Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Paco de Lucía y la Lucena de 1968

Presenciar en mi juventud la actuación de Paco de Lucía en el patio del Castillo de Lucena creó en la imaginación una foto-fija que perdura con cierta nitidez en aquella parte de la memoria que no se ha desprendido a través de los años, y que sigue formando parte de la trayectoria vital.

Alimento de esta perenne presencia han sido los vinilos del guitarrista que me acompañaron por diversos lugares del itinerario profesional y que hoy, con una vida retirada del ajetreo del trabajo, puedo observarlos y oírlos, pues forman parte de la pequeña viniloteca personal: “Entre dos aguas” (un single de 1974 que compré ese año cuando vivía en Córdoba), “La fabulosa guitarra de Paco de Lucía” (elepé editado en 1967, que no sé dónde lo adquirí) y “Paco de Lucía interpreta a Manuel de Falla” (un elepé regalo del instituto Antonio Machado de Sevilla por el montaje que realicé con alumnos del centro, en 1983, sobre poemas de García Lorca). En nuestros días, Internet nos ofrece todas las posibilidades para arrinconarlos definitivamente en el baúl de los recuerdos, pero la nostalgia aún persiste e inclina la balanza a favor de realizar el ritual de ver la aguja del giradiscos recorriendo, desde su inmovilidad, los surcos del vinilo y escuchar el misterioso embrujo del sonido. 

Las hemerotecas, sobre todo la local (me refiero a “Luceria”) permiten dar un poco de luz a las sombras que se pierden por el laberinto de las callejas y encrucijadas de la mente, permitiendo un paso menos titubeante en la reconstrucción de aquella fiesta flamenca que se anunciaba como “II Festival de Cante y Baile”; una velada artística patrocinada por el Excmo. Ayuntamiento que tendría lugar en los Jardines del Palacio Ducal de Medinaceli el día tres de agosto a las once de la noche, en la que actuarían Antonio Fernández “Fosforito”, Antonio Ranchal Álvarez de Sotomayor, Antonio Núñez “Chocolate”, acompañados a la guitarra por Paco de Lucía y la participación del gran Ballet Flamenco de Gloria Vargas. Acto cultural encuadrado dentro de las actividades de la Feria y Fiestas de San Francisco 1968.

Tanto Antonio en el cartel hizo que se hablase del “trío de Antonios” como un reclamo publicitario. Tres ases del cante que nos deleitaron en aquel festival de cante y baile: Antonio Fernández “Fosforito”, con una brillante carrera, cantaor completo cuyo arte le ha llevado con el tiempo a ser “Llave de Oro del Cante Flamenco”; Antonio Ranchal Álvarez de Sotomayor, que hacía una presentación casi “oficial” en Lucena tras los triunfos en el Concurso de Córdoba, en el Certamen Flamenco Cayetano Muriel “Niño de Cabra” y en su exitosa presencia en Madrid como “El aristócrata del cante” (con ese segundo apellido no podía ser menos), siendo profeta en su tierra, y Antonio Núñez “Chocolate”, la conciencia sonora de una raza basada en la pureza cantaora.

La danza flamenca encontró en el Ballet de Gloria Vargas la más genuina representación con un “sobresaliente” para su cuadro flamenco, según la crónica periodística, cuyos movimientos se me desdibujan en la sombra de las evocaciones. Pero sí compartimos las palabras que reseña el articulista dirigidas a Paco de Lucía: “joven mago de la guitarra”, “número uno quizás en su género”, cuyo repertorio fue “magistralmente interpretado”. La verdad es que aquellos sonidos que flotaban en el negro aljibe de la guitarra tejían “una gran estrella / para cazar suspiros”, igual que la guitarra lírica de Federico García Lorca en el “Gráfico de la petenera”.

Tal vez sea el poeta Félix Grande el que mejor ha definido al artista: “Paco de Lucía, el más grande de los creadores de música para guitarra andaluza que ha tenido jamás la historia del flamenco”, “El mayor genio de la guitarra flamenca”, “Un inmenso andaluz de la milenaria Gadir”. Son palabras de 1978. Hoy, tras su muerte, he podido comprobar en las redes sociales los infinitos elogios a Paco de Lucía, pero hago mía la reflexión que un amigo, David Bea, músico y compositor, colgaba en su muro hace unos días: “Hasta el día antes de su fallecimiento no escuchaba ni veía nada referente a este genio, este innovador, vanguardista y músico profético que descorrió el velo del misterio del flamenco para mostrarnos los huesos del corazón de esa música de raíces, para después llevarla a un lugar desconocido y único. Ahora que ya no está todo el mundo se apunta al carro de los reconocimientos. ¿Por qué debe fallecer alguien así para llenar titulares, expresar admiración y reconocer su aportación a la cultura de un país? ¿Cuanto durará esto? ¿Tendrá consecuencias directas o simples panegíricos para vender durante unos pocos días? Adiós a Paco de Lucia. Desde un novato, ignorante y principiante absoluto del conocimiento de su arte, adiós. Las lágrimas, la alegría y el reconocimiento siempre estarán ahí, porque su música seguirá sonando, mágica y atemporal”.

Aquella actuación en el estío lucentino de 1968 quedó definitivamente grabada en mi frente. Eran fechas en las que desarrollaba la actividad artística, vinculada al teatro, en la Agrupación Lírico Dramática “Barahona de Soto”.

 

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