Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Me han robado una montaña

El robo ha tendido lugar en Lora del Río, el pueblo donde vi la luz y palpé por primera vez el agua. Los que no somos de capital cuando hablamos del lugar de nacimiento solemos expresarnos así. Incluso tiempos atrás, en las administraciones, ante cualquier intervención  de las fuerzas del orden, por esto del poder y las clases, al percatarse de que no era uno de la capital preguntaban: ¿De qué pueblo? o ¿Cuál es tu pueblo? Bueno pues en mi pueblo nos han robado una montaña, todavía queda un gran trozo de ella, como  huella del hurto, pero se teme que no por mucho tiempo. Uno es algo descastado y va de visita y siempre con urgencia, pero el otro día me  apetecía salir al campo, acercarme a la sierra. Cuando llegué a sus pies pude ver con horror que una de las montañas de cuando muy niño contemplaba desde al balcón trasero de mi casa, donde a medida que crecía  la iba grabando en mi retina, estaba desapareciendo.

La han convertido en una enorme y rentable cantera, que imagino tendrá todos sus papeles en regla, aunque al parecer también los tenía Boliden en Aznalcollar, ya conocemos su triste ejemplo, poco más o menos, cómo funciona esto del medio ambiente entre las administraciones y el poder de las grandes empresas privadas; pero entrar ahora en ello es como dar palos en el agua, echar las redes al viento o sembrar en la arena, así de crudo. Bien es verdad que con insistencia y formando grupo se logran evitar algunos desmadres, pero bien pocos. Esta sociedad ha creado tantos intereses, que son muchos los que necesitan demasiado al haberse  montado en el tren consumista de Dolce Vita y avaricioso superlujo, donde con lo estrictamente legal les sería imposible sostenerlo y mantener su disfrute. Y es que para ellos vivir con esmero y dignidad resulta aburrida. Lo que ocurre es que la dignidad como la ética  son cosas tan “rancias” que casi resulta feo practicarlas en estos tiempos.

Pero yo expongo simplemente una anécdota en el camino de esta destrucción, porque el problema colectivo no es una montaña que forma parte del paisaje de una infancia, de un grupo de muchachos que como aventureros de lo desconocido vivieron en ella sus primeras andanzas, esa conquista del mundo que todos llevamos dentro en una cierta etapa de la vida. La realidad es que nos están  robando todo el paisaje; ya los pueblos no se conocen desde lejos cuando nos vamos acercando, hoy tenemos que leer esas cartelas que nos dan la bienvenida y nos dicen el nombre de la villa, las poblaciones son ya todas  iguales, han ido perdiendo su personalidad exterior con una muralla de adosados o bloques. Dentro, en su Casco antiguo, queda la iglesia y con suerte alguna casa palacio. Pero las verdaderas señas de identidad han ido desapareciendo,  nos las han hurtado, unas veces por pura y descarada especulación, otras por esa ignorancia voluntaria y atrevida de muchos gobernantes.

A todos los vecinos en un pueblo, aunque vivamos en otras geografías, nos han robado el paisaje las huertas centenarias, las montañas, aquellas fuentes, los envidiados, pero también admirados, palacios de una clase social alta, los corrales, las haciendas, esas orillas del río donde las noches de luna en verano nos bañábamos desnudos, el frescor de los veneros, aquella era con su luna de mieses, el melonar. Todo va convirtiéndose en recuerdos que con el correr del tiempo van adquiriendo el color sepia de los años, quedando sólo la insobornable memoria de la niñez. Por eso y tantas cosas, uno se siente impresionado con el robo de ese fragmento de sierra que parecía pertenecerme. Luego, hasta puede resultar anacrónico decir “Mi pueblo”, será más correcto decir: “Lugar de nacimiento”

Francisco Vélez Nieto

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