Ningún libro de Eduardo Halfón ofrece un final total, todos van sumando estaciones y vivencias en una continuación, que va unificando todos sus viajes y encuentros como sendero existencial. Desde su inicio con en El boxeador polaco, continuando con La Pirueta y Monasterio, el más consolidado. Ahora nos llega éste, que se suma y une cadena de los anteriores en ese solo y largo viaje con que el autor ha creado un mundo literario muy peculiar. Signor Hoffman es el relato que abre este libro que precisamente tiene su nombre como título de la suma de los seis que lo componen. Como es de esperar en cada narración se busca el tiempo vivido, las huellas que con lupa literaria examina la razón de la existencia memorial de su abuelo, la razón de ser o no ser, que va buscando vestigios de algo que hondamente considera le pertenece y por tanto necesita. Sombra de personajes de origen judío, monólogos comparativos hacia el pasado examinado el presente, la miseria de tantos, esa pobreza que conmueve y provoca dolores.
La angustia de lo que parece imposible mejorar. Esos niños con su mirada desalentada que muestran el mundo que impide día a día su erradicación. Y las vivencias que se intentan recomponer bajo el peso memorial de su abuelo. Un abuelo flotante en la reminiscencia que lleva consigo en todos sus andares y demandares, aventuras que no son pocas, todas ellas en apariencia pequeñas cosas de la vida, que van configurando una torre literaria cuya altura pausadamente sube para gloria del lector y del propio autor que bien derrama su sabor literario pausadamente.
La sombra poderosa de arraigado origen judío, como referencia literaria de compromiso consigo mismo íntimo mundo propio del tiempo transcurrido, Huellas de un pasado que debe continuar siendo presente como testimonio de la humanidad. La gigantesca mole de Auschwitz, un ingrediente que hay que tener cuidado en dosificar. Halfon, describe sin estridencias el terrorífico faro proyectando el luto de la gran tragedia sufrida por un pueblo Si en Monasterio la narración se inicia con la llegada del avión a su punto de encuentro con el pasado de su origen familiar, en esta salida que todo parece una larga carretera continuación de sed lenta, persuasiva que no se calma de visitar lugares de variada geografía. Alguien acogiéndolo, como escritor de fama en ascenso, para explicarle cómo se reconstruyeron, para no olvidarlos.- “El punto de partida soy yo, pero hay un momento en que mi vida no es suficiente y necesito de la ficción para transmitir la emoción que quiero transmitir. No sé cómo explicarlo... todo lo que escribo lo he escrito así. La única manera en que puedo pintar la emoción que quiero es a través de esta mezcla de realidad y ficción, de biografía y ficción.
“Aunque tengamos que utilizar pequeños trozos de tiza blanca sobre un muro de humo negro. Aunque tengamos que apropiarnos de los márgenes de cualquier otro libro. Aunque tengamos que cantarla parados sobre un bote de basura. Aunque tengamos que ponernos de rodillas y excavar un hoyo con las manos, en secreto, al lado de un crematorio, hasta asegurarnos de poder dejar nuestra historia en el mundo, aquí en el mundo, bien enterrada en el mundo, antes de volvernos ceniza” Por ser una historia que nunca debe terminar, aunque fuerzas extrañas, a veces descaradas y amenazante lo intenten, Y Halfòn sabe cómo mezclar, poseído de sencillo estilo, moderadamente entremeterla con el vivir social diario en las pequeñas secuencias que esperan en todos lo aeropuertos, carreteras y placitas solitarias de esos mundo donde la humildad todavía se recite a ser derrotada.
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