Mi último artículo fue sobre la educación. Ahora me veo “obligado” a escribir sobre la sanidad. Precisamente de los dos pilares fundamentales que según el señor Rajoy eran “intocables” pese a la situación de crisis y a la dura política de recortes que está “obligado” a realizar.
El tema de la educación me toca de lleno. Como padre de una niña en edad escolar y como pareja de una orientadora que ejerce su labor en distintos centros. Pero desgraciadamente más involucrado aún en lo referente a la sanidad porque en las últimas semanas tanto familiares míos como yo mismo hemos padecido enfermedades que han requerido incluso hospitalización. Mi experiencia en este campo se limitaba a intervenciones en las rodillas provocadas por lesiones deportivas las cuales me realicé en un centro privado gracias a un seguro que tengo contratado con una compañía. Pero en diciembre he sufrido un proceso infeccioso en un pie y ante el fuerte dolor y la fiebre, acudí por cercanía al hospital Infanta Margarita. La impresión que me llevé desde que entré fue tremendamente negativa y aún recuerdo con horror los días que pasé allí. Que conste eso sí, que no tengo queja alguna de muchos profesionales que allí ejercen su labor (ATS, auxiliares, algunos médicos, …) siempre muy amables y dispuestos a facilitarte las cosas. Pero no tienen culpa de un sistema que es un caos, en donde queda en entredicho ese modelo sanitario que era la envidia de otros países.
Ya desde el principio me lo advirtió un ATS. Tras muchas horas sin comer tuve la osadía de pedir una pieza de fruta. “!Aquí no hay nada! ¡No pidas grandes cosas!” me advirtió. Luego lo comprobé día a día. Una comida pésima, falta de personal que hace que los trabajadores se vean desbordados, descoordinación total, ninguna explicación de nada, … Un solo ejemplo: a mí me dieron el alta en el pasillo del hospital una médico que no me había visto con anterioridad y que se fijó en lo que le decía la enfermera (por cierto, cada día me vio un especialista diferente). Cuando le pregunté por la analítica que me habían hecho el día anterior para comprobar los cambios con respecto a una que me hicieron al ingresar, se extrañó y preguntó “¿pero qué analítica?” Tras noches en vela (imposible dormir) decía que de traumatología tendría que pasar a unidad mental porque iba a acabar loco. Pero no tanto como los familiares del paciente que estaba en mi habitación, mareados por diferentes criterios médicos y que dejé rellenando una hoja de reclamaciones. Salí de allí con sensación de alivio y mejor no comentar el “seguimiento” que están haciendo de lo que me pasó. Me mandaron otra analítica y aún no está. Si quedaba un resto de infección evidentemente os podéis imaginar por donde iría. Ni que decir tiene que tuve que recurrir a mi compañía y hacerme yo una de manera privada. Asimismo la semana pasada solicité que me hicieran una gammagrafía ósea, la cual ya me la hicieron el miércoles en Málaga. Y dos días después tenía a un mensajero trayéndome el resultado a mi casa. Afortunadamente puedo permitirme tener una compañía privada pero la mayoría de los ciudadanos no. Y esto clama al cielo.
Ahora comprendía perfectamente las quejas de tanta gente. Y lo mío es nada en comparación con otras personas. En los últimos meses se acumulan las noticias. La última que he oído es el estado lamentable del hospital de Alicante, con una huelga de limpieza que dura ya más de dos semanas. La porquería se acumula, la gente está cabreada, … Sumemos esto a las protestas de los profesionales madrileños por la privatización de los hospitales (si dimiten aproximadamente casi cien directivos por algo será, ¿no? ), al famoso euro por receta, al copago de los medicamentos por pensionistas y por todos los ciudadanos en general, al también pago de los traslados a enfermos que no tienen más remedio que acudir a un hospital (a diálisis por ejemplo), a que también les cobran a ciertos enfermos que tienen que requieren ciertas medicinas en un centro porque tienen enfermedades graves (y el cáncer entre ellas) , a la suspensión como servicio público de los tratamientos de fertilidad (ya se sabe: tener niños es un lujos. El que los quiera que lo pague), … Y etcétera, etcétera.
“Se ha abusado mucho” es lo que se comenta. No voy a negar que sí hubiera descontrol en muchos aspectos: en la dispensación de recetas, en acudir a la medicina cuando no siempre era necesario, .. Pero hemos pasado de un extremo a otro y ahora pagan justos por pecadores. Si algo hay que me indigna profundamente es cuando se hace la distinción entre lo público y lo privado. Lo primero se identifica con clases bajas y medias (si es que éstas existen ya) y con deficiencias. Lo segundo con clases pudientes y con un servicio de más calidad. Pero vamos a ver, ¿quién paga la sanidad y la educación en España? Todo aquel que como yo se levanta cada mañana, trabaja (si tiene la fortuna de hacerlo) y se deja los cuernos por llevar un sueldo a casa, paga religiosamente sus impuestos (y no será porque no hay y porque no han subido ABSOLUTAMENTE TODOS) , … y tiene derecho por tanto a que eduquen a sus hijos de una manera digna y eficaz, y si enferman, que le atiendan como deban. Nadie quiere estar en esa situación y si requieres una hospitalización o un medicamento es porque te hace falta. Pero no, aquí no. Parece que lo público lo regala graciosamente el gobierno. Ese que no hace nada contra la evasión fiscal y proclama amnistías, ese que permite que las sicav tributen solo al 1%, ese que rescata a la banca porque mantenerse en el poder depende de ello, ese que permite que la fiscalía pacte con un determinado partido político para que se vaya de “rositas” (y me refiero al caso de la Unió Democrática del señor Duran y Lleida) cuando han defraudado miles de euros de fondos europeos para financiarse ilegalmente, ese que recorta sueldos y pone a interinos en la calle cuando la señora Cospedal gana 160.000 euros, ese que permite que haya un buen número de diputados cobrando una ayuda por vivienda en Madrid cuando ya tienen casa allí, … Solo con una pequeña parte de lo que acabo de citar (y la lista sería interminable) tendría para ofrecer una sanidad modélica.
No, no puedes caer enfermo. Eso es algo que solo se lo pueden permitir los ricos. Por no poder no puedes ni morirte (recordemos la subida del IVA a los servicios funerarios). Lejos queda esa sentencia tan acertada de Benjamin Franklin: “No cambies la salud por la riqueza, ni la libertad por el poder”. En nuestro país no podemos cambiar nada. Porque no tenemos salud, ni riqueza, ni libertad, … En realidad lo único que podríamos cambiar es a TODOS nuestros gobernantes, sean del partido que sean.
Víctor Salazar Benítez
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