Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

La semilla del curso 75-76

A veces pasa que me da por recordar aquel tiempo en el que un germen creció en mí para dotarme de una ideología política, social, económica, en definitiva, de un marco ideológico en el que crecer como persona, que se iría alumbrando conforme iba madurando poco a poco. Y hoy es uno de esos días, quizás porque se acercan todas las elecciones posibles, excepto las recientes autonómicas, y mi voto aún no está decidido para casi ninguna. Solamente se con seguridad a quién no votaré.

Pues bien, mis recuerdos se alejan hasta allá por el año 1975, cuando empezaba el curso académico que sería el fin de mi etapa en la EGB (Enseñanza General Básica) y mis padres tenían que decidir con quién iría a unas clases particulares que me afianzaran bien en conocimientos ante la llegada el próximo año al Bachillerato unificado polivalente (BUP). Estaban las academias de siempre que regentaban maestros de los distintos colegios de Cabra, sin duda gente con experiencia y solvencia, pero resulta que mi primo se prestó a dar clases, ya que había terminado su carrera de Magisterio en Sevilla e iba a prepararse las oposiciones para ser maestro funcionario. En mi casa no hubo ningún género de duda, mi padre confiaba plenamente en la preparación y el talento de mi primo y a mi madre la sangre le tiraba sin discusión ante su inexperiencia y su bisoñez. Esa misma decisión se tuvo que tomar en las casas de otros amigos míos de entonces y no lo tuvieron claro, surgieron dudas y terminaron en una academia tradicional. Así que me quedé solo. Jamás oí a mi primo quejarse de que las clases no le eran económicamente rentables por tenerme a mí como único alumno, al revés, parecía que su empeño se centró en demostrar a quienes no habían confiado en él que se habían equivocado y en demostrarse a sí mismo que su vocación estaba fuera de toda duda.

Entre mis tíos y él acomodaron una parte del desván de su casa, que se separaba del resto como una buhardilla, y allí fue donde pasaba el día rodeado de apuntes y libros que le servían para llevar bien preparadas las oposiciones. Yo llegaba por la tarde, creo recordar que a las cinco o así, entraba en la casa (antes siempre estaban las casas abiertas sin problema) y, sin ver ni siquiera a mis tíos ni a mi prima la mayoría de los días, tiraba para arriba en busca de saberes… Cuando abría la puerta del desván la visión de tanto mueble polvoriento y variados cachivaches me imponía, sobre todo las cabezas de los gigantes y cabezudos que allí se guardaban, quedando a la derecha la puerta donde él me esperaba.

La inclinación del tejado le daba al techo de aquella estancia un aire distinto, así como la pequeña ventana que nos daba luz y junto a la que estaba la mesa donde ambos nos afanábamos en que yo aprendiera matemáticas, física y química, ciencias naturales y otras cosas… Cómo agradezco que las cosas sucedieran entonces de aquella manera, porque evidentemente que aprendí bien lo que tenía entre manos, pero lo mejor siempre venía al final de la clase… allí, sin pretenderlo, se sembró la semilla, allí surgieron las mil y una preguntas que se amontonaban en mi cabeza y sobre las que un adolescente de trece para catorce años buscaba respuestas.

Murió Franco al poco de empezar el curso, y las ideas de libertad explotaron como una bomba en una reprimida sociedad, yo necesitaba saber mil cosas que no venían en los libros de texto. Por eso siempre digo que tuve clases particulares de la vida que me estaba tocando vivir, clases con el mejor maestro, clases que podría llamarlas postparticulares y de las que sólo él y yo conocíamos su existencia. Era como nuestro secreto.

Además de descubrir lo que había supuesto una dictadura tiránica para España, pude conocer qué estaba pasando en el mundo. Fue la primera vez que oía extasiado hablar de Marx y sus teorías, de la Revolución de los claveles que había ocurrido hacía muy poco en Portugal, y oí hablar de términos como democracia y libertad ganadas por nuestros vecinos. Como no, también me hablaba de Sudamérica y de gente que con movimientos revolucionarios defendían que sus pueblos no se vieran sometidos al coloso norteamericano y a su imperialismo capitalista. Y ya se me quedaron grabados los nombres del Che Guevara, de Fidel Castro o de Salvador Allende, así como de sus correrías y sus maneras de ver aquel momento en sus tierras. Y todo hablado tranquilamente, si había miedo no se notaba en aquella atmósfera mágica, y mi rebeldía entusiasta siempre dispuesta a querer saber más y más.

Me contó episodios de revueltas revolucionarias en la universidad que eran disueltas a la manera de los temidos “grises”, pero a las que ya no iban a poder frenar porque en primavera la calle era un clamor pidiendo libertad y un sistema político donde todos tuvieran voz y voto. Yo salía de allí, y conforme bajaba las escaleras empezaba a imaginar…

Recuerdo que no siempre el epílogo de las clases particulares, y nunca se podrían haber llamado mejor, era de historia o política, a veces también me hablaba de hechos de la naturaleza, la ciencia le apasionaba y me contaba todo tan naturalmente y con tanta pasión que me gustaba sin estar yo muy dotado para ello. El origen de la vida recuerdo que me dejó una marca imborrable, él me explicaba lo que es la célula y de ahí terminábamos hablando de cómo llegó la humanidad a existir, demostrándome que lo de Adán y Eva era un cuento. Pero insisto, todo con suma naturalidad.

Y como no recordar los finales de clase hablándome de música, del rock que siempre le ha gustado tantísimo y del que yo era un supino ignorante. Me hablaba de grupos ingleses y americanos que me sonaban a chino. Él mismo le compraba a mi hermana algunos de esos discos que luego yo escuché, como la Creedence Clearwater Revival cuyo Lp, el de las cuatro caras -le decía yo dado mi pésimo inglés-, gasté de tanto usarlo. Ahí descubrí también a Mike Oldfield, Bob Dylan, Simon y Garfunkel y otros muchos, gente rompedora y mal vistos por estos lares. Pero también me habló de Víctor Jara, que ahora debería de vivir para seguir cantando su a desalambrar las cuchillas de Ceuta y Melilla, o de Quilapayun y su “el pueblo unido jamás será vencido”, himno de la juventud rompedora de la época, del cubano Carlos Puebla o de la entrañable Violeta Parra. También había sitio para los españoles, por aquel entonces nació Señora Azul de Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán, y poco después El parque de Víctor y Diego, gente tan buena a la que he echado mucho de menos y sé que él también. Y Serrat también era motivo de charla, ahí descubrí por primera vez a Machado o Hernández. Había sitio para Aute, Rosa León y aquel Al Alba que si lo sabías interpretar te ponía los pelos de punta. Y un sinfín de música que me rondó por la cabeza durante toda la Transición.

Qué curso, inolvidable sin lugar a dudas, el fruto de lo que pienso ahora tuvo ahí su origen, pero se acabó como acaba todo lo bueno. Dados mis excelentes resultados y que él sacó las oposiciones, el curso siguiente ya sí había conmigo más alumnado en aquella mágica buhardilla. Él les había dado una gran bofetada sin manos a quienes dudaban de su valía, y mi primo les enseñó a mis compañeros matemáticas y ciencias, pero lo que ellos no tuvieron nunca fueron aquellas clases postparticulares, que desde aquí le quiero agradecer a mi primo tanto tiempo después, y que yo tanto eché en falta en primero de BUP.

Quién nos iba a decir a los dos que en estos momentos la extrema derecha vuelve a tener protagonismo en esta España que ambos imaginamos tan de otra manera…