La reciente detención de Puigdemont es un ejemplo de pizarra de lo que significa bajar la guardia y tener exceso de confianza. Pero antes, voy a hablar algo de otro caso, el de Mario Conde.
En diciembre de 1993 vi por la televisión una comparecencia del presidente de Banesto ante los diputados del Congreso en relación con el caso que dio en llamarse Argentia Trust. En un momento determinado, uno de los diputados le preguntó a Mario Conde por 600 millones de pesetas que habían desaparecido. Mario Conde no se dio por aludido y contestó que nada tenía que ver con esa desaparición. Posteriormente, en 1997, habría juicio y Mario Conde fue condenado. Por ese y otros casos, cumplió varios años de cárcel, tras los que volvió a la vida civil en 2008. De aquellos 600 millones, aparentemente, nadie se acordaba ya.
Sin embargo, un buen día, abril de 2016, Mario Conde fue detenido mientras intentaba traer un dinero desde Suiza a España. Aquella noticia sorprendió a todos, pues ya nadie se acordaba de aquellos 600 millones de pesetas (hoy día traducidos a euros) ni nadie sospechaba nada de Mario Conde, cuya imagen había quedado muy rehabilitada gracias a sus intervenciones en debates y tertulias televisivas.
¿Qué había pasado?
Al parecer, no se si desde Hacienda o desde dónde, pero sí desde algún órgano del Estado, esos 600 millones de pesetas (o de euros o de lo que sea) seguían en la memoria. Al salir de la cárcel en 2008, desde el Estado se emprendió un plan de seguimiento de los movimientos de Mario Conde con una sola idea estratégica: actuar con paciencia.
Parece ser que un tiempo después de salir de la cárcel, Mario Conde hizo un viaje a Suiza, por el motivo que sea. En ese viaje sacó un dinero, poco. No pasó nada. Pasado un tiempo, hizo otro viaje parecido y sacó otra pequeña cantidad. Tampoco pasó nada.
Los viajes se repitieron de modo irregular, siempre sacando algo de dinero, cada vez más, pero poco. Tampoco pasó nada. Al parecer, esos dineros formaban parte, presumiblemente, de esos 600 millones de pesetas, tan perdidas, de hacía tantos años.
Y aquí vino el error (el presumible error, dejemos siempre a salvo la presunción de inocencia) de Conde: creer que nadie le seguía la pista ni a él ni a esos 600 millones de pesetas. Por el contrario, desde el Estado, sus movimientos eran cuidadosamente registrados.
El exceso de confianza le hizo sacar cada vez cantidades mayores. Hasta que fue dentenido. Lo que venga después es cosa de los jueces.
Puigdemont ha tenido un error de exceso de confianza. En Bélgica estaba de miedo. Si se hubiera quedado ahí, probablemente hubiera sido imposible sacarlo. El catalán no tuvo en cuenta que en el Estado siempre es posible contar con alguien para que piense y organice cómo sacar de la madriguera a un tipo como él. Ese álguien son, coordinados, el juez Llarena, el gobierno, el CNI, etc.
Lo que alguien con inteligencia pensaría en un caso así es que lo primero que había que hacer es sacarlo de la madriguera y llevarlo a otra menos segura. No se si los del CNI serán en último término los que han generado el afán excursionista de Puigdemont desde su autoexilio en Waterloo, pero lo que sí es cierto es que, dado que Bélgica se considera el país más aburrido del mundo, la creación de un estado de opinión en el entorno de Puigdemont, favorable a "exportar" el independentismo catalán por Europa, caso de ser cierto, habría sido una jugada magistral de los servicios de inteligencia españoles, jugando con las mismas cartas que el expresidente de la Generalitat.
Sea o no así, lo incontrovertible es que a Puigdemont le ha gustado viajar haciendo proselitismo catalanista, incluso en Laponia. Craso error moverse de un sitio tan seguro y aburrido como Bélgica.
Segunda jugada maestra: Una vez fuera de la madriguera, desde el poder judicial se dicta auto de procesamiento contra él y orden internacional de detención. Mala cosa es que le pillara tal noticia fuera de Bélgica, nada menos que en Finlandia.
¿Volver a Bélgica en avión? No, que le pillan a uno en el aeropuerto. La carretera es mejor. Además, incluso cabe dar un pequeño rodeo: Finlandia, Suecia, Dinamarca, Alemania, etc.
Craso error, porque en Finlandia, algún militar del CNI colocó una baliza electrónica en miniatura en el coche de Puigdemont, del tamaño de una moneda, imperceptible. Pero una baliza. El resto fue coser y cantar porque a partir de ese momento, Puigdemont estaba totalmente localizado. Incluso previeron otro sistema complementario: seguirle a través del móvil.
Puigdemont fue detenido en una gasolinera alemana, treinta kilómetros después de atravesar la frontera con Dinamarca, en el peor escenario para él: rapidez administrativa, consideración de delito en Alemania sobre lo que él ha hecho en España, penalización muy severa de dichos presuntos delitos, etc.
Quizá debió repetir las precauciones que tuvo el 21 de diciembre pasado, cuando se cambió de coche en el interior de un túnel, burlando así a los servicios de inteligencia del Estado, que seguían sus movimientos de manera parecida a como lo han hecho ahora. En aquella ocasión terminó votando donde nadie lo esperaba. Pero en esta ocasión no ha actuado así; le perdió el exceso de confianza. Bajó la guardia.
Siempre se ha dicho que los morosos son gente que empezó no siéndolo, pero que logró que el acreedor llegara a confiar en ellos de tal modo que, cuando menos lo esperaba, se produjo el impagado. Por eso los bancos no dejan un cabo suelto, y aun así, hay quien se les cuela.
Siempre el exceso de confianza. Una vez conocí a un mercenario que había estado en varias guerras (Salvador, Líbano, etc.). Me dijo que desde hacía muchos años no había dormido más de diez minutos seguidos. Quizá por eso todavía estaba vivo.