Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

La voluntad

Dicen que la voluntad, ese “acto con que la potencia volitiva admite o rehúye una cosa, queriéndola, o aborreciéndola y repugnándola” –siempre según la RAE-, es tan manejable como la plastilina. Yo me lo creo, porque me consta cómo la presencia del sujeto1 se tuerce y se retuerce, por ejemplo, ante el vuelo  de la capa purpúrea de ciertos personajes que predican y predican desde sus púlpitos dorados pero que no practican ni por asomo lo predicado, y que deberían pasar ya, de una puñetera vez, al mundo de la insignificancia social en todo lo que atañe al mercantilismo de sus creencias.

Dicen que la voluntad, esa “elección de algo sin precepto o impulso externo que a ello obligue” –siempre según la RAE-, se deshace tan rápido como el azúcar en un “cortao” caliente. Y yo me lo creo, porque les aseguro que he podido ver con mis propios ojos de qué manera el sujeto 2 se arrodillaba ante el alto rango para anudarle sin sonrojo alguno los cordones de su zapato derecho, brillante y rancio. Ello, bajo la presión puntiaguda de un sable desenvainado a conciencia. El sable que guarda silencio, un silencio casi sacro, bien dispuesto y reluciente dentro de la vitrina de todos los tiempos.

Dicen que la voluntad, esa “facultad de decidir y ordenar la propia conducta” –siempre según la RAE-, tiene un agujero negro que la devora a cada sonido de metal o recuento apresurado de billetaje. Que un servidor lo asume sin dudar, porque vista la papada que se le ha ido acumulando al sujeto 3, después de arrellanarse en el cuero desgastado durante décadas y décadas, no puedo sino echar de sí con desprecio que el untar adquirió el carácter de moda. Y es que cuando a la VOLUNTAD se la compra, hasta con el veneno se relame uno de gusto.