Mi padre era albañil. Antes de entrar en faena establecía un orden de prioridades que le permitiera empezar por lo que más urgía reformar y después, una vez terminado lo urgente, continuar arreglando siguiendo el criterio de más a menos importante. Teniendo presente que lo esencial era evitar un colapso o hundimiento del edificio por dejadez.
Y a quienes, impacientes, metían prisas y buscaban atajos les subrayaba una idea: “Espera hasta que la obra esté acabada y luego me cuentas. Cuando te diga que he terminado, si no te convence el resultado se retoca lo que haya que retocar”.
Traigo a colación su recuerdo porque analizando el comportamiento y mensaje que desde la Izquierda lanzamos tras el batacazo sufrido en las pasadas elecciones municipales y autonómicas, me da la impresión por una parte que nos impacientamos demasiado a las primeras de cambio (como niños mimados incapaces de gestionar la más mínima frustración) y por otra que tampoco estamos siendo unas lumbreras al establecer las prioridades de nuestra agenda.
Hemos puesto como ejes centrales elementos sin duda importantes y que merecen estar en el programa, pero anteponiéndolos a otros que hacen más atractiva nuestra propuesta de Sociedad y son nuestras señas de identidad históricas. Nos falta fineza a la hora de ordenar la lista.
Actuando con este criterio conseguimos de rebote que buena parte de lo que podría ser “nuestro público” sea refractario al mensaje. Porque nuestro orden de prioridades se ha ido alejando de las suyas, de esas situaciones que viven con angustia, de la sensación de indefensión, de las duras condiciones de su vida cotidiana …
Y esta mezcla de agobio y frustración es campo abonado para que lleguen y germinen propuestas que simplifican el discurso, buscan un enemigo malvado y externo al que echarle todas las culpas y ofrecen como solución un sentimiento de pertenencia al grupo encarnado en un concepto vacío -si detrás no lleva el añadido "pueblo" y "personas" que son quienes la construyen-como “Patria” y creen que todo se oculta envolviéndose en una bandera.
Para conformarse solo con que los mismos que los desprecian al ver que no se cuestiona ni sus privilegios ni su dominio de clase, les pasen la mano por el hombro y les digan: “Pepito, Antoñito – el diminutivo como elemento de inferioridad del interpelado y superioridad del emisor- tú en realidad eres uno de los nuestros”.
Por ello, aunque tengamos desconchadas las paredes de nuestra casa y veamos que necesitan enlucido y encalo, antes de ponernos a ello es mucho más urgente arremangarnos para tapar el boquete que se ha abierto en esta casa de vecinos llamada España.
Por él se están colando termitas dispuestas a devorar los derechos constitucionales, garrapatas neoliberales que se creen con derecho a chupar la sangre de todos convirtiendo la riqueza pública en privada y ratas que ya no se asustan de ser vistas a la luz del día y asoman el bigote atusado mientras realizan el saludo fascista y gritan “¡Viva Franco!”.
Si no sabemos ahora discernir entre lo accesorio y lo esencial en la película que estamos protagonizando y nos da igual tener frase propia en el guion o quedarnos como simples extras para hacer bulto, tenemos encima un gran problema.
No hace falta repetirlo porque lo conocemos. Somos culpables (aunque parodiando al Orwell de “Rebelión en la Granja”, "algunos más culpables que otros") de haber hecho mal las cosas.
Por ejemplo de haber convertido la salida pública de la coalición Sumar en un curso de desánimo y desconfianzas hasta transformar lo que debería haber sido una fiesta de presentación en algo más parecido a un velatorio.
Por supuesto que podemos disentir. Sobre cómo se ha articulado el espacio, lo de intentar lanzar un hiperliderazgo desde la cúspide sin previamente haber creado organización y unión de base, de la torpeza de los vetos personales, de lo difícil que es intentar ensanchar el espacio pisando callos…
Todos esos desconchones y más los tenemos en nuestras paredes y a quienes los señalan como poco estéticos y que necesitan arreglarse no les falta razón.
Pero no olvidemos que de aquí a Julio lo primero y principal es taponar el agujero por donde entran los liberticidas.
Tenemos menos de un mes para ponernos las pilas. No seamos como el envidioso del cuento al que le ofrecían lo que quisiera, pero avisándole que a su rival le darían el doble... y pidió que le sacasen un ojo.
En estos días pasados se ha tensionado a las militancias y en las redes han corrido riadas de insultos y descalificativos (evidentemente muchos los han puesto en marcha los “haters” de la extrema derecha con falsos perfiles progresistas, pero otros iban firmados por queridos compañeros y queridas compañeras totalmente identificables) que no han hecho nada de bien. Todo lo contrario.
Por ello no sería mala idea volver a experimentar con gaseosa en lugar de amagar con arrojarnos ácido sulfúrico.
Ya hemos visto cómo se las gastan los odiadores cuando ocupan parcelas de Poder y como consideran suya la herencia del Franquismo. Sus matemáticas siempre contemplan la alianza PP y Vox, distintas cabezas, mismos collares.
También hemos comprobado fehacientemente lo ya sabido (basta mirar al Madrid de Ayuso): que su electorado esta inmunizado ante la Corrupción. No les quita medio voto.
Ya estamos sintiendo las medidas que están aplicando en sus primeros pasos en los Ayuntamientos y Comunidades a las que han accedido tras las pasadas elecciones y conocemos de sobra lo que hacen desde décadas en sus feudos.
Todo lo traducen a recortes de Libertades, aumento de la represión, privilegios a la Iglesia y Privatizaciones. No tienen otra fórmula.
Ante el panorama ¿la solución es dejarles pista libre y pregonar un equidistante “ cuanto peor, mejor”?
¿O consentimos que quemen toda España mientras nos quedamos de brazos cruzados esperando que se produzca una reacción popular y se siembre el país de barricadas?
Viendo como se han premiado a candidatos que han hecho barbaridades no creo que se den las condiciones para que ocurra lo segundo. Y no me convence nada la primera solución.
Con todas las dudas, prevenciones y pese a nuestras torpezas solo tengo una cosa clara: el 23 J no voy a restar.