Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Dirección.: Calle Eduardo Rueda s/n

En esta sociedad que vivimos, de la información, parece casi imposible enterarnos de un evento al que nos hubiese gustado asistir una vez que el mismo se ha producido.

Parece, pero sucede. Y así me ha sucedido con el acto de descubrimiento de una placa con su nombre en la calle que la Corporación municipal de Cabra le dedicó, por acuerdo de todos los grupos políticos, al que fuera alcalde de la ciudad, buen amigo y, por encima de ello, todo un señor, Eduardo Rueda.

Creo que la primera vez que oí hablar de Eduardo fue al poco de incorporarme al hospital Infanta Margarita, allá por los finales de 1982, hace ahora treinta años.

Fue una tía mía quien al saber que me iba a vivir a Cabra me comentó que  tenía allí dos buenos amigos, María Merino y Eduardo Rueda, con los que habían hecho amistad en los años de la transición cuando mi tío político desempeñó también el cargo de alcalde, en este caso de Villa del Río.

Curiosamente, hoy en día, un hermano suyo, Bartolomé Ramírez Castro es alcalde del municipio villariense en representación de Unide.

A partir de ahí e hilando genealogías, supe que Eduardo era pariente, por vía materna, de unos buenos amigos y compañeros de infancia en el colegio de los HH. Maristas de Córdoba, los Roldán Nogueras, uno de los cuáles es el actual rector de la Universidad de Córdoba y otro, mi buen amigo Rafael, un conocido radiólogo en Cabra, prematuramente fallecido.

Conocí también que otros grandes amigos, los Amado Solís, con los que desde pequeño he venido coincidiendo, y lo seguimos haciendo ahora, en Torre del Mar, tenían también un parentesco con Eduardo a través de su hermana Pepita, casada con Felipe Solís Ruiz, hermano, a su vez, de María Solís, madre de mis amigos madrileños y a la que tuve ocasión de tratar durante los años de infancia y algo en la juventud ya que falleció a edad temprana para lo que en nuestros tiempos es habitual.

En todo caso, no había más que salir a la calle, recién llegado al hospital, y preguntar por Eduardo Rueda para recibir siempre una respuesta que coincidía en un adjetivo, es un caballero.

Es verdad que nuestra diferencia de edad, él era 22 años mayor que yo, no facilitaba coincidir en los círculos de amigos, además de que ambos nos movíamos en profesiones distintas, y no fue hasta 1987 cuando tuve la oportunidad de conocer más en profundidad a ese hombre del que nunca había escuchado un comentario en negativo.

Fue con motivo de las elecciones municipales de ese año, en las que ocupé el cuarto lugar en la lista de la entonces Alianza Popular, cuando descubrí la bondad y el buen hacer de alguien que lejos de luchas partidistas me planteaba mi posible incorporación al Ayuntamiento como un ejercicio de responsabilidad social que en un momento u otro debíamos asumir aquellos que tuviésemos algún tipo de inquietud por el bien público.

Nunca, ni remotamente, se me había pasado por la cabeza incorporarme a la política. Es más, mi timidez la hubiese considerado siempre un obstáculo para ello. Sin embargo, entre la serenidad de Eduardo y la vehemencia, siempre bien orientada, de Ángela Mateas, me atreví a dar aquel paso.

A partir de ahí mis contactos con Eduardo fueron más frecuentes y compartimos multitud de charlas, muchas veces en torno a un guiso de habas o unas migas con huevos fritos en la huerta del desaparecido y muy querido Paco Pérez, con Heliodoro, Antonio Cuenca y tantos buenos amigos de entonces, hoy muchos de ellos desaparecidos.

De ahí que mantenga con Eduardo Rueda una serie de deudas impagadas.

Una de ellas, haber vivido en Cabra, haber pasado en esa ciudad diez y siete años de mi vida, haber criado en ella a mis cuatro hijas y conocer a amigos imborrables de la memoria que siempre me han aportado mucho más de aquello que yo pudiera darles.

Y, ciertamente, si no hubiese sido por Eduardo, por su tenacidad y su compromiso con los egabrenses, muy posiblemente el hospital del Aradillo se hubiese construido a una decena de kilómetros o ni siquiera hubiera llegado a edificarse, con lo que difícilmente hubiese podido ejercer mi profesión y mi especialidad allí.

Le debo, también, el que gracias a su gestión dí el paso de entrar en la vida política, descubriendo un mundo apasionante, aunque duro, complejo y en ocasiones frustrante a la vez, en el que tuve oportunidad de, al menos,  creer que cumplía con la voluntad de una parte de la sociedad y defender, no sólo en el marco local y provincial sino también nacional, una serie de principios que, además, compartía con Eduardo.

Y tengo la deuda de su amistad, pues aunque él contó con la mía, la cualidad y calidad jamás podía ser la misma teniendo en cuenta el valor que doy a la experiencia y la ausencia de interés personal de quienes son mayores.

Una serie de deudas que también adquirió el pueblo de Cabra- no olvidemos la labor que Eduardo Rueda llevó a cabo al frente del Instituto de Formación Profesional, su apuesta decidida por el cooperativismo y la proyección laboral de quienes con él se formaron, el apoyo que siempre brindó a los discapacitados allanando el camino a la Fundación Termens, el ejercicio de conciliación que desde la alcaldía realizó en una etapa llena de interrogantes y su actitud personal y la de su familia hacia los más desfavorecidos y en general hacia todos aquellos que tuvimos la suerte de sentir su amistad- y que ahora ha venido a zanjar rotulando para la historia una calle con su nombre.

Gracias Eduardo, gracias María y que quienes en cualquier momento dejen discurrir sus pasos por la calle que lleva tu nombre sepan que no fuiste alguien más en el pasado sino un gran hombre, un gran padre, un gran político y un grandísimo amigo.

 Enrique Bellido Muñoz

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