el 27 de octubre contra una escuela de la provincia siria de Idlib (datos publicados por Unicef); sumándose a los más de 500.000 fallecidos.

Si piensas que tú no puedes hacer nada por ellos: te equivocas. Este es un asunto que nos concierne a todos: uno a uno. Concienciar a la sociedad para que esta decida en sus políticos –algo que no se nos da demasiado bien− sobre qué es verdaderamente importante, más allá del consumismo producido por diferentes actividades que no mencionaré aquí. Pero si cada individuo concluye esta reflexión volviendo a sí mismo y a sus cuitas –como un político corrupto se embolsa el dinero público−,  repasando su (al mismo tiempo) deseada y odiada rutina potencialmente homogénea, nunca vamos a ser capaces de despertar de esta anestesia occidental, ni de perpetuar la humanidad más allá del presente siglo. El cambio empieza contigo.