Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Economía coronavírica

Que el parón productivo, parcial y sectorizado, de dos semanas, luego ampliado a casi la totalidad de los sectores y ocho días laborables, genere catastróficas e impredecibles consecuencias económicas, las cuales se prolongarán, a modo de secular y conocida crisis, a lo largo de varios años, dice mucho de lo nefasto de nuestro sistema económico y muy poco de su fiabilidad y seguridad.

            Que es un sistema ideado y gestado por el puñado de ricachones que integran la plutocracia mundial, no cabe duda. Como tampoco la tiene el hecho de que llevaban más de un año deseando una crisis global que no terminaba de explotar, hasta que lo han conseguido, claro… Entiéndase, había pasado una década desde la última, y tocaba la nueva.

            No seré yo quien lance las típicas reseñas conspirativas en torno al origen y oportunidad de la pandemia que nos asola, que no hace ascos ni discriminaciones, porque nos encargamos nosotros de establecerlas, al abandonar a su suerte a miles de personas que no podrán recluirse. No pienso sólo en los profesionales sanitarios, de seguridad y de defensa del Estado, y quienes los auxilian, carentes de profilácticos y demás medios de protección, sino en todos aquellos autónomos que dependen del día a día para vivir, que dependen de echarse a la calle y buscarse el jornal, que dependen de sus propias manos y recursos, y que no disponen de más coberturas que las tejidas con el empeño diario y la caprichosa fortuna.

            Igualmente, no deseo pararme, o tal vez recrearme, en aquellos grupúsculos de funcionarios administrativos estatales, autonómicos, locales y de Justicia (no resulta conveniente la inclusión pública de todos, ni siquiera certera) que, en lugar de trabajar desde casa, aprovechando la suspensión de plazos administrativos y procesales y la no admisión documental en registros judiciales, para sanear el problema dilatorio administrativo, se están tocando, literalmente, los cojones con excusas viles y rastreras. Grupúsculo de gentuza mezquina que, con su despreciable comportamiento, además de ultrajar al gremio, tras la reanudación de la actividad económica y laboral, ante el aluvión de entradas por registros, colapsarán el sistema y retrasarán la salida de aquellos trámites que condicionan a otros profesionales para poder seguir trabajando, demorando, con ello, la reanudación y el impulso necesarios para la reactivación del mercado. Conviene precisar, en este punto, aunque sin ánimo de perder golpe de tecla ni fomentar la crítica destructiva en estos momentos de solidaridad y buen rollo comunitario, que, pese a antojarse coherente la suspensión de plazos administrativos y procesales, no lo es tanto que se fomente y catalogue, por una parte, la abogacía, por ejemplo, como ocupación que se puede desempeñar desde casa, vía telemática; mientras que, por otra parte, se cierran los registros, precisamente, telemáticos, vetando cualquier flujo de función u operación que permita el sustento económico. Y que, de perdidos al río, no se controle y obligue a los funcionarios que se han resguardado en sus viviendas a suplir, al menos, el cincuenta por ciento de su labor, dotándolos de los medios al efecto, siendo, quizá (y sólo barrunto), suficiente con pegarle un puñado al ordenador para llevárselo a casa.

            Y, bueno, no es éste, ni por asomo, el lugar ni el espacio para adentrarme en el fregado de valorar el proceder de los gobernantes de turno, pues deviene cobarde y en exceso relajante de necesidad el criticar desde fuera, sin el peso de la información, la presión de la decisión y la responsabilidad o, más bien, el resquemor de las consecuencias. Llegará el momento de valorar si las medidas se debieron adoptar antes y si con mayor contundencia. O si, puestos a la solidaridad y la unidad, hubiera procedido el conveniente sacrifico de la comunidad, exponiéndonos, con el desarrollo de las costumbres y quehaceres rutinarios, al curso natural del virus, esperando que, cansado de saltar de un individuo a otro, se detuviera por mero aburrimiento, como el matrimonio que, habituado uno al cuerpo del otro, cancelara o expatriara lo del acto de la coyunda; salvo mutación sobrevenida, que, en el supuesto metafórico, implicaría una fuerte inyección de cirugía plástica o, directamente, cambio de pareja, con la consecuente renovación del ardor saltarín.

            Y así, desmantelada desde hace años nuestra industria nacional, quedamos subordinados a la producción profiláctica china, autorizada para abastecer al mundo y desbordada (ojo al detalle) para cumplir con la demanda. Esa misma China de donde partió la pandemia, particularidad que, ahora, parece no importar demasiado… Total, damos por válidos los datos aportados por su régimen.

            El caso es que todo quisque considera iniciada la enésima crisis económica, fortísima crisis, complaciente con esa plutocracia dominante, que babea entre dientes y se relame, gozosa. Una crisis que aniquilará a los perdedores de siempre: autónomos, pequeños empresarios, trabajadores precarios y silenciados con sueldos de subsistencia. Una crisis sistémica para un sistema económico que veneramos.