Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Sobre Andalucía

El otro día, un colega me preguntaba que si yo "me sentía andaluza". No sé qué gesto raro debí hacer con la cara, que los dos nos quedamos unos instantes pensando en la conveniencia o no de la pregunta en un contexto donde la conversación iba por otros derroteros (del nacionalismo y sus virtudes).

No obstante, tras unos segundos me apresuré a responder - quizás de forma poco meditada - que sí, que claro que me sentía andaluza... Y mucho.

Pero me voy a explicar:

Para mí, Andalucía es especial, y no solamente por ser "mi tierra", el lugar en el que he crecido y pasado la mayor parte de mi vida. Obviamente, lo que he aprendido en Andalucía ha sido posible -entre otras muchas cosas- gracias a las condiciones sociales y culturales tan particulares que en esta tierra se ofrecen.

Por supuesto, decir Andalucía es decir sufrimiento y rabia, lucha, precariedad. Pero también riqueza (una riqueza humana, natural y cultural que rebosa por todas las esquinas). Aunque cuando evoco las imágenes más agradables, para qué negarlo, se me aparecen los colores del campo inundado de flores en abril; el olor de los guisos y los postres y su sabor mediterráneo; los monumentos que coronan los pueblos de punta a punta; los ritmos de un cajón flamenco acompañando a una guitarra a los pies de la Alhambra; las tapitas en la calle y el aroma del vino de la tierra; las abuelas y los abuelos sentados en las puertas de las casas en las noches de verano; un trocito de pan con aceite o un paseo por el campo para empaparme de la serenidad de los olivos.

Pero, especialmente, si hay algo que adoro de Andalucía es que es una tierra abierta, que desde tiempos remotos ha acogido siempre a una sociedad heterogénea y plural. Andalucía es puente entre culturas. Es cuna de civilizaciones. Andalucía es un dialecto, una forma de expresar el arte, de sentir, de cantar, de relacionarse…, que se ha ido formando a través de los siglos y a raíz de la mezcla de culturas que han ido dejando aquí su impronta. Cuando digo Andalucía nombro también a todos los pueblos que pisaron estas tierras y se asentaron para intercambiar sus productos, para construir ciudades, para cultivar sus campos o para modelar nuestras instituciones. Cuando digo Andalucía nombro a todos los artistas e intelectuales que germinaron aquí sus ideas y transmitieron sus valores. Nombro a los autóctonos y a los foráneos. A aquellos que se acercaron a lo largo de la historia para aprender y recoger el conocimiento que emanaba de la Bética romana, de la Córdoba califal o de la Sevilla imperial. También nombro la lucha por la dignidad que a lo largo de los siglos protagonizaron los trabajadores del campo andaluz, y que es una lucha internacional. Y nombro a todas las personas que tuvieron que abandonar esta tierra en busca de trabajo o refugio, así como a las generaciones que años después dirigieron aquí su rumbo desde tierras lejanas para asentarse en este lugar de acogida y calidez. Tierra de emigrados y tierra de inmigrantes. Tierra de humildad y de lucha. Tierra de diversidad, de respeto y tolerancia.

Porque Andalucía no se construye con fronteras, sino todo lo contrario: con las puertas abiertas. Por lo que es para mí sinónimo de 'universal'.

Todo esto nombro cuando digo Andalucía
que es como decir 'mi casa'
es decir, la de todas/os.

Y, como decía el poeta Marcos Ana,

mi casa no tendrá llaves
siempre abierta, como el mar,
el sol y el aire.