Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Nos toman por imbéciles

Julián Valle Rivas

Así es. Señora, caballero. A usted y a mí. Y a nuestro vecino, o vecina —cuidado, no nos olvidemos—, también. Con sus caras sonrientes, informáticamente retocadas. Cada cierto tiempo nos piden el voto, con mucho tacto, respeto y amabilidad. Menuda desfachatez. Este año se dará el caso, repitiéndose el próximo. Y podrá reconocerlos con facilidad. Son los mismos que, por incompetencia, mediocridad u obcecación, por hipocresía, mezquindad o cobardía, no han sabido, no han podido o, simplemente, no han querido evitar una situación de crisis social y económica. Ni gestionarla eficaz y eficientemente, después. Conduciendo a tres generaciones —sin contar las posteriores— a la ruina, la desesperación, la desconfianza y la incredulidad.

Da lo mismo el color político, o si forman parte de un gobierno o de una oposición. Nuestro Estado social y democrático de Derecho dispone de los mecanismos suficientes para garantizar la toma de decisiones acertadas, adecuadas, y un ejercicio responsable de ellas. Lo único necesario es capacidad para no tener que recurrir a dichos mecanismos, claro; o voluntad para ponerlos en práctica, llegado el caso. Además de coraje. Pero no. Unos se han visto bochornosamente desbordados, agobiados. Otros han jugado al desgaste, al descabello del animal herido.

Lo extraño es que todavía nos sorprenda, si lo hace. En un país olvidadizo y manipulador de su historia, donde no nos ponemos de acuerdo ni para celebrar actos de relevancia nacional e internacional —¿sabía que entre 2008 y 2014 se conmemora el doscientos aniversario de la Guerra de la Independencia?—, la actual situación era previsible.

Durante años hemos convivido con la especulación y el fraude, con la sobreexplotación de un sector económico y la saturación de un mercado dudosamente sólido o sostenible. Sin perspectivas de solvencia futura, la ruin demagogia ha tolerado el desarrollo de infames comportamientos, mirando para otro lado, pensando en el siguiente voto, en la alegre embriaguez presente y no en la estabilidad y seguridad futuras. Y nosotros, tordos condescendientes, hemos contribuido campantemente, año tras año, agitando banderitas en multitudinarios mítines y riéndoles las gracias en saraos nocturnos y tertulias de café.

Como ciudadanos hemos de reconocer y asumir nuestra parte de responsabilidad, nuestro conformismo ciego e infame. Pero, de igual modo, existe la responsabilidad de los gobiernos, derivada de su administración y toma de decisiones; amén de la de las oposiciones, marcada por la propuesta de ideas y la valentía para ponerlas en práctica, conforme a la legalidad vigente.

En un aparte —permítaseme la licencia—, añadiré, por si es de utilidad, que el candidato electoral es una especie claramente identificable. Oportunista demagogo, se adentra en plazas, parques y demás espacios que congreguen a un considerable número de ciudadanos, oteando con astuta mirada, analizando y seleccionando las apetitosas piezas que pronto atrapará, mientras una gota de baba se desliza por la comisura de sus labios. Estrechará manos, besará mejillas, tomará a bebés en brazos, prometerá carreteras, infraestructuras, protección y restauración del patrimonio histórico, servicios públicos de primera calidad, plazas de funcionarios, subida de sueldos, recintos de cultura y ocio, seguridad, limpieza, modernización, nuevas tecnologías, defensa del medio ambiente, pleno empleo y un chalé en la sierra o en la costa —a elegir— por familia… o por ciudadano, si place. Fotos con niños, abuelos, mujeres y hombres; más besos, más estrechamiento de manos, más fotos, abrazos y palmaditas. Más sonrisas forzadas, poses animosas, estultas frases carentes de todo ingenio, gestos de desprecio hacia el adversario, promesas imposibles, medidas incoherentes, programas extravagantes. Acompañará todo ello con visitas, perplejamente casuales, a albergues, asilos, hospitales, centros deportivos, escuelas, industrias, centrales energéticas, granjas, bosques bellacamente recalificados, siempre debidamente ataviado con el uniforme correspondiente. Por cierto, aparecerá rodeado por decenas de micrófonos y cámaras; y cientos de fogonazos iluminarán un rostro donde se dibuja un semblante miles de veces ensayado ante el espejo del baño de casa.

Cerrado el paréntesis orientativo, cabe la posibilidad de que nadie esté por la labor de comerse el marrón que hay montado. De ahí que sean los mismos. Aunque, visto lo visto, unos y otros debieran haber gastado la vergüenza de no volver a presentar sus candidaturas —me refiero a personas, no siglas—. Empero el caso es que nos toman por imbéciles. Que, como tendemos a olvidar el pasado remoto, obramos de la misma manera con el pasado reciente. O puede que, salvo honrosas excepciones, realmente lo seamos. Imbéciles, digo. Lo cual, por supuesto, es muy probable.

 

Julián Valle Rivas

Jurista y novelador

 

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