Últimamente raro es el día en el que los medios de comunicación no nos amargan la jornada informándonos de un nuevo desahucio, del incremento del número de parados, de algún nuevo recorte, o de la inminencia de nuevas medidas que supondrán un empeoramiento de nuestras condiciones de vida.
La desilusión y el desánimo se han instalado en nuestras vidas. Una ola de pesimismo generalizado invade nuestra sociedad y, en medio de esta debacle, los políticos (la mal llamada “clase política”) han pasado a convertirse en uno de problemas que más preocupan a los españoles.
Lejos de percibirlos como leales servidores públicos, la ciudadanía tiende a considerar a los políticos como una lacra. Cada día más, son percibidos como un grupo de individuos que, instalados en sus cómodas poltronas y acostumbrados a caminar sobre las mullidas alfombras de sus confortables despachos, han perdido el contacto con la sociedad real.
Cuesta trabajo imaginar a ninguno de nuestros dirigentes políticos preocupado porque el sueldo no le alcanza para llegar a fin de mes. Es difícil pensar en un político con responsabilidad institucional acongojado por la imposibilidad de hacer frente al pago de su hipoteca o cabizbajo porque no sabe como hacer frente a los gastos que necesita para seguir dando a sus hijos la misma calidad de vida de la que han disfrutado hasta hoy. Las preocupaciones de nuestros políticos, de todo signo, color o condición, no van por esos derroteros, y se encargan de demostrarlo a diario.
La última y sonora demostración de su alejamiento de la realidad que vivimos la inmensa mayoría de los ciudadanos españoles la ha protagonizado Patxi López, el actual lehendakari vasco, quien, desde que fue investido en mayo de 2009, percibe unas retribuciones que se sitúan muy por encima del sueldo que cobra el presidente del Gobierno. Los 97.519 euros anuales que percibe López actualmente por el desempeño de su cargo están muy alejados de los ingresos medios de cualquier familia normal y corriente, y eso dando por hecho que la unidad familiar no se haya visto azotada por la lacra del desempleo.
Pero cobrar casi 100.000 euros todos los años tampoco debe garantizar la felicidad. Quizá sea ese el motivo por la cual el ínclito Sr. López (Patxi para los amigos) ha blindado la pensión que le corresponderá percibir en su día, garantizándose así una pensión mínima vitalicia de 50.000 euros anuales, lo que le asegura una jubilación que será exactamente la mitad del salario que percibe actualmente por su condición de Presidente del Gobierno Vasco.
Y por si eso fuera poco, esa sustanciosa pensión irá acompañada de las prebendas que le corresponden a todos los exlehendakaris: título de lehendakari, tratamiento protocolario de Excmo. Sr., coche oficial y una persona de su elección adscrita a su secretaría particular. Y todo ello gracias a su estancia durante poco más de tres años en la Lehendakaritza.
Se me ocurren mil formas diferentes de calificar el ejemplo dado por el Sr. López (Don Patxi) a la hora de verse obligado a abandonar su cargo oficial por el imperativo de las urnas, pero entre esos calificativos no están los adjetivos, “solidario”, “decente”, “honrado”, “coherente” ni, mucho menos,“socialista”. ¡Y pensar que había quien postulaba a este individuo como el Mesías llamado a liderar la larga travesía del desierto a la que se ha visto abocado el socialismo español!
Está claro que a la hora de tomarnos por tontos, no hay distinción de siglas ni de colores.
Domingo Fernández Tovar
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