Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

La moda de las mascarillas

Las hay de todos los tamaños, colores y precios. Quirúrgicas, con filtros o hechas a mano. Desechables de un solo uso o lavables. De filtros renovables o fijos. De las que depuran al noventa o al noventa y ocho por ciento. Las hay estampadas, de colorines o monocromáticas. Las hay con banderita de España, a la izquierda o derecha (cuidado con la importancia del matiz posicional), constitucional o republicana (ésta, a una sempiterna izquierda ignorante), o reivindicativa de cualesquiera de los múltiples colectivos oprimidos, repudiados u olvidados. Las hay que se atan con lacito o se ajustan con tira elástica tras las orejas. Las hay, si es usted de los sensibles en la zona de piel orejera, que se fijan a una banda de plástico en el cogote. Las hay militares o propagandísticas. Las hay de forma cuadrangular, rectangular, ovalada, angulosa o de perpendicular pico de pato, como noqueado o desnucado. Las hay que se importan habiendo sido fabricadas sin cumplir disposiciones de seguridad y fiabilidad y las que se portan después de haber sido recortadas de una vieja camiseta de algodón.

Las mascarillas están de moda, como en los ochenta lo estaban las hombreras y los loros gigantes sobre los hombros a todo volumen o, en los noventa, las corbatas psicodélicas y los tamagotchis. Así hemos asimilado la pandemia coronavírica, las restrictivas medidas sanitarias: una moda de mascarillas. Un complemento más en nuestra indumentaria diaria, como unas gafas de sol durante un deslumbrante día de verano o de ocioso esquí alpino. ¡Y qué locura el no llevarla, vive Dios! ¡Significaría ir desnudo por la calle! Aunque el llevarla plegada bajo la barbilla mientras se fuma, oiga, eso no sea problema. Pero, al tiempo que asumimos el uso de la mascarilla como una moda, enmascaramos (perdón por el facilón juego de palabras) las verdaderas medidas de prevención, distancia social e higiene de manos, relegándolas al ostracismo más obsceno. Porque ésas son las efectivas medidas de prevención.

Y es que vas por la calle y te cruzas con grupos de chavales divirtiéndose o dando un paseo, adultos charlando en mitad de la acera, compactas colas a las puertas de los establecimientos; todos ellos muy juntitos, a un palmo, rozándose o tocándose. Y vas andando, tranquilo, y quien viene frente a ti ni amaga por apartarse al alcanzarte. Y vas por la acera, tratando de pegarte lo máximo posible a las paredes de los edificios, y el tipo (o la tipa), pese a no vislumbrase coche alguno por la calzada, continua su marcha sin abandonar el estrecho margen peatonal, regalándote su fragancia a pachulí. Y vas, en fin, caminando o practicando deporte por la vía verde y te topas con la parejita o el grupito copando todo el ancho del camino, a su aire, en lugar de adoptar la correspondiente fila india. Y las reuniones de personas sin contacto familiar o laboral habitual, las fiestas clandestinas con exceso de aforo o las furtivas visitas libidinosas.

A todo lo cual se precisa añadir el tema de la higiene de manos. A poco que el encargado, quien procura la mayor diligencia por el bien de su negocio, se descuida un segundo, se cuela en el establecimiento el típico (o típica) imbécil (o imbécila) que pasa de higienizarse las manos con las soluciones repartidas en los diversos surtidores de las entradas, para, seguidamente, empezar a toquetear los productos de los estantes sin pudor ni respeto, dubitativo al instante de elegir su compra. O, aun habiéndose higienizado las manos, se toca la frente, se engancha al móvil o se rasca el culo, para persistir en el manoseo manufacturero (perdón, de nuevo). Géneros groseros de la especie que, conscientes (por bellacos) o inconscientes (por estúpidos), reparten el virus por el mundo, jodiendo a los demás. Sin olvidar, claro está, a los niños que corretean de acá para allá, como pequeños impulsivos e irresponsables que son, palpando, restregando, hurgando, con la bendición de sus padres. En el seno de toda familia, surge un temerario, o sea; aquél (o aquélla) que se expone al peligro y a la muerte de frente, autónomo de miedos, con un par; circunstancia que a mí, personalmente, me resulta digna de elogio, consideración y, hasta si me apura, pleitesía. Sin embargo, tamaña temeridad adquirida por derecho de nacimiento, colisiona y queda limitada por los derechos de las restantes personas (y personos): en tanto en cuanto el ejercicio de un derecho invada o dañe el derecho de otro (u otra).

Sí, sí. Conozco a la perfección el bamboleo gubernamental en lo que a las medidas de prevención se refiere. Mucha improvisación y reajuste, demasiada incertidumbre y vacilación; vaguedades en momentos de necesaria determinación. No obstante, existen normas básicas, universales y perpetuas. La mascarilla, entendida como moda, no es suficiente, salvo para ocultarnos el feo careto a algunos.