Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Serbia, país de vacaciones

Julián Valle Rivas

Está muy bien eso de civilizar. Ya sabe, lo de elevar el nivel cultural de las masas y mejorar su formación y comportamiento, según define el diccionario de la Real Academia. Ha supuesto pasos importantes en la Historia de la Humanidad, en todos los órdenes, incluido el jurídico. Antaño, sumidos en la oscuridad de la barbarie, se aplicaba aquello de la «responsabilidad colectiva», donde, en el marco penal, la personal del delincuente se extendía al grupo familiar o social. Eran los tiempos del «Código de Hammurabi», de los griegos o de los germanos; también del Derecho Canónico, en su etapa primigenia, y de algunos de nuestros Fueros. Pero, obviando consideraciones democráticas, tampoco hemos de remontarnos tanto. El Código Federal de Crímenes Políticos de la URSS, de 1934, recogía sanción penal para los familiares de los desertores y traidores; igualmente, el Código Penal búlgaro de 1951. La premisa era muy simple, lógica para aquella mentalidad: ante la comisión de determinados delitos graves, siendo posible o no —generalmente no— la imposición de la correspondiente pena al autor —o autores— del hecho, se entendía que no quedaba suficientemente satisfecha la responsabilidad, trascendiendo a la familia que lo había criado y educado, o al colectivo social —gremio, comunidad, pueblo— que lo había acogido. La primera se orientaba hacia la calificación de garante del comportamiento del sujeto. En ambos casos, se estimaba una cooperación o complicidad palmarias.

Por suerte, todo esto ha quedado atrás. La injusticia de tal ideología es evidente, inmoral, despreciable para el ser humano del siglo XXI. Lo que ocurre es que, de vez en cuando, tropiezas con situaciones incómodas, que te hacen revolverte en la silla, rechinar los dientes y blasfemar en múltiples idiomas contra la civilización, el civismo y cualquier otra variante etimológica. Deseas retornar a la Edad Antigua, rescatar el principio de responsabilidad colectiva e imponer un poco de cordura.

Piensas que su abolición es una broma cruel, o un error subsanable. Pero no. Sólo es un daño colateral, una consecuencia inevitable de nuestra propia evolución. Simplemente, como sociedad, no sería conveniente su vigencia, quedaría mal, supondría un retroceso insalvable.

Me refiero a los casos extremos, claro. El de la Alemania de la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, cuando una población mayoritaria entregó por votación el poder a un belicista y antisemita fanático, quien se había reconocido públicamente como tal; o cuando negó tener conocimiento del exterminio judío mientras se señalaba al vecino —el cual era humillado y despojado de sus pertenencias— y se sacudía la ceniza de la ropa tendida. Núremberg cumplió con el protocolo, respecto de los altos mandos; las duras sanciones económicas, el control militar o la división del país, entre otras medidas, completaron la pena impuesta a toda una nación. Que ésta fuera justa o no, que la reparación fuera equitativa al daño o no es algo que no me corresponde valorar. Ni me apetece.

Actualmente el caso es el de Serbia. Su estatus oficial de país candidato a la adhesión en la Unión Europea es cosa hecha. Entonces, uno piensa que una guerra es una guerra, evidentemente. Sin embargo, hasta en una guerra hay límites. O debería haberlos. A continuación, lees y recuerdas, tiras de archivos y documentos, para refrescar la memoria. Las matanzas de Vukovar o Srebrenica, las fosas comunes, los fusilamientos, degüellos, asesinatos a sangre fría en bosques y campos, la violación masiva de mujeres en burdeles para la soldadesca o delante de sus familiares, la pasividad de las autoridades europeas —con mucha sonrisa, mucha pose, mucho choque de manos y mucha foto— hasta que EE UU decidió intervenir… Y ahora, llegando a un acuerdito con los kosovares, entregando —o ayudando a capturar— a Milosevic —quien estará ardiendo en el infierno, presumiblemente—, Karadzic y Mladic, como cabezas de turco, todo queda olvidado. Pelillos a la mar. El pasado, oiga, es el pasado. Serbia ha dejado atrás aquellos turbios años de terror, fuego, acero y sangre que protagonizaron los territorios de un lugar en un tiempo llamado Yugoslavia. Hoy es un estado civilizado, pacífico, ideal para las visitas turísticas, para pasar las vacaciones.

Sinceramente, desconozco la clase de impulso, o de locura, que lleva a miles y miles de personas, aislando toda racionalidad, a seguir a un pequeño puñado de psicópatas, comportándose como tales, cuando la superioridad numérica sería la clave para la contención de los excesos. Y después, ante la derrota, negar la evidencia y justificarse con el cumplimiento de órdenes —manifiestamente abusivas—, quedándose tan panchos.

Aunque bueno. Quiénes somos nosotros, los españoles, al cabo, para condenar la actitud de la Unión.Julián Valle Rivas.

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