Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Las obras de Misericordia 1: dar de comer al hambriento

Empezamos a comentar brevemente las obras de misericordia, y puesto que lo primero es comer, antes de filosofar, empecemos por la que se titula "Dar de comer al hambriento".

Si tuviéramos aquí delante a un teórico del management, nos diría que vale más enseñar a pescar que regalar un pez. Sin embargo, a esta objeción, en cierta ocasión, la beata Teresa de Calcuta (que será canonizada el próximo 4 de setiembre) respondió que le parecía muy bien, "pero mientras ustedes se dedican a planificar y elaborar ese fabuloso curso de pesca, yo me dedicaré a darles de comer a estos pobres, porque podría suceder que cuando empiece ese curso, ya no sea necesario impartirlo, porque habrán fallecido de hambre".

El hambre conlleva cierta urgencia, pero ese "dar de comer" no solo responde a esa urgencia, sino que genera en quien da una sensibilidad que es fundamental y que está también en la base de esos cursos de pesca que se pueden organizar después. Me refiero a una sensibilidad por el prójimo que sufre, una sensibilidad que sacude la indiferencia ante los demás hombres caídos en desgracia y que pasa por encima de esas sospechas sobre si será real o inventada la necesidad o el hambre que el prójimo muestra ante nosotros y que nos lleva a pensar si nos estará engañando.

Bastante tienen los necesitados con ser necesitados. Parece demasiado querer que, encima, "hagan los deberes" que garanticen que la ayuda que les estamos dando va a tener un uso racional o similar al que nosotros le daríamos. Al dar de comer al hambriento, nos olvidamos a veces de que esta obra de misericordia debe hacerse sin humillarle, tratándole no como a un mendigo, sino como a un rey, porque verdaderamente es hijo de rey al ser hijo de Dios, que es Rey.

Hemos hablado de comer, pero no se trata solo del pan material: "No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt. 4, 4), dijo Nuestro Señor cuando fue tentado por Satanás al comienzo de su vida pública. La limosna no es solo pan, sino justicia, amor, dedicación de nuestro tiempo, aceptación del prójimo, comprensión, el pan de la cultura, de la comprensión, de la ayuda moral, del levantamiento del ánimo del prójimo.

A la vista de esta limosna se ve claro que no solo los potentados, sino todos, estamos llamados a dar de comer al hambriento, y la cuestión no es la de darles o no darles de comer, sino cómo darles de comer, pues el mismo Jesucristo, en un momento determinado, dijo a sus discípulos -nos dijo a nosotros- aquello de "dadles vosotros de comer", cuando estos parecían plantearse que vendría alguien del cielo a hacerlo.

¿Y qué les podemos dar de comer? Como hemos visto, pan y palabra, lo material y lo espiritual, pero sobre todo, más que dar, hemos de "darnos". La diferencia entre la gallina y el cerdo es que la primera "da" y el segundo "se da". Véase, si no, un huevo frito con jamón: en el huevo, la gallina aporta algo, pero en el jamón, el cerdo "se implica".

Se trata de darse. Y ese "darse" es compartir oportunidades y posibilidades, sin criterios marxistas, sino de caridad, esto es, fortaleciendo a los débiles sin debilitar a los fuertes, compaginando la justicia con la caridad, como expresaba Santo Tomás de Aquino: "La justicia sin compasión es crueldad; la misericordia sin justicia es la madre de la disolución".

Compartir oportunidades y posibilidades es, en último término, compartir la vida, o lo que es lo mismo, compartir nuestro tiempo, que es el material de nuestra vida. Si lo compartimos, seremos obsequiados, aunque no sea eso lo que busquemos, porque recibiremos de los demás su riqueza, sus dones, sus capacidades, y en definitiva, su amor.