Cree la mayoría que Amparo Muñoz se fue porque una larga enfermedad se la tenía jurada. Craso error. La enfermedad sí estaba, y a todos los efectos materiales puede decirse que ella se la llevó. Pero Amparo habitaba en otra sala: en el salón de los corazones solitarios. Y en ese salón esbozó una última sonrisa. Y en ese salón exhaló un último suspiro, por si por algunas de sus esquinas apareciera ese otro ímpetu que la elevara definitivamente a las estrellas. Y en ello, la prensa deshumanizada sin saber cómo tratar “el asunto” porque su familia terrenal, la de Amparo, la tenía y la sigue teniendo cobijada bajo un manto protector, bajo el protector manto del amor más puro. Y hacen bien. Pues que los buitres vayan a buscar sustento a otros lugares en donde la bazofia es el pan nuestro de cada día.
Creen los desconocidos que una dolencia mundana arrebató a nuestra Amparo Muñoz el tránsito por esta ondulada que es la vida. Se equivocan los extraños. La dolencia sí que estaba y la consecuencia material fue su ida silenciosa hacia otros estados. Pero Amparo moraba en otra estancia: en la estancia con tules de los corazones solitarios. Y en esa estancia dibujaron sus labios un último gesto. Y en esa estancia el dolor se transformaba en bálsamo, por querer adivinar que en el volver de cualquiera de sus esquinas surgiera ese otro ímpetu que la alzara sin dudarlo hacia un cielo de luminarias blancas. Y en ello, esa mayoría, esos desconocidos, esos extraños, los que jamás palparon su esencia, tratando por todos los medios de socavar los ánimos de sus más allegados.
En estas fechas a los solitarios nos rueda por entre los surcos del rostro una sola y espesa lágrima. Y es que, aparte ya la página escrita que le tocó llevar cosida a sus alforjas, los latidos de su corazón nunca llegaron a encontrar el hueco justo en donde hacerse eco…. Tanta pasarela de infinita largura y el universo moviéndose acompasado a sus pies. Tanto foco impúdico adherido a su faz de ángulos imposibles y por eso hermosos sin igual. Tanta escena sonora envuelta en su cuerpo de Venus. Tanto diálogo de sordos al dictado de un sinfín de guiones desprovistos la mayoría de la ternura que Amparo siempre demandaba. Tanta luz y su sombra desplazándose por los camerinos con alas de ángel. Tanta sombra y su luz destellando desde los rectángulos blancos de las pantallas… Todo un rosario de cuentas, de blandura o dureza al tacto según se deslizaran por ellas los dedos de sus manos de seda.
(Amparo Muñoz Quesada, actriz y modelo española, ganadora del certamen de belleza Miss Universo 1974, falleció el 27 de febrero de 2011)