No es la primera vez, ni por desgracia será la última, que algún político mediocre de más arriba de Despeñaperros se mofe del acento de los andaluces. Los últimos han sido del PP, allá ellos, por mi parte existe la certeza de que mi español o mi castellano es mucho mejor y más rico que el de ellos, mi andaluz no comete los laísmos y leísmos que con su finolis acento dañan nuestros oídos. Y eso sin hablar de lo que me daña su verborrea politiquera de tres al cuarto.
Recuerdo de niño que cuando venía alguien en vacaciones de los madriles o de Polonia lo situaban, o se situaba, como centro de atención en una reunión, pienso que por su manera diferente de hablar, y era algo que no entendía porque quizás yo no he tenido nunca ese complejo de ser andaluz o de tener este acento cordobés. Pensaba que los que me rodeaban veían al visitante como un ser superior, muy inteligente, porque hablaba pronunciando de otra manera a nosotros, más parecida a lo que oíamos en la tele y porque de su boca salían todas las letras de las palabras tal y como se escriben. A lo mejor lo que decía era una pamplina, en la mayoría de ocasiones así ocurría, pero me sorprendía ver la cara de los que lo oían embobados. Y a esto ayudaba la prepotencia con que solían dirigirse a nosotros algunos niños forasteros, se creían que venían al pueblo, en el sentido más peyorativo, al sitio donde los catetos se alucinan sólo por oírlos hablar, y eso reconozco que me cabreaba y por eso ponía un escudo protector entre los finolis y yo… por si acaso.
Y es que el andaluz ha tenido mucho de acomplejado, recuerdo también cuando surgió la figura de Felipe González como un líder carismático con gran proyecto de futuro y que muchos intentaban desprestigiarlo sólo por venir de dónde venía. Pero Felipe supo hacer oídos sordos a tanta patraña y con su acento sevillano se alzó con la presidencia del gobierno, y diría yo que es desde donde puso de moda el andaluz. Con él empezaron los finolis a comerse también alguna que otra terminación, sobre todo el “ao” por el “ado”, y pienso que los andaluces empezamos a quitarnos en parte el complejo de no hablar bien. Recuerdo que hasta se pusieron de moda las sevillanas y afloraron las academias de este baile por toda la península, y no se me olvidará nunca al respecto la letra que Antonio Burgos le escribió a Carlos Cano y que alertaba del peligro que se corría de devolver de nuevo la peineta y nada más a esta tierra milenaria.
Y de esa misma letra vale también la pena extraer aquello de “Pero un día de febrero, verdiblanca, la alegría, el alma de Andalucía de pronto se levantó. Y mandó parar la juerga con acuse de recibo, ca'mochuelo pa'su olivo que aquí se acabó el carbón.”, porque quiero sacar a colación el ultraje que tanto Zapatero como Griñán infligieron a nuestra tierra aceptando la cesión de solares como pago de nuestra cacareada deuda histórica. ¿Dónde estaba el alma de Andalucía que no se levantó a decir hasta aquí hemos llegado? Unos nos desprecian por nuestro acento y otros nos desprecian con acciones políticas indignas, en el primer caso todos saltan con que se está insultando a Andalucía y en el segundo casi todos callan porque tienen mucho que callar. Ya lo dije en otro artículo por el mes de marzo, PA e IU no deben de dejar de hablar de este tema, por pocos que los representen en el parlamento autonómico, deben de no hacer olvidar este hecho histórico tan despreciable a los votantes andaluces. Lástima que aquella Andalucía reivindicativa haya quedado con el alma adormecida por tanto cortijismo clientelista. ¿Despertará algún día para de nuevo mandar ca'mochuelo pa'su olivo y gritar que aquí se acabó el carbón?
Y puestos a recordar, en estos días que la feria de septiembre de Cabra paraliza hasta lo ajeno a ella, me acuerdo de aquellas carrozas reivindicativas que se hacían al principio de la Transición y que suponían una inyección de ego andaluz para un pueblo que había estado sumido en el franquismo más austero. Una con un cangrejo gigante y el lema “Andalucía no imites mi paso” y otra la de un enorme despertador con la pancarta “¡Andalucía, despierta!”, son dos ejemplos que en mi retina se quedaron como daguerrotipos de un momento crucial que supimos ganar los andaluces. Está claro que hay que seguir, por desgracia esas carrozas hoy no han perdido vigencia, a lo peor podrían perder la fianza que depositan porque se las considerara desconsideradas con el poder establecido, pero valdría la pena. Falta algo que nos reactive y que al igual que la roja ha logrado que cantemos lo de “yo soy español, español, español”, al unísono suene un “yo soy andaluz, andaluz, andaluz”. Me duele que actualmente el pueblo andaluz esté tan alejado de lo que tanto costó lograr aquel lejano 4 de diciembre de manifestaciones multitudinarias, que no es ni más ni menos que sentirnos eso, pueblo andaluz con orgullo, dignidad… y nuestro acento.
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